“No exageremos el contraste entre el voto de opinión y el voto clientelista"

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Francisco Gutiérrez Sanín, profesor del Iepri de la U. Nacional, Laura Wills Otero, profesora del Departamento de Ciencia Política de la U. de Los Andes y Francisco Leal Buitrago, profesor emérito de la U. de Los Andes y de la Universidad Nacional.

Desde que Ingrid Betancourt increpó a Alejandro Gaviria por los apoyos que recibió del congresista de Cambio Radical, Germán Varón, y del liberal Miguel Ángel Pinto (aliado de la cuestionada casa Tavera en Santander), ha habido una discusión intensa en medios de comunicación y redes alrededor del concepto de “maquinaria”. 

Para dar luces sobre los límites entre maquinaria, clientelismo, corrupción en el contexto colombiano, La Silla Académica entrevistó a Laura Wills Otero, profesora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Los Andes y autora de “Partidos Tradicionales Latinoamericanos, 1978-2006”. A Francisco Leal Buitrago, profesor emérito de la Universidad de Los Andes y de la Universidad Nacional y autor de "Estudios sobre el clientelismo en el sistema político en Colombia". Y a Francisco Gutiérrez Sanín, profesor del IEPRI de la Nacional y autor del libro: "¿Lo que el viento se llevó? Los partidos políticos y la democracia en Colombia".

La Silla Académica 

Laura Wills Otero

Francisco Leal Buitrago

Francisco Gutiérrez Sanín 

¿Cuál es el almendrón del sistema político colombiano? 

Los vínculos entre los votantes y los políticos, a quienes les delegan la facultad de representarlos, son muy diversos. Los hay de tipo clientelar, personalista, programático. En Colombia confluyen todos ellos.

La mayoría de partidos usan los diferentes tipos de vínculos. En elecciones presentan programas y buscan llegarle a un electorado amplio. Pero también apelan al intercambio individual de beneficios materiales por el voto. Y esto va desde la compra del voto, lo cual es un acto de corrupción. Pero también hay otras relaciones que son duraderas que se mantienen en el tiempo entre el patrón y el cliente, que es quien recibe los beneficios, que algunas veces no son sólo para él solo sino para un sector de la población que tiene demandas específicas frente a necesidades insatisfechas que los políticos pueden suplir.

Los partidos tienen diferentes caras y el énfasis en alguna de ellas lo define el contexto en el que actúan. Colombia es muy heterogéneo, podrían ser varios países en uno solo. El tipo de política que se ejerce depende entonces de la disponibilidad de recursos que hay en cada lugar; de las tradiciones; de si hay o no políticos —caciques— o grupos de políticos —clanes— que hayan acumulado poder en una determinada región; de la tendencia ideológica: hay regiones que siguen siendo tradicionalmente conservadoras o liberales

¿Nuestro sistema político ha sido un continuo desde el Frente Nacional o ha habido transformaciones importantes en el tiempo?

El clientelismo es parte de la política en todo el mundo. Con mayor o menor énfasis. En Colombia era débil porque antes de mediados del siglo pasado no había mucha capacidad económica. Pero después se disparó.

Al establecerse la paridad entre partidos durante el Frente Nacional, lo que hicieron fue crear más cargos en el Estado para repartirlos por mitades entre los liberales y los conservadores, y que quedaran más o menos iguales. El presupuesto aumentó enormemente y con ello el número de contratos públicos, lo que potenció el clientelismo. Lo llamé por eso el sistema político del clientelismo porque es uno de los ejes fundamentales para poder hacer política. Y es la base de lo que tenemos hoy.

El debilitamiento del partidismo tras el Frente Nacional siguió permeando todas las relaciones políticas al punto de que el peso de los dos partidos políticos tradicionales se terminó a principios de este siglo con el triunfo del Álvaro Uribe que sacó más votos de los liberales y conservadores.

El extremo de ese debilitamiento lo vemos hoy con un número de precandidatos que no había sido tan grande como ahora. 

En la esencia de la configuración de nuestro Estado está un sistema político muy clientelista. Pero hay clientelismos y clientelismos, acá y en muchos países del mundo.

El clientelismo del Frente Nacional tuvo muchas especificidades. Pasó por un esfuerzo por construir agencias del Estado al calor de algunas macrorreformas sociales que se estaban proponiendo, no sólo la agraria sino la creación de juntas de acción comunal. Estas funcionaban como un contrato entre las comunidades y el Estado para construir barrios. Ellos ponían la mano de obra, el Estado el cemento. 

Por otro lado, había una repartija del Estado basada en una exclusión política explícita porque sólo podían tomar cargos liberales y conservadores, pero alrededor de un programa desarrollista y de reformas, que era lo que tenían en la cabeza personajes como Alberto Lleras o Carlos Lleras.

