“La democracia deliberativa para Petro pasa por hablar con el Clan del Golfo”

“La democracia deliberativa para Petro pasa por hablar con el Clan del Golfo”
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El presidente Gustavo Petro ha mostrado que a sus lecturas de autores cercanos al marxismo, se suman filósofos políticos como Jurgen Habermas, a quien suele citar en sus intervenciones para hablar sobre la importancia del diálogo en la política democrática.

Lo mencionó en el contexto del paro de 2021, cuando acusó a Iván Duque de contribuir a la violencia al no hablar con los jóvenes. 

Ahora que llegó a la Presidencia con la promesa de liderar un gobierno popular, está por verse cómo su apuesta por la deliberación pasa del nivel teórico al de las acciones políticas; especialmente en un contexto en el que tendrá que concertar con muchos sectores para lograr proyectos claves de su agenda reformista, como el Plan Nacional de Desarrollo o la reforma tributaria.

Para hablar sobre qué es la democracia deliberativa de Habermas, y el lugar que va adquiriendo en el Gobierno Petro, La Silla Académica entrevistó a Óscar Mejía Quintana, profesor titular de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional. Mejía es autor de los artículos: Nuevas teorías de la democracia. De la democracia formal a la democracia deliberativa (2005) y de Modelos alternativos de democracia deliberativa. Una aproximación al estado del arte (2010).

A la siguiente entrevista, el profesor Alejandro Sánchez Lopera, profesor de Humanidades en el Butler Community College (Pennsylvania, Estados Unidos), escribió una respuesta, que presentamos en la siguiente caja, para quienes quieran profundizar en este intercambio.

Comentario por Alejandro Sánchez Lopera

Captar teóricamente el proceso colectivo que desembocó en el triunfo presidencial de Gustavo Petro, Francia Márquez y el Pacto Histórico puede ser aún prematuro. Más difícil aún es teorizar acerca de la forma que ese modo de gobierno está adquiriendo. Recientemente La Silla Vacía Académica publicó una interesante entrevista con el filósofo Oscar Mejía Quintana titulada “La democracia deliberativa para Petro pasa por hablar con el Clan del Golfo”. Allí, a propósito de algunas declaraciones de Petro en torno a la represión ejercida contra los manifestantes por parte del gobierno de Iván Duque, Oscar Mejía entiende el proceso de gobierno del actual presidente a la luz de la idea de “democracia deliberativa”. Esto lo hace a partir de dos apuestas teóricas: la del filósofo y teórico social alemán Jürgen Habermas (1929- ) y la del filósofo norteamericano —que no inglés, como dice, en un lapso, la entrevista— John Rawls (1921-2002). En el caso de Habermas sería un “modelo normativo de democracia dialógica”; en el de Rawls, el de un “modelo consensual” abierto a la posibilidad de la desobediencia civil.

Es más que saludable, por fin, estar discutiendo públicamente este tipo de cuestiones. Y por eso, queremos proseguir la conversación abierta por Oscar Mejía en lo referente a Habermas, sólo que con otros matices y acentos. Dos salvedades son importantes desde el comienzo. La primera es que una cosa es el uso que ha hecho Petro de algunos autores—Michel Foucault, Antonio Negri y, en este caso, Habermas—, y otra la interpretación que propone Oscar Mejía. Dicho esto, discutiremos la interpretación que Mejía hace de Habermas y de su uso para el caso colombiano. La segunda salvedad es que Habermas es claro en afirmar que su modelo deliberativo surge y está pensado para sociedades altamente complejas y diferenciadas, establecidas básicamente el sistema de Estados Europeos (La inclusión del otro, p. 240). Esto último impide una aplicación sin más de su modelo al contexto colombiano y, en cambio, demanda una serie de matices y preguntas en torno al uso de Habermas para analizar el proceso de Petro, Márquez y el Pacto Histórico.

Como bien anota el profesor Mejía, Habermas distingue tres paradigmas para pensar y vivir la democracia: el liberal, el republicano o comunitario, y el deliberativo. Este último, que es la propuesta del filósofo alemán, se sitúa a medio camino de los otros dos, tomando elementos de ambos a través de lo que Habermas llama reconstrucción: en la deliberación se renuncia tanto a un “sujeto social global” o nacional (el pueblo, la multitud, la masa) como a una dispersión de individuos privados compitiendo cada cual por su interés. Es decir que no se trata para Habermas de constituir a la sociedad como comunidad política—donde el Estado es expresión de un ethos—. Tampoco simplemente de una “lucha de posiciones” para ocupar cargos administrativos o de legitimar decisiones a través de las elecciones como el caso del liberalismo. Razonabilidad, entonces, en un espacio anárquico como el espacio público, a cambio de acción o elección racional individual, por un lado, y de la autodeterminación colectiva de la soberanía popular, por el otro.

