La sentada a negociar tanto del Gobierno como de las Farc se ha sustentado en la incapacidad de ambas fuerzas de alcanzar sus objetivos por la vía de las armas. 

¿Qué pasó en el caso de esa guerrilla?

Una investigación de Enzo Nussio, investigador senior del Center for Security Studies (CSS) en ETH Zurich y Juan Esteban Ugarriza, profesor de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario muestra que las Farc tuvieron una pérdida masiva de integrantes en los años anteriores. 

Nussio y Ugarriza analizaron con métodos cuantitativos y cualitativos una base de datos del Ministerio de Defensa de 19 mil excombatientes de las Farc que abandonaron la guerra entre 2002 y 2017. La información más completa que tenga algún Estado en conflicto sobre deserciones de un grupo armado ilegal. 

En su artículo “Why Rebels Stop Fighting: Organizational Decline and Desertion in Colombia’s Insurgency”, publicado en International Security, la revista más prestigiosa de Relaciones Internacionales en el mundo, sostienen que las políticas de deserciones de los gobiernos no fueron determinantes y por el contrario tienen efectos no deseados./p>

Con base en ese artículo y en la conversación con los investigadores, La Silla Académica presenta tres factores determinantes de las deserciones de los exguerrilleros de las Farc y el efecto colateral de la política de deserción, que arrojan luces sobre hacia dónde debe el Estado encaminar sus esfuerzos para la terminación de los conflictos, que todavía hoy se mantienen en el país.

Las bajas de grandes cabecillas inclinan la balanza para salirse de la guerra

A menudo pensamos que la deserción de los excombatientes es una decisión puramente individual y no es así”, dice Nussio.

Un combatiente, explica Ugarriza, tiene muchos motivos para quedarse en la organización: “Cree que se metió a la guerra para cambiar el país y por eso está dispuesto a arriesgar su vida”. 

A eso se suma la amenaza de ser castigado si se retira, por ejemplo. 

Al mismo tiempo tiene razones para irse. “Antonio García, la cabeza número uno del ELN decía en las negociaciones en Cuba: ‘ojalá volvamos a ver a nuestras madres’”, cuenta Ugarriza.

Lo que la investigación muestra es que lo que termina inclinando la balanza para irse son condiciones externas: que la organización esté en declive, y eso se refleja en lo militar. “Cuando pasan un mal momento en el campo de batalla hay más deserción, lo que es bastante intuitivo”, dice Nussio. “Lo vimos claramente ahora con las fuerzas militares del Gobierno Afgano”.

La investigación de Nussio y Ugarriza muestra una clara relación entre bajas del Estado Mayor Central de las Farc y deserciones masivas. Dada la importancia de los líderes guerrilleros y su lugar en la organización su muerte era conocida por todos los combatientes hacia abajo. 

“Cuando a un guerrillero le matan su líder el mensaje es que no son tan fuertes como pensaban y en esa medida empieza a tener menos confianza en que se van a poder tomar el poder por las armas”, dice Nussio.

En cambio, los investigadores revisaron los efectos de campañas masivas del Gobierno invitando a la deserción que se hicieron en las navidades de 2010, 2011 y 2012, o de la entrega de propaganda o transmisión de mensajes por megáfonos en los encuentros en combate, y encontraron que no tuvieron ningún impacto en la deserción.

“Aunque esas campañas enviaban un mensaje a toda la comunidad de la posibilidad de reconciliación, de darle una segunda oportunidad a los combatientes, su efecto fue muy limitado en cuanto a deserciones”, asegura Nussio.  

Una organización marxista también está sujeta a los precios internacionales

El otro factor que inclina la balanza de los deseos en tensión de los guerrilleros es lo económico.

Dado que muchos de los ingresos de las Farc venían del mercado de la coca, cuando hubo fluctuaciones en las tasas de cambio del peso al dólar, eso provocó un mayor número de deserciones.

“Había entonces menos plata para comida, uniforme, armamento e incentivos económicos”, explica Nussio.  

La razón es que un peso débil frente al dólar beneficia a los exportadores, incluídos los de cocaína: por cada dólar que es la moneda en que les pagan les entran más pesos. Por el contrario, cuando el peso se revalúa, es decir que aumenta su capacidad adquisitiva frente al dólar, eso se refleja en que la cocaína es menos rentable para quienes la exportan. 

“La motivación —complementa Ugarriza— para producir la pasta de coca, y ligado a eso para mantenerse en la guerra, disminuye. Esa fluctuación de la tasa de cambio afecta la economía del lugar donde está el grupo guerrillero y los combatientes optan por dedicarse a otras actividades, a otro tipo de cultivos”.

Por la misma razón, las políticas que buscan reducir el consumo de cocaína en los países demandantes tienen también un impacto en la deserción de combatientes en los países productores. “Algo que llama la atención sobre las interconexiones entre países desarrollados y países en conflicto”, dice Nussio. 

“Es lo que llamamos la economía política del conflicto”, agrega Ugarriza.

La severidad del castigo y no la incapacidad de castigar aumenta la deserción

“Se suele creer que lo que aumenta las deserciones de una guerrilla es la pérdida de control sobre su gente cuando están en una mala racha por la presión militar de la que están siendo objeto o por la pérdida de ingresos económicos”, dice Nussio.

Lo que los investigadores encontraron es que lo que aumentó la deserción en el caso de las Farc no fue eso.

Para evitar las deserciones, explica Nussio, por la vía de la coerción los grupos armados juegan con dos variables: la certeza de que van a castigar a quien se atreva a hacerlo y la severidad de las penas. 