Julio César Turbay Ayala llega después a la Presidencia y encarna la ambivalente de un Gobierno muy corrupto y a la vez con una apuesta de movilidad social ascendente. Ahí el clientelismo cambia fundamentalmente por dos grandes razones: los barones electorales de los departamentos empiezan a ser los dueños directos de los votos y no los partidos, y eso altera radicalmente las relaciones de poder.

Y, por otra parte, se conforman coaliciones departamentales muchas paramilitarizadas, narcotizadas, antisubversivas y por lo mismo muy bien entroncadas con el Estado nacional y a la vez con dinámicas abiertamente criminales. Esa es la gran crisis del Estado de los 80. Sobre esa contradicción se basó el Gobierno de Virgilio Barco. Al tiempo que buscó limpiar la política fue elegido por los hampones. Trató de cerrar la puerta de legalidad al paramilitarismo desmontando la legalidad de las autodefensas, pero al mismo tiempo les abrió toda clase de posiciones en su gobierno. Hay entonces una ambivalencia que no se resuelve con "denuncias" que no pueden tener fuentes conocidas o rasgándose las vestiduras en la defensa de un personaje impoluto.

Esa ambivalencia desemboca en la Constitución del 91 que es un esfuerzo de democratización vigoroso. Pero legaliza por una parte la fractura territorial de los partidos y por otra parte el faccionalismo.

Hasta 1998 los dos grandes partidos tradicionales se quedaban con la tajada del león de casi todas las votaciones diferentes a las de cuerpos colegiados, pero con el trauma del Proceso 8000 y la apropiación del voto por los jefes regionales —ya no era de los partidos— éstos se van rompiendo y aparecen nuevas clases de "bichitos":

Transicionales. Personas que tienen todas las destrezas de la política tradicional, pero que se reinventaron: Álvaro Uribe, Noemí Sanín.

Una izquierda electoral significativa que nunca existió en Colombia —por eso es escandaloso que Ingrid Betancourt diga que siempre había existido—. que encarna una serie de apuestas políticas marcadas por la inestabilidad.

En tercer lugar, fuerzas identitarias, étnicas, regionales, religiosas, que tienen discursos diferentes a los tradicionales aunque en asocio con ellos: el mundo nunca se reinventa desde cero.

Y la gran innovación de una derecha pura y dura que trata de marcar distancias respecto al mundo tradicional y en eso Uribe fue muy explícito desde el comienzo. Esa nube uribista da lugar a un mundo de partidos algunos de los cuales ya murieron porque no tenían célula parlamentaria sino asamblea del patio 5 de la Modelo: Alas Equipo Colombia. Otros sobrevivieron: el Partido de la U, Cambio Radical y después el Centro Democrático.

Hay que estar muy ciego para no entender que este es un país muy distinto políticamente, pero naturalmente ese país muy distinto no es un país bonito. No es “Encanto”.

La política es dinámica. Ha habido cambios en la forma de hacer política y en la composición de la política. No solamente con la Constitución del 91, con esa Carta amplia de derechos, de posibilidades de participación y de formar relativamente fácil partidos y competir en las elecciones. Eso se ha fortalecido después con las reformas que han reconfigurado el sistema de partidos de uno bipartidista a uno súper multipartidista atomizado y luego a uno más organizado después de la reforma política del Acto Legislativo 01 de 2003.

Francisco Leal y Andrés Dávila han mostrado a lo largo del tiempo cómo han operado las diferentes formas de clientelismo. Hoy, pese a los cambios que ha habido, podemos verlos todos dependiendo del contexto, del lugar: clientelismo tradicional, más moderno, de mercado, armado. 

En el contexto actual de debilitamiento de los partidos políticos ¿Cuáles son los lindes entre maquinaria, clientelismo, corrupción, mafia? 

En el libro “Lo que el viento se llevo” cito a una antropóloga, Lucy Mair, que define el clientelismo como una amistad asimétrica. En política es intercambio de votos por favores. Esos favores se expresan de distintas maneras: a veces son colectivos, también individuales. No necesariamente criminales. Los políticos en las regiones patinan cupos para colegios, medicamentos. Una distribución muy al detal.

En la época de oro de los partidos, años 50, 60, 70, la expectativa era que ese tipo de vínculos se cambiaran por relaciones más universalistas, estandarizadas, donde equipos de funcionarios o voluntarios, “maquinarias” de los partidos políticos, captaran y procesaran las preferencias de la gente. Que se reunieran con expresiones de diferentes sectores de la sociedad: federaciones de industriales, de sindicatos. Así pasó con los grandes partidos de Europa continental y de Gran Bretaña, pero ahora se ha deteriorado en todo el mundo.

Acá en Colombia varios trataron de emularla, los que compitieron y ganaron fueron los dos partidos tradicionales. Durante el Frente Nacional buscaron carnetizar a la gente, que pagara una cuota. Pero eso nunca pegó. Entonces aquí lo que llaman maquinaria son redes clientelistas que ponen votos amarrados.