El matiz que queremos resaltar sin embargo es acerca del alcance del modelo deliberativo. Dice el profesor Mejía refiriéndose a la dualidad que existe entre “los sectores formales del Gobierno de Petro (la izquierda partidista constituida) y los sectores sociales que apoyaron su llegada a la Presidencia”. Mejía ve allí una falta de puentes entre ambos sectores, y en esa dirección de tender puentes anota: “Para ello tendría que recordar precisamente lo que plantea Habermas con su modelo de deliberación: encontrar espacios para formar voluntad pública recogiendo las voces de la periferia, en los múltiples canales formales e informales para hacerlo. Incluso dándole cabida a la protesta social”. La pregunta con Habermas aquí es si es tarea del Estado establecer esos puentes —sin cooptar la fuerza del movimiento social—, o si esa es una tarea que pueda darse en el espacio de la opinión pública. Es decir, la pregunta es si el Estado debe llegar a encarnar esas voces —como sería la propuesta republicana—, o más bien asegurar las condiciones mínimas de esos diálogos. Fiel a su herencia del marxismo crítico, Habermas platea no sólo la necesidad de la participación en igualdad de condiciones de todos aquellos afectados por los diálogos y decisiones, sino que hace énfasis en las asimetrías de poder y recursos. También muestra como tantas veces los diálogos o conversaciones razonadas no informan (en el doble sentido de la palabra) las decisiones políticas o económicas. Escribe en Facticidad y Validez: “Solo sobre una base que haya escapado de las barreras de clase y se haya sacudido las cadenas milenarias de la estratificación social y la explotación social, puede desarrollarse plenamente el potencial de un pluralismo cultural capaz de funcionar conforme a su propia lógica” (p.385). Hacer confluir el movimiento social con el Estado, sería tal vez propio de otro tipo de apuestas teóricas como las de Ernesto Laclau (donde el movimiento social deviene Estado).

 

Más adelante en la entrevista Mejía dice: “La actitud de la democracia deliberativa pasa para Petro por no cerrarse a hablar con el Clan del Golfo”. Pero, dialogar no es negociar, y deliberar implica sobre todo la aceptación de las reglas mínimas o procedimientos por parte de todos los actores involucrados.  En el modelo deliberativo de Habermas cabe el disenso y, como dice Guillermo Hoyos, la “perspectividad” o “multiplicidad de las culturas” experimentada en el mundo de la vida.  Pero no es un modelo construido para pensar condiciones de protesta social —y menos de insurgencia o contrainsurgencia—. Si bien el modelo de Habermas aparece por momentos como “contra-fáctico” —esto es, una y otra vez desmentido por los hechos—, la propuesta de este pensador lúcido y siempre polémico ofrece diversas posibilidades críticas. De hecho, Habermas dirá que no por el hecho de que algo sea fáctico se vuelve válido. Y que más bien se trata de buscar mediaciones entre planteamientos que corran el riesgo de despegarse de la realidad y la simple asunción de los hechos brutos. No pierde tampoco actualidad su brillante diagnóstico de la crisis de legitimidad en las condiciones del capitalismo, regidas por coordenadas de ganancia infinita y sustracción de los poderes económicos al control político. Asimismo, es sugerente la separación que establece entre derecho y moral —y lo que eso implica para fundamentar y ejercer derechos—. Y, especialmente, su distinción entre política y ética para moverse de forma práctica en este mundo moralizado por doquier.

Esto no es obstáculo para discutir la reticencia de Habermas a dar cabida suficiente a los medios de comunicación y las redes sociales en su modelo deliberativo. O para señalar los límites de su teoría a la hora de captar los diversos procesos plebeyos y mestizos que suceden en el país. Es decir, más que aplicar el modelo de Habermas a nuestro país, se trata de pensar sus usos posibles en nuestro contexto. Al final, más allá de un debate entre teóricos, quizás lo que hay es una especie de rivalidad entre tres figuras de lo colectivo: el pueblo, la multitud y, finalmente, la opinión (o voluntad) pública. Es en esa disputa entre ellas tres donde se está jugando el porvenir de formas innovadoras de lo social. Así como los teóricos se disputan los modos de nombrar la forma de organización social, esas tres figuras parecen disputarse el suelo común que habitamos todos y todas.

LSV es La Silla Vacía

OM es Oscar Mejía

¿Qué es la democracia deliberativa? En uno de sus artículos usted dice que se enmarca en distintas críticas que, a finales del siglo pasado, empezaron a surgir contra la democracia liberal. 

Así es. Distintos autores han tratado de ofrecer modelos normativos de democracia, que se sustentan en la capacidad que tiene el poder constituyente contemporáneo (el pueblo o los ciudadanos) y los sujetos colectivos, para catalizar su potencial emancipador más allá de las instituciones democráticas.

