Hay muchos bares y discotecas en donde el número de personas que quiere entrar es superior a la capacidad del local. En este caso basta con subir el costo de las entradas para reducir las filas y aumentar las utilidades. Se discrimina a punta de precios, el que tiene con qué pagar entra y los demás para la casa.

Pero no todos los bares y discotecas funcionan así. Muchos restringen la entrada de personas para elevar la “exclusividad” del sitio sin modificar los precios. Algunos lo hacen creando ambientes que excluyen–a un bar punkero no entran vallenateros- y otros, los más pretenciosos, lo hacen a ojo.

En estos últimos la rutina es la misma. Inspirados en E-Entertainment y la fabulosa vida de Paris Hilton, los entreprenures criollos contratan un bouncer que decide quién entra y quién no entra. Los gringos -gente siempre pragmática- han llegado al extremo de colgar tutoriales en video para necesarios para entrar a este tipo de sitios. Paso 1: No llegue borracho, Paso 2: vístase de forma apropiada,  Paso 3: llegue en grupos pequeños (y si es hombre, en grupos con mujeres).

El problema es que en Colombia, al parecer, no basta con cumplir esas indicaciones. O al menos eso es lo que se intuye después de leer el informe de la fundación DeJusticia sobre “. En este documento (muy interesante por cierto), los autores comentan algunos casos de afrocolombianas a las que les negaron el acceso a discotecas en Cartagena. “Aquí los dueños del establecimiento nos tienen prohibido dejar ingresar a personas de tu color, a menos que sean personas que tengan mucho reconocimiento o con mucho dinero.”

El portero ha podido complementar la respuesta diciendo que tampoco dejan entrar a gordos inmundos, a mestizos con la cara llena de acné o a caucásicos con tenis () y rastas (siempre y cuando no sean famosos o con mucho dinero). El proceso de selección está lleno de prejuicios –incluidos los raciales-, pero me atrevería a decir que si hacemos un experimento (ahora que esta tan de moda hacer “”), los que peor librados saldrían serian los feos. Al gordo inmundo, o al mestizo lleno de barros, es mucho menos probable que lo dejen entrar a estas discotecas, aun si controlamos cumpliendo los tips que nos proponen los gringos.

¿Qué debería hacer un Juez cuando un gordo inmundo interponga una tutela porque no lo dejaron entrar a un bar? ¿Hasta dónde llega la posibilidad de las empresas privadas a reservarse derecho a prestar sus servicios a quienes quieran?  ¿Tiene los feos derechos?

Estas preguntas suenan tontas, incluso cínicas, pero en el fondo sería interesante poner a prueba un caso simple como el de discriminación en discotecas. Con los datos en mano podríamos profundizar en el tema de la discriminación y en el debate sobre los límites al “nos reservamos el derecho de admisión” o a su posible regulación legal.