Por Jorge Tovar
 
Mi hija mayor tiene cinco añitos recién cumplidos. Es, como los demás niños de este país, el futuro de Colombia. Todos les deseamos un futuro mejor al presente pero la realidad es que, en materia de movilidad de Bogotá, el futuro es negro.
La administración actual nos está vendiendo un metro como solución al problema de movilidad. Dicen los responsables que la consultora española dejó los planos listos para cuatro líneas por un costo de 8.000 millones de dólares, algo menos del 5% del PIB del 2007. Una cifra importante, pero no escandalosa.
Pero la idea es hacer tres cuartos de línea de aquí al 2018, y quizás, poder hacer las 3 líneas y pico en los próximos treinta años. Ahora, si para hacer unos andenes en la 116 tardan más de dos años y para ampliar un kilómetro en la autopista norte (entre calles 182 y 192) requieren otros dos años, el ciudadano tiene derecho a dudar de los plazos que nuestros grandes líderes estiman.
La viabilidad de Bogotá como ciudad está en riesgo, no hay ni habrá sistema de metro, el Transmilenio es insuficiente y encima, ahora, lo harán en versión light, y la venta de carros aumentará porque no hay alternativa y porque el ingreso del bogotano promedio sigue aumentando. El siguiente alcalde de Bogotá tendrá que dar un giro de 180 grados al manejo de la ciudad, caso contrario, será imposible vivir en la capital.
He concluido que, tristemente para mí, no podré jamás disfrutar de un sistema de transporte que haga a Bogotá viable en el largo plazo. Pero lo que de verdad me entristece es que, muy posiblemente, mi hija tampoco vea nunca un sistema de transporte masivo viable en Bogotá. Nos falta plata, pero sobretodo nos falta grandeza.