Estos autores comparten una crítica a la democracia meramente liberal, que se ciñe a los procedimientos institucionales y formales. Un modelo que ha sido cuestionado porque las élites políticas se han podido apalancar en él para justificar una democracia representativa restringida, donde se alternan las élites políticas, pero sin darle lugar a la voz de muchos grupos políticos periféricos que no están en el poder. 

Según lo que usted ha escrito, ¿qué dice entonces el concepto de democracia deliberativa y cómo ofrece una alternativa a las democracias liberales?

Realmente la noción de democracia deliberativa no la acuña solamente Habermas, sino que es un concepto que se usa para designar las contribuciones de distintos autores, como cuento en un artículo.

Una de estas contribuciones viene de John Rawls en su Teoría de la Justicia (1971), donde el filósofo americano intentaba una audaz fundamentación de una nueva concepción de la moral, la política y el derecho. Allí planteaba una crítica de carácter postliberal a la democracia liberal del siglo XIX, oponiendo al modelo de democracia de mayorías un modelo consensual donde la posibilidad de la desobediencia civil se vuelve central para darle legitimidad al sistema democrático.

Rawls es un defensor del consenso, y el consenso no es liberal. El consenso es republicano. Del liberalismo es la regla de mayorías, así que la crítica apunta a decir que no basta con tener partidos con representación amplia en el Congreso para tener una democracia. Rawls pensaba en ese entonces en el ejemplo de Martin Luther King, en los Estados Unidos, como un referente que mostraba esos límites de la democracia liberal.

Ahora, ahí también es clave el pensamiento de Habermas. En obras como Facticidad y Validez (1998), Habermas plantea un modelo normativo de democracia dialógica, que se complementa en muchos aspectos con el paradigma consensual de John Rawls.

Allí aboga porque los procedimientos jurídicos garanticen que queden reflejadas la mayor cantidad posible de formas de vida, como la manera más eficaz para rehacer los lazos sociales desintegrados por la modernidad occidental.

En ese enfoque, se vuelve determinante la comunicación y la deliberación en la esfera pública como procedimientos para que no solamente los sujetos jurídicos y los gremios, sino también la sociedad civil amplia entre dentro del proceso democrático.

Entonces, no es solamente un concepto de Habermas, es más bien un paquete de que viene de la unión de las contribuciones de Rawls, Habermas y la tradición del republicanismo, y que tiene en la base una apertura a la democracia disputatoria (cuando la ciudadanía y las comunidades exigen sus derechos), y a la democracia contestataria, cuando no son satisfechas las exigencias y pasan a una modalidad de protesta social. 

Petro ha hablado del concepto de democracia deliberativa en distintos escenarios. ¿Qué tanto cree que pesa esta idea en su gobierno?

Directamente, Petro la ha mencionado en distintos escenarios, pero también funcionarios claves de su gobierno la comparten. Por ejemplo, Jorge Iván González, ahora director del Departamento Nacional de Planeación, discutió a Rawls en un grupo de estudios del que yo hacía parte y que juntaba a economistas y filósofos.

Esta visión se refleja en su apuesta por tener un enfoque deliberativo frente al Plan Nacional de Desarrollo, como ha contado.

Por su formación académica en Lovaina, Petro también se ha encontrado con autores como Marchart, que hablan de una democracia posfundacional, o con Claude Lefort, que habla de una democracia salvaje. Dos modelos de democracia orientados a recuperar un ascendente de democracia contestataria, con un fuerte impulso a incorporar voces no institucionales en el proceso democrático.

De estos autores viene probablemente la influencia en una idea clave: la necesidad de superar la distinción amigo-enemigo en la política. Algo que, directa o indirectamente, Petro ha asimilado con su idea de un pacto amplio donde todos los sectores políticos del país tendrían un lugar.  

A qué modelo le está apostando más este gobierno: ¿a una democracia formal o a una deliberativa? 

Lo que algunos académicos hemos discutido por estos días es que se ve venir una tensión entre los sectores formales del Gobierno de Petro (la izquierda partidista constituida) y los sectores sociales que apoyaron su llegada a la Presidencia.

Esto precisamente porque el Gobierno tiene dos apuestas. Por una parte, le ha apuntado a manejar los mecanismos de la democracia formal: armar mayorías, invitar al Gobierno a sectores tradicionales, etc, algo que le ha servido para lograr apoyos amplios en el Congreso.

Pero, paralelamente, hay sectores que empiezan a tomar tierras, casi como si se les hubiera dado la señal para hacerlo, inspirados en la promesa de que el Gobierno dispondría de terrenos a manos de la Sociedad de Activos Especiales para entregarlos a grupos necesitados. A esto ya tuvo que responder el Gobierno, diciendo que no es la forma.

