Dos visiones sobre el decrecimiento: el concepto económico promovido por Petro

Dos visiones sobre el decrecimiento: el concepto económico promovido por Petro
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Cuando la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, puso sobre la mesa el concepto de decrecimiento económico, unos quedaron asustados, otros confundidos, y otros la celebraron.

Entre los que la celebraron, apareció rápidamente un primer escudero: el mismo presidente Gustavo Petro, que ha defendido a la ministra de los ataques, y ha aprovechado para mostrar que el decrecimiento es también una noción importante en su visión sobre los problemas de la economía y el medioambiente. 

Petro dijo que el decrecimiento fue lo primero que le enseñaron en su especialización en Desarrollo y Medio Ambiente en Lovaina, y calificó a uno de sus creadores, el economista Georgescu-Roegen, como “uno de los mejores economistas del mundo”. Incluso publicó en Twitter una imagen con la portada de uno de sus libros: La Ley de la Entropía y el proceso económico.

Para alimentar el debate sobre la teoría del decrecimiento, La Silla Académica entrevistó a Miguel Gomis, profesor del Departamento de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Javeriana. Gomis es autor del artículo 10 tesis sobre el cambio político discontinuo en las políticas públicas medioambientales. Y a Jorge Restrepo, profesor de la Facultad de Economía de la misma universidad y director del CERAC (Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos).

Miguel Gomis defiende el enfoque del decrecimiento y Jorge Restrepo ha sido crítico de este. 

¿Qué dice la teoría del decrecimiento económico?

Hay un consenso entre los académicos en que un hito clave de la noción del decrecimiento comienza con la hipótesis del economista y matemático rumano Nicholas Georgescu-Roegen, de 1971, de introducir la ley de la entropía (que dice que la energía se tiende a degradar) como un concepto económico.

Lo que hace Georgescu-Roegen es básicamente considerar la importancia de la naturaleza como fundamento de la producción y el progreso económico, bajo la tesis de que tenemos un mundo finito frente a lo que podemos explotar de sus recursos naturales. 

Esto lo decía basado en la idea de que a medida que los recursos naturales son transformados, pasan de un estado de baja entropía a uno de alta entropía. Cuando la entropía es baja, la materia puede transformarse en productos útiles para el ser humano. Pero ocurre lo contrario con niveles altos de entropía: los bienes dejan de generar mayor valor económico, para lo cual ponía como ejemplo el carbón o la materia prima con la que trabajaban los campesinos en Rumania. 

Esta idea de los límites ecológicos a la expansión económica ha servido como punto de partida para cuestionar el objetivo del crecimiento económico infinito. Por eso, según Miguel Gomis, el paradigma decrecentista cuestiona la producción ilimitada como base de la economía. 

“Hay otras maneras de producir y de relacionarse con la naturaleza que no se rigen por la economía neoclásica. Si bien no todos los recursos se van a agotar necesariamente desde ya, llegará un momento en el que explotarlos se vuelva prohibitivo por su alto costo, por lo que pensar que los podemos usar de manera indefinida no tiene sentido”, dice. 

Gomis añade: “Los decrecentistas están en contra de la idea de que más es mejor. Esa crítica al productivismo no es de izquierda o de derecha. Por ejemplo, le aplica totalmente a la economía soviética, que era explotadora de la naturaleza con una gran carga industrial. No quiere decir necesariamente: seamos más pobres o produzcamos menos, sino replanteemos la idea de que podemos crecer indefinidamente”. 

Gomis explica que muchos prefieren hablar de economía ecológica, bioeconomía o democracia verde en vez de decrecimiento, pues esta es una expresión que han impulsado los propios adversarios para denostar la posición en términos económicos, aunque algunos defensores aún la usan.  

Según Gomis: “la ministra Vélez tal vez no contextualizó de manera correcta la noción, pues hablar de decrecimiento a solas para muchos viene con la idea falsa de que tenemos que ser más pobres para ser más ecológicos. Y la verdad es que nadie está diciendo que tengamos que ser más pobres para preservar el mundo”, dice.  

LSV es La Silla Vacía

JR es Jorge Restrepo

MG es Miguel Gomis

¿Qué tanto pesa el decrecimiento en la agenda económica/ambiental de Petro?

