Si esta reforma pasa y se aplica, tendríamos casi igual número de personas privadas de la libertad en sus casas que intramuralmente. Hoy en día hay alrededor de 73 mil personas que ya están en domiciliarias. Eso es mucha gente por vigilar y apenas se dispone de 6085 mecanismos de vigilancia electrónica. El déficit ya es importante.
¿Cómo funcionan las domiciliarias hoy? Cada establecimiento del país que tiene a su cargo una persona privada de la libertad en su domicilio debe encargarse de la supervisión de la medida. El reto fundamental del proyecto está ahí.
El proyecto le apuesta de una manera fuerte a las domiciliarias, pero no hay en él una claridad sobre cuál va a ser la política criminal específica para hacerlas funcionar. Porque si va a ser la que existe actualmente, eso no sirve.
El problema está en que el Estado sigue siendo responsable de esas personas. Si falta la mitad de la pena por cumplir, y esa persona está encerrada en la casa, ¿cómo va a ser el tratamiento penitenciario? El Estado va a tener que alimentarlo, garantizarle el acceso a la salud; todos los servicios que le daba en la prisión, en principio, tiene que seguirlos cubriendo. No hay un régimen jurídico claro al respecto y este vacío no se cubre por la reforma. Le apuesta a las domiciliarias sin régimen normativo claro y sin un aparato institucional robusto.
Y si además la vigilancia, como dice el ministro Osuna, se hará a través de dispositivos electrónicos, eso también deja muchas preguntas. Hoy ya hay un déficit de mecanismos de vigilancia electrónica, y sólo alrededor del 10% de las personas en domiciliarias tiene uno. En Bogotá existe un centro de monitoreo de las domiciliarias, y no dan abasto porque no hay suficientes dispositivos.
¿A quiénes se priorizará para darles los dispositivos? ¿Va a ser por tipos de delitos? ¿Por ciudades? Yo creo que lo más preocupante de esta reforma es que le apuesta a las domiciliarias, pero en un momento en el que ese mecanismo es precario y débil.