Medellín
Buen clima, poca gente
En el Colegio Lucrecio Jaramillo, en el sector de Laureles, había fila desde antes de que abrieran el puesto de votación, dijo uno de los guardias de policía que custodiaba el ingreso. Predominaban las personas de la tercera edad, que aprovecharon el buen tiempo, sol y escasas nubes, para ir a votar.
Entre los que están registrados para votar en las 45 mesas de este puesto de votación estaba Ernesto Castaño, oriundo de Armenia, y quién se identificó como víctima desplazado por la violencia, específicamente la de las Farc. Con su comprobante de votación y la cédula en la mano, dijo que había votado por el Sí. “52 años de guerra, ya es justo”, dijo.
Cerca de donde Ernesto había dejado parqueada su bicicleta repartidora, con la que se gana la vida vendiendo agua, cerveza y limonada, se preparaba para ingresar a votar Esteban Peláez. Estudiante, pelo largo, 19 años. Iba a votar por el No. Dijo que los acuerdos celebrados entre el gobierno y la guerrilla en La Habana iban a permitir que quedaran impunes muchos de los crímenes de las Farc.
Ya adentro del colegio, Claudia Saldarriaga, representante de la Registraduría, atendía a varias personas con quejas o preguntas.
Más temprano, un señor se encontró con que aparecía como muerto en el registro. Entre las personas confundidas estaba una señora mayor que decía que no le habían devuelto su cédula los jurados, luego de votar y otra que no había actualizado su registro en los últimos años, porque había estado viviendo en el exterior. Saldarriaga le recomendó que se dirigiera al centro de votación de Plaza Mayor, donde están habilitadas para votar la mayoría de las mujeres de Medellín.
En Plaza Mayor los vendedores ambulantes ofrecían mango biche, refrescos y churros para las mujeres que llegaban a votar. Algunas venían en pintas deportivas, otras de la mano de sus hijos, como Ana Milena, una chocoana que llegó con Jose Emiro, de 9 años, y José David, de 10. Ambos verificaron que su mamá marcara una cruz por el Sí.
Hace 13 años, la familia de Ana Milena, sus padres y siete hermanos, sufrieron a causa de los enfrentamientos entre las Farc, el Ejército y los paras, que los dejaron confinados a ellos y a los demás habitantes de la vereda de Salaquisito por unos meses. Cuando vieron la oportunidad de irse, salieron desplazados por el río Atrato. No querían quedarse allí por miedo a que las Farc tomaran represalias contra su familia. Uno de sus hermanos se había unido al Ejército. “Dios quiera que mis hijos no tengan que vivir esa violencia”, dijo.
En otra de las mesas, Maria del Pilar Ríos votó no. “Yo estoy de acuerdo con la paz, pero no en esas condiciones,” dijo. Cree que la guerrilla nunca entregará información completa sobre sus finanzas, las armas que logró adquirir en tantos años.
Hay unas 71 mil mujeres que pueden votar en este centro, uno e los más grandes de la ciudad. Según una funcionaria de la Registraduría, hasta las 11:30 en las 91 mesas habían votado solo 5.050 personas. Las jurados de las mesas que han estado en este centro en anteriores ocasiones dicen que la tendencia es que en horas de la tarde aumente la afluencia.