Pesa muchísimo. Es el fundamento de lo que se conoce hoy en día como el “buen vivir” y también está relacionado con la noción de “vivir sabroso” de Francia Márquez. Está ligado a muchas políticas públicas que buscan cambios en los patrones de consumo y en el uso de recursos naturales renovables. No es un distractor o una estupidez, es una idea muy poderosa que está en la formación intelectual de Petro y de su ministra de Minas y Energía, Irene Vélez.

Pero también hay inconsistencias en el discurso de Petro frente al decrecimiento. Por ejemplo, Petro dice que Colombia debe reindustrializarse. Eso es contradictorio con que no crezca el sector minero-energético, pues la industrialización lo primero que requiere es que se produzca energía más barata, lo cual requiere una enorme expansión de la producción energética.

No en vano el ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo dijo una frase donde dice que lo que tiene que hacer Colombia es crecer más y no menos. La política energética y minera de Petro es inconsistente con buena parte de sus objetivos de política económica. 

Petro sí está alineado con las visiones del decrecentismo, algo que lo separa de la izquierda en América Latina que, a comienzos de este siglo, creció sobre el neoextractivismo. La izquierda en América Latina (como en Argentina o Venezuela) profundizó el modelo extractivista. Petro no es igual, y esto ya es un cambio importante.

Ahora, dudo que su gabinete comparta su misma visión. Y si bien está del mismo lado que su ministra Vélez, veo complicado que el ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, comparta los supuestos del decrecentismo. A pesar de las incoherencias que esto pueda presentar en adelante, no percibo que sea forzosamente problemático, pues se actúa a diferentes niveles. El mero hecho de que el presidente de Colombia esté enunciando este debate y participando de él, ya es un avance. 

¿Qué tan aceptada o marginal es la escuela del decrecimiento?

Ciertamente no es un enfoque mayoritario. Hay una hegemonía del pensamiento económico neoclásico que hace pensar que el decrecimiento es una idea ridícula, infundada y que no tiene ninguna evidencia científica. Pero lo que es vergonzoso es que en algunas universidades no se sepa nada de este enfoque y hasta ahora se vengan a enterar de la noción, algunas personas incluso ridiculizándola.

En ecología política hay dos tendencias, los alarmistas y los no-alarmistas. Los decrecentistas son del primer grupo: comparten un profundo alarmismo sobre la situación de degradación ambiental del planeta y la necesidad de cambiar la manera como se vienen haciendo las cosas. Parten de la idea de que la historia enseña que las civilizaciones sobrevaloran su capacidad para prevenir o gestionar las catástrofes.

Pero no hay un sólo tipo de decrecimiento. No es una única corriente. Unos proponen que este enfoque aplicaría para unos países industriales (como lo sugirió la ministra Vélez) pero no para todos, mientras que otros dicen que es una serie de medidas que todos los países deberían aplicar.

Hoy se ha vuelto un enfoque más popular. Tiene referentes académicos en Francia, como el economista Serge Latouche o en España la obra de Carlos Taibo Arias, pero en Colombia hay menos trabajos.  

Decir que hay una escuela neoliberal mayoritaria que está confrontada con unas escuelas heterodoxas minoritarias en economía, es una reducción muy grande que simplifica una disciplina que es muy diversa y que tiene muchas escuelas, entre las cuales cabe el decrecentismo.

La economía no funciona como una batalla entre un paradigma grande que lo domina todo, es más dinámica que eso. Por ejemplo, lo que antes era heterodoxia en los años 50s, hoy es un lugar común: la macroeconomía de Keynes era una heterodoxia, y hoy informa muchos supuestos de la macroeconomía general. Incluso el Consenso de Washington, que se considera como una instancia neoliberal por excelencia, estaba lleno de supuestos keynesianos: idea de tasas de cambio flexibles, entender el aumento inflacionario de precios, entender la inversión como producto de las emociones de los inversionistas, etc.

La teoría económica es muy cambiante, y los paradigmas van modificándose. Por ejemplo, la teoría de la dependencia (que explicaba el desarrollo lento de los países de ingreso bajo como un producto de la dependencia de los bienes y productos de países ricos) ha sido falseada por los hechos, por lo que pasó de ser una teoría mayoritaria a una desvirtuada.

¿Es el crecimiento del PIB un indicador problemático de la riqueza? ¿Hay algo malo con el crecimiento económico en general?

