Camila Esguerra Muelle, de la U. Javeriana, habló con La Silla Académica sobre lo que significa que las que llegan al país terminen de empleadas de servicio.
Las migrantes venezolanas terminarán cuidando a otros

Hace ocho días, el Gobierno presentó el Conpes para atender a los migrantes venezolanos, que además de ser insuficiente en los recursos y planes, no tiene en cuenta los efectos particulares que tiene la migración para las mujeres, que pueden ser más del cincuenta por ciento.
A partir de la conversación que tuvo La Silla Académica con Camilia Esguerra Muelle, investigadora del Instituto Pensar de la Universidad Javeriana y experta en migraciones, y de la lectura de su artículo titulado “Se nos va el cuidado, se nos va la vida: Migración, destierro, desplazamiento y cuidado en Colombia”, estas son cinco consideraciones que el Gobierno colombiano debe tener en cuenta en su política de atención a las migrantes venezolanas y en su política de las actividades dedicadas al cuidado de otros, a partir de la experiencia nacional e internacional en la materia.
La puerta de entrada al mercado laboral de muchas migrantes venezolanas es el servicio doméstico y los trabajos de cuidado
En su artículo, Camila Esguerra Muelle anota que hay una correspondencia entre haber sido desterrada, desplazada o haber migrado y dedicarse a trabajos del cuidado como el empleo doméstico, por lo menos como puerta de entrada al mercado laboral urbano.
En América Latina y el Caribe, por lo menos hasta 2016, había tres millones y medio de mujeres migrantes de las cuales más de una tercera parte eran trabajadoras domésticas. Migran primero de zonas rurales a las ciudades y luego hacia países del norte, o industrializados.
De ellas, un alto porcentaje llega a los lugares de destino a desempeñar trabajos de cuidado como trabajos del hogar, a cuidar niñas, niños, ancianas, ancianos y personas enfermas o en situación de discapacidad, a realizar servicios generales o a desempeñarse como camareras de hotel, auxiliares de enfermería, “madres comunitarias”, entre otros
“Las empleadas domésticas en su gran mayoría migrantes internas e internacionales, son la cara más notable de las cadenas locales y globales de cuidado, anota Esguerra Muelle.
Esto sucede porque con frecuencia las redes de familiares, vecinos y amigos son las redes que las ayudan a migrar y a emplearse precisamente en oficios que implican cuidar a otros.
Muchas migrantes venezolanas van a terminar en un nicho de empleo precario
En Colombia se calcula que hay más de 750 mil trabajadoras del servicio doméstico de las cuales el 95 por ciento vienen de lugares con una predominancia de población afro e indígena. Esto muestra, según Esguerra, que hay un trasfondo racista y sexista en cómo se organiza la economía del cuidado colombiana atada a la migración interna e internacional.
Aunque ha habido nuevas leyes para protegerlas y ha aumentado la formalización del empleo doméstico, las cifras arrojan que aún el 85 por ciento de las trabajadoras domésticas sigue en la informalidad, el 68 por ciento recibe menos de un salario mínimo mensual y sólo una tercera parte está afiliada al régimen contributivo de salud.
“Muchas migrantes venezolanas van a terminar en ese nicho de empleo en condiciones igualmente precarias o peores a las que ya afrontan las colombianas”, alerta Esguerra.
Mientras de este lado hay mucha gente que cuida a otros, del otro lado de la frontera escasean
Como ha pasado en Colombia con el desplazamiento de mujeres de las zonas rurales a las ciudades, y con la migración a países como Estados Unidos y España, muchas mujeres venezolanas migrantes han dejado hijos o familiares que estaban bajo su cuidado, señala Esguerra.
Esa fuga de cuidado, que también ha experimentado nuestro país, es cubierta por el trabajo no remunerado o mal remunerado de otras mujeres, niñas y niños, ancianas (y personas lbti). Redes de vecinas, de familiares o de las llamadas madres comunitarias en sus lugares de origen sin remuneración o en condiciones de extrema precariedad.
Adicionalmente, dice Esguerra, con frecuencia se ven amenazados conocimientos ancestrales sobre el cuidado, sobre todo cuando se trata de afros e indígenas, todos ligados al territorio del que fueron arrancadas.
Los “déficit de cuidado” que se están produciendo en áreas rurales, sectores populares y los llamados ‘países en vías de desarrollo’, de donde provienen la mayoría de las mujeres migrantes internas y externas, no ha sido suficientemente analizada, anota Esguerra.
La migración de mujeres que cuiden se requiere cada vez más
En su artículo, Esguerra indica que hay cerca de 67 millones de trabajadoras y trabajadores domésticos en el mundo y al menos una de cada cinco es migrante internacional.
La demanda por este tipo de trabajo está creciendo con el ingreso de cada vez más mujeres al mercado laboral, que está ocurriendo en el mundo y, en el país, como lo dejan ver los resultados del último censo.
Al mismo tiempo, dice Esguerra, “la migración de cuidado resulta muy rentable para el capitalismo, que va en detrimento de la vida de las mujeres, en particular, y de la vida misma que cada vez se sostiene más a costa del trabajo de mujeres migrantes, desterradas, desplazadas, campesinas, racializadas y empobrecidas”.
Las migrantes venezolanas pueden sufrir un mayor empobrecimiento pese a su aporte a la productividad del país
Se calcula que las mujeres en Colombia aportan un 16 por ciento del PIB en trabajos domésticos no remunerados.
Según cifras del Dane, citadas en el artículo de Esguerra, las mujeres en promedio dedican más de siete horas diarias a trabajos no remunerados de cuidado mientras los hombres sólo dedican tres horas. En el campo, ésta aumenta a ocho horas, en el caso de las mujeres, mientras que la de los hombres se mantiene.
Sin embargo, lo que se denomina “reproducción social”, es decir, los cuidados que permiten que la vida se sostenga, han sido arbitraria y artificialmente desligados de la economía productiva, y tradicionalmente mal remunerados simbólica y monetariamente, señala Esguerra.
Al dolor de la migración de las venezolanas se suman las formas intrincadas de empobrecimiento que sufren las mujeres dedicadas a trabajos del cuidado.
Su permanencia en la casa de empleadores, porque trabajan como internas o porque tienen jornadas muy largas, su desconocimiento del lugar de llegada, la ausencia de redes sociales y el poco tiempo libre del que disponen, las enfrenta a un aislamiento y una soledad que configura parte de su pobreza. Por otro lado, sufren la paradoja de que cuidan a otros, pero nadie las cuida a ellas, concluye Esguerra.
Para citar:
Esguerra, C,. & Sepúlveda, I,. & Fleischer, F. (2018). “Se nos va el cuidado, se nos va la vida: migración, destierro, desplazamiento y cuidado en Colombia”. Documentos de Política (3). Universidad de los Andes. 1-32.
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