Entonces, el gran reto de Petro va a ser precisamente cómo armar un puente entre las dos apuestas democráticas. Por ahora, yo no veo que lo esté armando. 

Para ello tendría que recordar precisamente lo que plantea Habermas con su modelo de deliberación: encontrar espacios para formar voluntad pública recogiendo las voces de la periferia, en los múltiples canales formales e informales para hacerlo. Incluso dándole cabida a la protesta social, que no se va a callar porque él esté en el Gobierno. 

¿Pero no es esto lo que ha intentado Petro precisamente con escenarios como los Diálogos Regionales Vinculantes?

La idea de estos diálogos es excelente, siempre que no se impongan formalmente, y que realmente sean lugares para canalizar insumos y reclamos de los actores sociales regionales. Porque si se vuelven otras conversaciones formales vacías, como las que recordamos del gobierno Duque, esas conversaciones no van a ser realmente un diálogo, sino propaganda del Gobierno. 

Precisamente sobre eso, ¿no era la Conversación Nacional de Duque o los Consejos Comunitarios de Álvaro Uribe formas de democracia deliberativa?

En el caso de la Conversación Nacional de Duque, donde acudieron estudiantes de últimos semestres de universidades, la conclusión que me relataban, después de asistir, es que eso no quedaban en nada. Es decir, hablaban, les daban tiempo para escucharlos, pero al final esas intervenciones no eran tenidas en cuenta. Entonces, era un espacio formal y ficticio de conversación.

En Uribe eso es un poco más complejo. Uribe comenzó con una noción de Estado Comunitario y después terminó con el Estado de Opinión, que era una forma de democracia plebiscitaria en la que Uribe decía: yo soy la Constitución, y ese peso se reflejaba en los consejos comunitarios, que fueran instrumentalizados en torno a su figura.

Pero el Estado de Opinión no se parece nada a una democracia deliberativa habermasiana, donde el acento se pone en las formas de vida de la periferia externa, no en la figura que busca canalizarlas.

En ese sentido, sería interesante que este Gobierno reivindique espacios de asambleas populares. Esto no quiere decir necesariamente que el Gobierno las organice, sino que las acompañe. Así la gente tal vez pueda sentir que existan mediaciones entre el poder institucional y sus intereses.

De lo contrario, lo que va a pasar es lo que ya empezamos a ver: las tomas fácticas de tierras. O lo que ha dicho la Primera Línea, que ya ha amenazado con salir a protestar en este gobierno: “si Petro la embarra, vamos a estar protestando”, han dicho.

¿Esa apuesta por la deliberación se puede extender también como estrategia para abordar a grupos insurgentes como el Clan del Golfo? 

Tenemos que recordar que el Clan del Golfo viene como subproducto del paramilitarismo, que se creó en torno a la defensa del latifundio. Es decir, estaban vinculados con objetivos políticos.

Que ahora los quieran graduar únicamente de delincuentes para negar cualquier posible diálogo con ellos, me parece una estrategia inadecuada teniendo en cuenta esa procedencia. Los diálogos y la deliberación son con los actores, en general, de la periferia. Y ahí uno no puede entrar a decir: yo con esos no hablo. La actitud de la democracia deliberativa pasa para Petro por no cerrarse a hablar con el Clan del Golfo. 

Eso no es una actitud conveniente, mucho menos cuando esos grupos están armados y tienen control territorial. Así los etiqueten de delincuentes, la tarea del Gobierno es recuperar soberanía, y para ello no debe descartar el diálogo.

Otra cosa es con grupos como la organización Tren de Aragua, que está descuartizando gente en Bogotá. Con ellos no hay posible deliberación porque no tienen ninguna agenda política. 

Finalmente, usted menciona en uno de sus artículos que muchos autores coinciden en que la democracia colombiana no ha logrado formarse como una democracia deliberativa. ¿Por qué razones?

Porque a pesar de que con la Constitución de 1991 se empezó a consolidar en el imaginario político la idea de la democracia participativa y de una ampliación democrática, muchos autores cuestionaron que se pudiera democratizar el régimen a partir de una ilusión constitucional. Por esto, la democracia participativa que se intentó con la Constituyente no alcanzó a considerar los factores reales del conflicto ni a transformarlos.

Justo ese es el dilema de Petro ahora, después de firmada la paz: cómo hacer para que muchos sectores que han estado fuera del sistema político entren a hacer parte de este a través de mecanismos de diálogo que sí sirvan para incluirlos, y no sólo para hablar sin consecuencias o para hacerle propaganda al gobierno. 

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Oscar Mejía Quintana

Oscar Mejía Quintana

Filosofía del derecho, Teorías de la justicia, Teoría del Estado

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