 Sí, hay que dejar de ver el crecimiento del PIB como una religión. Ese es un indicador burdo y atrasado, que no considera precisamente que los recursos naturales son finitos. Seguimos pensando como en el siglo XIX, cuando estamos en el XXI. No podemos perpetuar la idea según la cual la única manera de que haya bienestar es con acumulación material. 

Aunque la crítica del decrecentismo no se limita simplemente a señalar medidas inconvenientes en las formas de medir el desempeño económico, sino también en plantear preguntas sobre los comportamientos desde el nivel del consumidor.

Por ejemplo, ¿está bien que todos los vecinos de un conjunto tengan un taladro en su casa? ¿No podríamos compartir su uso? Piense en el ejemplo de los carros. Gran parte de su tiempo de vida se la pasan parqueados. Esto no significa dejar de usar el carro, pero sí preguntarnos por qué todos tenemos que tener un carro que casi todo el tiempo está parqueado. Es un despilfarro de los recursos de este mundo.

Podemos reducir la jornada laboral para que sea más acorde con los niveles de la productividad contemporánea. En general, podemos aplicar principios decrecentistas en el consumidor, sin necesariamente dejar de aumentar el bienestar. 

No significa ser más pobres, sino valorar más lo que tenemos actualmente. Presuponer que tenemos que desarrollarnos igual que lo hicieron los países del norte es cometer los mismos errores de estos. ¿Desarrollarse es acabar el bosque, usar cucharas de plásticos todos los días? Nadie dice que Colombia no se pueda desarrollar, sino que debe hacerlo de una manera más inteligente.

Los que dicen que los decrecentistas quieren que Colombia no se desarrolle están tergiversando totalmente la discusión. Se trata de pensar de manera distinta el modelo de consumo y producción que queremos tener. El decrecentismo prefiere ayudar a cambiar la mentalidad y evitar justamente medidas coercitivas, que son las que llegarán si la degradación ecológica se sigue gestionando como hasta hoy día.

El PIB no es nada diferente a una noción contable del ingreso. Como toda medición (como la que calcula la pobreza de los hogares y las personas) tiene limitaciones. Pero eso no la invalida como medida de bienestar.

De hecho, el PIB es un medidor que ha ido mejorando con el tiempo. Hoy en Colombia se incluye un cálculo del aporte a la economía del trabajo no remunerado relacionado con los oficios de cuidado. También, en otros países, se calcula el costo de la depreciación ambiental como un resultado que ajusta ese ingreso.

La clave está en cómo se toma y quién toma la decisión de cuántos taladros hay o cuántos tractores hay para trabajar la tierra y quién los tiene; esa decisión la determinan varios factores "fundamentales", que incluyen la distribución originaria de la riqueza, si hay o no comercio, etc; no son sólo gobiernos los que tienen un rol en determinar la asignación de recursos para decir, por ejemplo, quién tiene el tractor o quién el taladro, es la libertad de decidir lo que permite que haya decisiones más o menos eficientes. Claro que toda economía tiene ineficiencias, pero eso es justo lo que la economía estudia y lo que busca mejorar.

Ahora, lo que las personas deben consumir o invertir, me parece que es un juicio que, en general, cada persona debe hacer. Es cada quien el que decide cuánto paga por lo que consume y si paga más o menos por algo. Allí está la base del juicio ético del consumo.

Pero los del decrecimiento parecen imponer un imperativo ideológico y moral sobre el consumo para decir que es mejor consumir menos que más. Y el problema es que las decisiones públicas no se pueden tomar por imperativos morales. ¿Por qué? Pues porque si tomamos las decisiones por imperativo moral, no es claro a qué imperativo moral es al que obedecemos: ¿al nos imponga una profesora de la Universidad del Valle o a uno de la Javeriana?

Por ejemplo, si queremos frenar el calentamiento global como un imperativo tenemos que tomar medidas que sean eficaces para la reducción de emisiones: necesitamos, por ejemplo, explotar y explorar recursos con tecnologías menos contaminantes y que sirvan para bajar el precio de la energía, etc.

En situaciones de guerra, la reducción del consumo se hace a través del racionamiento. Pero no estamos en una economía de guerra, por lo que poner imponer ese tipo de restricciones "morales" sería políticamente muy difícil e ineficaz. Sin duda hay personas que pueden tomar decisiones individuales ascéticas y optar por no consumir tantas cosas. Pero esas elecciones no se le pueden imponer a todas las personas.

