Alejandro Castillejo, experto en transiciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la universidad de Los Andes, explica las dificultades de estos procesos.

Alejandro Castillejo, experto en transiciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la universidad de Los Andes, explica las dificultades de estos procesos.
A raíz de los ataques que ha sufrido Timochenko en las últimas semanas en los diferentes lugares que ha visitado como candidato, La Silla Académica habló con Alejandro Castillejo, profesor de antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de Los Andes y director del Programa de Estudios Críticos de las Transiciones (Pect), quien escribió el libro “La ilusión de la justicia transicional: perspectivas críticas desde el Sur Global”.
En él llama la atención sobre las expectativas exageradas pero también sobre las oportunidades de este momento de transición que estamos viviendo a partir de su experiencia en los procesos de Sudáfrica y Perú.
La Silla Acadmémica: ¿Los ataques que ha sufrido Timochenko confirman su idea de que la transición hacia una nueva nación es una ilusión?
Alejandro Castillejo: Ilusión en dos sentidos. Porque teníamos unas expectativas distintas y porque estamos equivocados si creemos que cambiar en algo este país va a ser fácil. Los ataques son una expresión de la realidad psicótica y ambivalente que estamos viviendo. Estamos en un escenario transicional, en un intermedio, en que los conceptos a través de los cuales solíamos comprender la realidad están cambiando. Las categorías de guerrilla, ilegalidad, armas, pena, se están transformando.
Hay una tensión obvia entre entre quienes alegan que los ex guerrilleros (supongo que los 14 mil) tienen primero que pasar por la JEP o, incluso, ser penalizados por la justicia ordinaria, y quienes creen que pueden saltar directamente a la contienda electoral mientras el proceso de justicia se adelanta.
El problema es que la visceralidad con que se expresan los sentimientos aquí es peligrosa. Hace un par de días frente a los ataques a Timoleón Jiménez, un abogado invitó por twitter a que apretaran el gatillo, que él los defendía.
Estamos viviendo la confrontación armada con palabras, pero de un lado.
LSA: ¿Tiene esto que ver con lo que usted llama la militarización de la vida diaria de los colombianos?
A.C.: Las transiciones implican el colapso de una forma dicotomizada de ver el mundo en la que hay una separación entre amigos y enemigos que encarnan todo lo que uno considera que no es, o entre patriotas y terroristas, que habitan campos completamente separados.
Para algunas personas en este país el único mundo posible es el mundo sin los otros, ¿no sería eso la misma historia que hace 50 años?
Podría explicar lo de Timochenko de una forma muy sencilla (además de los obvios odios). Todos los seres humanos habitan espacios sociales. No tenemos problema cuando el otro (que consideramos peligroso o indigno, por pobre, por ejemplo) está rondando nuestro espacio social hasta que cruza cierta frontera imaginaria. Es lo que pasa por ejemplo cuando alguien siente pesar por los desplazados hasta que se instalan en la casa del lado.
Los ex guerrilleros de las Farc que habían sido concebidos como un peligro cruzaron una frontera que no se esperó que pudieran cruzar y sin haber pasado por el proceso de purificación de la justicia. A lo que se suma que Timoleón Jiménez encarna la guerra misma.
LSA: Algunos dicen que si hubiera un real arrepentimiento de los los exguerrilleros de Las Farc, las cosas serían diferentes, ¿usted está de acuerdo con esto?
A.C.: Estamos en el comienzo de toda una historia. La JEP y la Comisión de la Verdad están previstas para que funcionen durante una década y tres años, respectivamente. Creo que el partido político de la Farc sabe que su futuro político depende de que los colombianos no sientan que se están haciendo los locos con eso.
Ahora bien, al Estado colombiano también le ha sido difícil reconocer su responsabilidad, pedir perdón, salvo cuando ha mediado una orden de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Las transiciones no son procesos homogéneos en la que todos nos cogemos de la mano y pasamos de la guerra a la paz, sino que están llenos de complejidades. Me parece que Timoleón Jiménez ha hecho un proceso de transformación de él mismo.
LSA: Para usted las transiciones tienen tres etapas, imaginar lo inimaginable, ver como lo imaginable se convierte en algo posible y, luego en algo realizable, ¿en qué etapa estamos?
A.C.: Las transiciones son como una tesis.
En la primera reunión con el director, el estudiante le dice que con su proyecto quiere cambiar la historia de la antropología para que haya una antes y después de él.