Aunque las Farc pudieron haber perdido control en la aplicación extendida de los castigos cuando estaban bajo una ofensiva militar fuerte, fueron estratégicas en la imposición de penas severas cuando se daban cuenta o sospechaban que alguien había cometido una infracción de forma que fuera ejemplarizante para los demás. 

Pero lograron el efecto totalmente opuesto. Nussio y Ugarriza encontraron que tras las bajas de los comandantes Alfonso Cano o Raúl Reyes, las Farc llevaron a cabo muchas ejecuciones de combatientes lo que aumentó la percepción de arbitrariedad en los guerrilleros rasos. Y con eso el aumento del deseo de salirse de la guerra. 

“Algunos se acordarán de la Masacre de Tacueyó en el Cauca. El comandante del comando Ricardo Franco de las Farc ejecutó supuestos espías en un “juicio” que duró tres meses a finales de 1985. Pero si tienes al Ejército encima no puedes demorarte ese tiempo y con eso la sensación de injusticia en los combatientes es aún mayor”, dice Ugarriza. 

El efecto no deseado de la política de deserción: ¿salida del conflicto de combatientes viejos o nuevos niños reclutados?

Uno de los efectos no deseados de la deserción de los excombatientes es que aumenta el reclutamiento de menores de edad. 

“Cuando se intenta atender un problema que tiene causas más profundas con una política de seguridad lo que pasa es que se genera una especie de reciclaje de la guerra”, dice Nussio. 

Las Farc adoptaron en un comienzo que la edad mínima de reclutamiento de menores fuera 15 años, según se lee en un documento del año 65 del Bloque Sur comandado por Manuel Marulanda. 

“Teniendo en cuenta el mundo campesino y que los niños empiezan a trabajar desde que están pequeños, eso era sensato. Podía haber una consideración práctica de que fueran más capaces los mayores de 15 años o incluso moral”, dice Ugarriza.

Con el tiempo aumentaron incluso la edad límite para reclutar. Pero con la deserción masiva de exguerrilleros, lo echaron por la borda.

En este gráfico se ve que entre 2008, cuando se dio el mayor número de deserciones, y 2012 cuando arrancaron las negociaciones, la línea de miembros es prácticamente la misma. “Compensaron reclutando nuevos integrantes”, dice Nussio. 

“Eso explica el dicho de que con las Farc acabaron tres o cuatro veces”, agrega Ugarriza. 

Y por eso los investigadores creen que las políticas de deserción tienen un costo alto.

“Por un lado, fueron un éxito rotundo porque las Fuerzas Militares recibieron un montón de información del enemigo. Aunque después hubo una saturación que tuvo como efecto que un desertor adicional no hiciera diferencia”, explica Nussio.

“Pero genera una paradoja —continúa— porque por un lado se desestimula a algunos guerrilleros viejos de que se mantengan en la organización al tiempo que se estimula a unos jóvenes a que entren. Eso desde un punto de vista humanitario es peor. Y desde el punto de vista de resolver el conflicto armado no se avanza mucho”.

Si bien, Nussio reconoce que a la larga la política de deserción masiva puede haber llevado a la negociación porque la organización se desgastó. 

En el año 2002 cuando arrancó una gran ofensiva en contra de las Farc, la estrategia de Marulanda fue irse retirando lentamente de la zona de distensión y replegarse mientras terminaban los cuatro años que duraría el Gobierno Uribe, cuenta Ugarriza. 

Pero no contaban con la reelección y con ella de la mayor duración de la ofensiva militar. Además, según el investigador, el exjefe de las Farc se quejaba en cartas de la mala calidad militar de sus hombres. “Muchos de ellos eran en ese momento menores de edad recién reclutados en el Caguán que no tenían moral para luchar si sus uniformes estaban sucios, o si no tenían las mejores AK-47 o si no comían bien. ‘Si me tengo que quedar con 50 guerrilleros de verdad, me quedo con 50 de verdad’, decía Marulanda, según Ugarriza. 

Y de hecho en los testimonios que los investigadores leyeron de excombatientes curtidos ellos se quejaban de tener que combatir al lado de personas inexpertas, lo que también alimentaba la deserción. 

En efecto, explica el investigador, ahora se está hablando de la Operación Berlín en la que cayeron muchos menores de edad porque se trataba de un bloque móvil conformado en su mayoría por niños y jóvenes que no tenían como responder frente a la fuerza de despliegue rápido del Ejército. 

“Las Farc podría haber continuado indefinidamente la guerra, pero no tenía la misma calidad de combatientes”, dice Ugarriza.  

El caso es que la deserción no acaba con la organización aunque la debilite cualitativamente.

“No hay alternativa —dice Nussio— el gobierno en todo caso tiene que tener un plan para recibir e integrar a los combatientes que se quieren desmovilizar”.

“Pero la pregunta podría ser si en vez de enviar mensajes por el megáfono para que los combatientes se desmovilicen, deberían enviárselos a los jóvenes de los lugares donde tienen influencia las guerrillas, comunicándoles las oportunidades que tienen diferentes a la violencia”, complementa Ugarriza. 

Soy la editora de La Silla Amazónica desde 2024 y estoy a cargo del Curso de Inmersión de La Silla. Fui la editora del Detector de Mentiras desde mediados de 2022 hasta 2023. Y previo a eso fui la editora de La Silla Académica desde 2017, un espacio que creamos con Juanita León para traducir periodísticamente...