La pobreza es una virtud cuando uno la decide, pero no cuando es una condición obligatoria. Lo que sí es un imperativo moral es que la sociedad haga lo necesario para crear los mecanismos de progreso para sacar a las personas de la situación de pobreza, y el mejor mecanismo para hacer eso es la generación de ingresos, el crecimiento económico.  

¿El crecimiento económico es finito o infinito?

Precisamente lo que el decrecentismo señala es que la naturaleza tiene límites, y eso implica que dejemos de verla como un medio. No estamos en guerra contra la naturaleza.

La evidencia científica viene confirmando con leves divergencias los pronósticos del informe de 1972 sobre los límites del crecimiento, que simulaba una extralimitación en el uso de los recursos naturales y un colapso en la producción agrícola, si se seguía con las dinámicas de crecimiento exponencial de ese entonces.

Los informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) son conservadores puesto que presentan un consenso científico: el problema ecológico es más grande de lo que la gente cree. Los ecosistemas tienen una resiliencia limitada y actuamos como si no lo supiéramos. Necesitamos tomarnos en serio la idea de tener un consumo más responsable, de trabajar menos y recuperar una manera de ver la vida que tenga más sentido.

No se trata de decrecer en términos capitalistas. El que dice eso no ha entendido absolutamente nada del decrecentismo. Desacelerar no es decrecer. 

Es evidente que hay argumentos en contra del decrecimiento, donde se hacen cálculos complejos para justificar que es inviable. Lo primero, la propuesta es coherente solo si salimos del paradigma dominante. Eso es lo que evitan muchos críticos; invalidan un pensamiento desde la imposición de su propia creencia. Lo segundo, detrás del decrecimiento hay un diagnóstico bastante sencillo que la econometría estándar trata de abrumar: gran parte del consumo actual se sustenta en la explotación natural y humana, así como la desigualdad. Lo decrecentistas estiman que esta situación no es sostenible ni deseable. Los capitalistas lo legitiman. 

El progreso técnico y el cambio tecnológico en la producción permiten un desarrollo sostenido y sostenible, por lo que estos factores suelen romper el límite que impone la naturaleza a las economías.

El primero que estableció la idea de límites fijos, por ejemplo, en la producción de alimentos, fue el economista inglés del siglo XIX, Thomas Malthus, quien predijo la imposibilidad de alimentar una población humana creciente. Pero lo que ha mostrado la historia es que con más progreso tecnológico se ha podido expandir la producción de alimentos haciendo un mejor uso de recursos y superando ese límite. De ahí la necesidad de invertir en investigación y desarrollo, pues estos suelen ser los que expanden esos supuestos límites naturales.

Ahora, si aceptamos que existen límites al crecimiento, eso significa que alguien tiene que acotar ese crecimiento, y eso supone, a la vez, ponerle límites al ingreso. ¿Cuál va a ser la forma de hacer esto? ¿A través de un mecanismo de precios o de la dirección estatal? ¿Quién va a pagar por ese límite a los ingresos?

Esto lo explica muy bien el economista Branco Milanovic en un artículo en el que muestra que hay dos opciones. Si se frena el crecimiento del PIB más o menos a los niveles de ahora, habría que congelar la distribución del ingreso de la población mundial, de modo que el 10% o 15% de esa población seguiría viviendo por debajo de la línea de pobreza absoluta. Algo que resulta inaceptable para las personas y países pobres.

La otra opción es que los más ricos paguen por esa reducción del ingreso. En ese caso, son todas las personas que ganan más que el ingreso medio global -que son 16 dólares por día- (es decir, el 86% de la población mundial que vive en países ricos) los que tendrían que aceptar que sus ingresos se reduzcan para permitir que las economías pobres lleguen al mismo nivel que las economías desarrolladas.

Esto trae una especie de contradicción en los decrecentistas, pues no pueden condenar a la pobreza a personas en economías desarrolladas, ni tampoco argumentar que los ingresos de 9 de cada 10 personas en los países ricos deben ser reducidos. 

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Miguel Gomis Balestreri

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Gobernanza, Manejo público en Latinoamérica

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Jorge A. Restrepo

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Conflicto y violencia, Desarrollo económico

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