A los seis meses vuelve y le dice que ha reflexionado mejor y que lo más importante es hacer un buen proyecto con el que se sienta a gusto y, finalmente, vuelve a los siguientes seis meses y le dice que está cansado y que lo único que quiere hacer es cumplir con el requisito para graduarse.
Imaginar lo inimaginable significó pensar que las Farc hicieran política sin armas. Ver que lo imaginable podía ser posible sucedió quizá en el momento del apretón de manos entre el presidente Juan Manuel Santos y Timoleón Jiménez al presentar el Acuerdo firmado en Cuba.
Estamos en la etapa de lo realizable, que es hacer lo que podemos hacer de todo lo que pensamos que era posible.
Estamos en la etapa de lo realizable, que es hacer lo que podemos hacer de todo lo que pensamos que era posible.
LSA: ¿Qué ha sido lo realizable?
A.C.: Principalmente la aprobación de los mecanismos de justicia, verdad y reparación, es decir, la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos, que son, precisamente, los que hacen que este proceso, mínimamente, cumpla con los estándares internacionales.
Otros puntos transformadores como el de tierras, por ejemplo, están quedados.
Lo realizable tiene que ver también con cómo van a operar esas instituciones y sobre qué tipo de violencias harán énfasis. Si lo hacen sobre reclutamiento forzado, estarán enfocados en la responsabilidad de Las Farc, si lo hacen sobre tortura, estarán extendiendo el espectro también al Estado. Hay una serie de decisiones técnicas que deberán tomarse, que moldearán lo realizable y que pueden estar lejos de lo que nos imaginamos posible.
LSA: La reacción que ha tenido la gente frente a la campaña presidencial de Timochenko muestra la dificultad de hacer política para la Farc sin haber pagado un día de cárcel. Usted habla de los beneficiarios políticos y económicos del conflicto en su libro ¿Cree que eso justifica la negativa de la Farc a ser los únicos en ir a la cárcel porque consideran que no son los únicos responsables?
A.C.: Sí creo que no son los únicos responsables. Las guerras se hacen entre varios. Situar la responsabilidad en uno solo de los polos del conflicto es un error, conveniente para algunos, claro. En Colombia llevamos diez años hablando de memoria (y eso está bien, aunque ha producido cierta saturación), pero muy poco de historia, y con ello, de los beneficiarios de la guerra. Tengo la sensación que que no hay una idea clara de lo que ha pasado y se piensa que sólo hay "malos" absolutos y "buenos" absolutos. Hay una polarización absoluta, alimentada mediáticamente. Todo el mundo habla aquí desde una supuesta altura moral.
El paquete tecnológico que yo llamo la justicia transicional es una plantilla que abarca únicamente las graves violaciones a los derechos humanos pero no abre la discusión sobre los beneficiarios del conflicto.
Cuando se incluyó el término “terceros responsables” me pareció interesante pero dada su connotación penal esto prendió rápidamente las alarmas bajo el argumento de que se convertiría en una cacería de brujas lo que culminó en que no fuera obligatorio que se presentaran ante la Comisión de la Verdad.
LSA: ¿A qué se refiere con “beneficiarios” del conflicto?
A.C.: Hay gente que es responsable de crímenes concretos, como la que financió, operó con grupos armados legales e ilegales. Pero hubo otros que sin intervenir, directamente, en el conflicto se beneficiaron económica y políticamente del estado de cosas que había y, ahí hablamos más de una responsabilidad moral.
Esto no tiene que aterrizar en la JEP pero debería hacer parte de un diálogo colectivo serio como sociedad.
LSA: ¿De qué tipo de beneficios estamos hablando?
A.C.: Por ejemplo la amplia circulación (compra-venta) de tierras que hubo sobre las que había duda de que habían pertenecido a personas desplazadas, sobre todo, en lugares donde hubo hegemonía de grupos guerrilleros o paramilitares.
O la limpieza de zonas donde había guerrilleros o paramilitares en las que después se sembraron extensas plantaciones de palma africana.
En el caso de Sudáfrica, que he tenido la oportunidad de estudiar, los blancos fueron claros beneficiarios económicos del Apartheid. Gracias al despojo que sufrieron los negros africanos aquellos tuvieron acceso a tierras en las que construyeron lujosos centros comerciales y residencias y, pese al reclamo por lo que les robaron, la transición no logró (y nunca fue su intención) que se revirtiera ese estado de cosas.
