En parte esto tiene que ver con los conflictos internos de la izquierda, que se debatía entre vertientes del marxismo, y debates sobre si las asociaciones campesinas debían constituir un partido político o qué tan cercanos debían o no ser del gobierno.
También tuvo que ver la represión tremenda del gobierno: de la policía y del Ejército en los setentas, y luego de los paramilitares en los 90s. Uno de los libros del Centro Nacional de Memoria Histórica de Donny Meertens y Absalón Machado, La tierra en disputa, habla de cómo arrasaron con los hombres que estuvieron en la Anuc y quedaron las mujeres, quienes establecieron organizaciones más pequeñas.
En ese sentido, las organizaciones indígenas, como el Cric, han resultado más exitosas a la hora de mantener su capacidad de influencia, en parte, yo creo, a que la memoria funciona diferente en una comunidad indígena. La memoria oral y los derechos sobre la tierra se han ligado más estrechamente. Por ejemplo, muchas comunidades indígenas tienen historias orales o mitos que defienden sus derechos sobre los resguardos, historias orales basadas en títulos de resguardo. Entonces, resucitar las memorias es proteger legalmente a la comunidad y a sus derechos.
Los campesinos, en cambio, se vieron desplazados, lo que les negó la posibilidad de crear vínculos vitales con el espacio, algo fundamental para la construcción de la memoria indígena sobre el territorio.
La Anuc aún existe y está en proceso de redimirse, pero sí perdió mucha fuerza. Las negociaciones actuales con Fedegán son un ejemplo de que la Anuc es actor, pero no es el único ni será el único que tenga protagonismo en la reforma agraria que busca Petro.