LSA: Hace una semana mataron a otro líder social, el ELN anunció que promoverá un paro armado en todo el país, la violencia de las bandas criminales se ha recrudecido, la inseguridad se sigue sintiendo en las ciudades, ¿Estábamos equivocados pensando que las Farc eran nuestro principal problema de seguridad?
A.C.: El problema radica en lo que yo llamo la “promesa de la transición”.
Se parece mucho al rito católico del bautismo. Hay una transición entre el momento que un niño o niña entra a la Iglesia como un alma sin nombre y el momento del baño con agua bendita en que no sólo adquiere nombre y entra a hacer parte de la comunidad sino que se espera que se convierta en el católico ideal.
Aquí y en muchos países se generó la expectativa que después del paso por la “iglesia” transicional vamos a ser una sociedad distinta, lo que está representado en el lema “todos por una nueva nación”, que era una apuesta por sacar al país de la violencia, pero una apuesta descomunal. De hecho Colombia está viviendo varias transiciones, por decírlo así. Una con los paramilitares, saliendo de Justicia y Paz (que pareciera se rearman), el posconflcto con Las Farc, y los diálogos con el ELN. No hay nada peor que una sociedad que se decepcione de su propio proceso.
LSA: Su escepticismo frente a lo que llama “la promesa transicional” ¿es diferentes al de los políticos del No?
A.C.: Yo tengo críticas debido a mi quehacer intelectual y a que he conocido de cerca los escenarios transicionales de Sudáfrica, Guatemala y Perú en los que se prometieron (o insinuaron por lo menos) cambios muy grandes que no se cumplieron.
Esto es diferente de los políticos que construyen sus carreras políticas sobre el fracaso de la transición en función de sus cálculos electorales.
Y de quienes querían extender la guerra y su crítica no es a la transición sino que más bien tienen una nostalgia guerrerista y de la noción del victorioso.
LSA: ¿Por qué es escéptico?
A.C.: Soy un realista. Lo que pasa es que los conflictos son como hoyos negros, estamos metidos en ellos y no vemos nada más alrededor. Además, lo que vemos sólo lo leemos a través de tres conceptos “verdad”, “justicia” y “reparación”.
La justicia transicional está diseñada para acabar con una confrontación y no para tranformar un estado de violencias más amplio; por tanto, se prometen unos mundos totalmente nuevos pero con las mismas contradicciones que subyacen a los conflictos. Basta ver en qué están los sudafricanos.
Allá, por ejemplo, veinte años después de la Comisión de la Verdad, los negros africanos siguen viviendo en las mismas condiciones de miseria crónica.
LSA: ¿Nos vamos a quedar cortos con la JEP y la Comisión de la Verdad para tener una sociedad mejor?
A.C.: La cuestión es que la justicia transicional opera como lo que yo llamo el “Evangelio global del Perdón y la Reconciliación”, es decir, está basada sobre la idea de una verdad que nos libera, que tiene rasgos bíblicos y psicoanalíticos, y que se obtiene a través de un modelo aplicable a todas las sociedades.
Pero lo cierto es que todas las sociedades son diferentes e, incluso, al interior de ellas hay muchas diferencias.
Adicionalmente, hay una creencia de que la justicia transicional tiene como finalidad la restitución del estado de derecho porque la causa del conflicto es la falta de imperio de la ley. Yo creo que nuestro gran reto no es construir una paz institucionalizada.
Un pariente me decía hace poco: Cuando yo veo a Timochenko en televisión, lo veo así como de lado
LSA: ¿Entonces qué paz?
A.C.: Un pariente me decía hace poco: “Cuando yo veo a Timochenko en televisión, lo veo así como de lado” (se pone la mano en la cara). Lo mismo le pasa también a algunas víctimas cuando están en frente de sus victimarios, sea guerrilla, paramilitares, ejército.
Ese gesto de no poder verle el rostro al “enemigo”, al que se considera un salvaje, un bárbaro, que no tiene ni derecho a estar vivo, es ante todo una forma de protegerse, de lo que podrían ver como la trampa de caer en la seducción de humanizarlo, de poder estar de acuerdo con él en algo, debido a un principio básico: las guerras no pueden existir si la gente se cae bien.
Recuperar la projimidad del otro es restablecer la confianza en él, aceptar que podemos convivir en un mismo espacio, reconocerlo como ser humano producto de una historia. Esto empieza incluso por los vecinos.
LSA: ¿Por qué dice que se trata de un proceso a pequeña escala?
A.C.: Porque se logra en el espacio de la vida diaria, en el que interactuamos cara a cara.
Adicionalmente, puede variar en cada caso. Algunas comunidades que hablan, por ejemplo, otras lenguas, ni siquiera tienen en su vocabulario las palabras “verdad”, "justicia" y "reparación".
Para otras el proceso de reconciliación pasa por comunicarse con los espíritus de sus antepasados, mientras que hay quienes sólo creen en un espíritu que es Dios y eso que tienen serias dudas. Por eso el proceso para obtener paz debe multiplicarse más no generalizarse.
LSA: Muchas personas entienden que las Farc hayan surgido en un contexto de desigualdad política y económica pero después consideran que el narcotráfico los corrompió y eso les impide justificar sus acciones ¿usted está de acuerdo con eso?
A.C.: Mi pregunta sería, a quién no pudrió la droga en este país.
En todo caso, las guerrillas no son entes absolutos sino instituciones complejas y contradictorias. Había guerrilleros que seguían convencidos de que estaban luchando por un ideal. Decir que todos eran unos narcotraficantes conlleva al mismo error que afirmar que todos los militares son violadores de derechos humanos, por ejemplo.
LSA: ¿A qué más cree que le hacemos el quite los colombianos?
A.C.: A tener clara la película completa de lo que pasó. Llevamos más de diez años con el tema de la memoria. La historia, con todo y sus interpretaciones, no ha estado mucho en el centro de nuestras indagaciones. Y la Comisión de Verdad, bueno, es también un organismo que nace en el seno de un campo de poderes. Habrá que esperar qué son capaces de hacer. Ni que decir de la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos. Es obvio que hay intereses que preferirían que no existiera.
Todos tenemos miedo de que nos saquen los huesos al aire libre.
LSA: Usted dice que a las “multinacionales de lo humanitario” tipo las grandes ONG's que tienen presencia en Colombia hay que indagarlas pese a sus buenos deseos. ¿Por qué?
A.C.:Porque algunas ONG’s encarnan nodos globales de circulación de conceptos, teorías, privilegios, concretamente, de modos de intervención (también son evangelizadores del dogma de la transición). No viven solamente de la buena fe sino que tienen que producir riqueza, por eso ejecutan proyecto tras proyecto a través de ONG’s más pequeñas con quienes subcontratan en el territorio. Amasan un poder enorme.
Todos tenemos miedo de que nos saquen los huesos al aire libre
LSA: ¿Cómo podríamos evitar tener la misma suerte de Nicaragua, Guatemala o el Salvador donde cesó la confrontación militar pero siguió la pobreza extrema?
A.C.: Las críticas más interesantes a todos los presupuestos fundacionales de la justicia transicional provienen de las comunidades indígenas y negras en el Pacífico y radican por una lado en apartarse de los proyectos de desarrollo que vienen de la mano de la transición porque ya saben que no les mejora su condición de pobreza y, por otro lado, han empezado a salirse del paradigma estatal para gestionar sus necesidades.
Saben que el Estado está ahí pero no esperan mucho de él. Yo personalmente creo que es un concepto que organiza las sociedades y las personas y que nos ha colonizado.
Se trata de formas alternativas de habitar el mundo en las que reúnen esfuerzos no sólo a nivel local sino con comunidades de otros países, para resistir la conversión de la selva en una mercancía monumental y sobrevivir, a través, por ejemplo, de proyectos como las despensas comunitarias.
LSA: Usted habla de la grandeza de Mandela al congregar varias generaciones y critica la falta de conocimiento y liderazgo del proceso de la Habana. ¿A qué se refiere?
A.C.: Los momentos históricos producen líderes concretos. En el caso del proceso de transición de Sudáfrica, por ejemplo, su mayor logro fue juntar lo que estaba desunido y ponerlo por encima de sus intereses partidistas.
Eso lo pudo hacer porque fue un gran líder y encarnaba en sí mismo la posibilidad del futuro, su experiencia de reconciliación con sus victimarios después de haber pasado 27 años en la cárcel hablaba por sí sola.
Mandela fue capaz de echarse el país al hombro para conducirlo hacia el futuro. Mientras en Colombia hay líderes que son capaces de echarse el país al hombro pero para mantenerlo en el pasado.
El proceso de paz, concretamente, no ha tenido un líder, por el contrario se sometió a los vaivenes de los intereses políticos y económicos de la clase política y Santos sólo ha sido un administrador de esos intereses.
Necesitamos a alguien que encarne algo supranacional pero lastimosamente no veo ningún candidato que represente eso en este momento.
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