En todo ese proceso hasta ahora sí se perdió la estructura partidista —que en todo caso nunca fue tan fuerte—. El sistema es más dinámico y flexible, se pueden decir cosas sin que haya un jefe partidista que lo castigue. Pero puede llegar personal muy poco preparado, irresponsable, hampones, gente opaca, simplemente loquitos que pueden acumular posiciones de poder y en un país tan inestable eso es un problema grande.

Desde comienzos de este siglo hay un montón de expresiones nuevas y al mismo tiempo las voces que se articularon a esas voces nuevas son muy complicadas. Por una parte los grupos armados, a veces por la vía de los procesos de paz que es legítima, a veces por otras vías malosas.

En cuanto a la corrupción si uno toma una posición estrictamente legalista de pronto logra avanzar: un político es corrupto cuando para conquistar votos viola la ley. Resulta que si uno va por eso que parece mecánico se encuentra con una cosa súper “gordota” y es que el sistema político colombiano no cabe todavía dentro de la legalidad y es terrible! Entonces lo que toca hacer, que era una promesa de la Constitución de 1991, pero nunca la logró, es meter al sistema político colombiano dentro de la legalidad.

El clientelismo significa poder comprar algo en cualquier actividad política: unos reciben la oferta de un número de votos a cambio de sumas de dinero o de algún beneficio económico fundamentalmente. Las relaciones políticas son desiguales en términos de que no hay equidad en los beneficios.

No hay clientelismo sin corrupción. Antes la compra de votos era muy clara en términos de darle comida a la gente o transporte o plata. Pero cuando el Estado creció con el Frente Nacional, crecieron los contratos sobre la base de dineros oficiales, de plata de los contribuyentes. ‘Yo lo apoyo con los votos y usted me retorna después cuando gane el puesto en el Congreso, la alcaldía, la Presidencia, con contratos públicos".

Ese es el esquema de la fuerza de la corrupción en la actualidad con contratistas que no dan garantías. Se improvisan empresas que no tienen ninguna base de calidad para lo que se comprometen en los contratos y de ahí el fracaso en las obras públicas: sin terminar, con dos o tres períodos más de retraso o con accidentes de que se derrumban las obras.

Una maquinaria, por otro lado, es un grupo con un líder que tiene un anclaje en el Estado con cierta estabilidad. 

Ahora bien, en Colombia el proceso político está estrechamente relacionado con las violencias. La historia del país está marcada por violencias sucesivas: las guerras civiles del siglo XIX, los cambios de hegemonías de partido, la época de la Violencia de las dos décadas de mediados de los 40 y mediados de los 60, luego la exacerbación de las guerrillas, la formación del paramilitarismo que tuvo su mayor fuerza a finales del siglo pasado y comienzos de este, y así.

Y eso tiene que ver con que la expresión como nación ha sido muy difícil dada la complejidad del territorio nacional. Un antioqueño era primero antioqueño que colombiano. Y eso se corresponde con la debilidad en la formación del Estado que no hace presencia en al menos la mitad del territorio. Al no tener presencia legítima es reemplazado por otras fuerzas que pueden o no ser clientelistas, pero en todo caso tienen injerencia en los dineros del Estado y en la manifestación de la violencia. 

Cuando hablamos de clientelismo a la mayoría de la gente se le viene a la cabeza actos delictivos, pura corrupción, el robo de los recursos públicos, la apropiación de lo público por los privados. Y sí, a veces se cruzan. Pero no siempre. No son equiparables los conceptos, tenemos que ser más sofisticados y entender las diferencias.
El clientelismo ha sido el mecanismo para resolver algunas de las falencias de un Estado precario como el colombiano. Ha logrado proveer servicios que no está prestando el Estado. Resolver problemas de manera directa. En ese sentido ha sido una forma —para nada la ideal— en que los políticos se han acercado a los votantes.

¿Repartir prebendas o beneficios particulares a cambio del voto, es igual a corrupción? ¿Tener maquinaria electoral es igual a ser corrupto? La respuesta es que no es necesariamente lo mismo.

Para que un político pueda operar y cumplir con las “18” funciones que tiene asignadas: que no solamente es ganar elecciones, tiene que tener una estructura que es sinónimo de maquinaria en algunas de sus funciones, y esa maquinaria se dedica entre otras a conseguir votos, a promover una agenda programática, a tener militantes. 

¿Qué opinan de la idea de que más que una ética de principios la política implica alianzas para lograr grandes transformaciones y lo importante es qué tipo de transacciones implican las alianzas?

La complejidad de la coyuntura política actual es muy grande. Y todo esto es expresión del debilitamiento de los partidos políticos que no son ni la sombra de lo que fueron en un tiempo. Entre más débiles son, las coaliciones tienen más posibilidades porque suman expresiones que tienen aparentemente objetivos similares.

En un extremo está el Centro Democrático que ha perdido fuerza durante estas dos décadas. Su líder Álvaro Uribe ya no tiene el efecto teflón que tenía lo cual se agudizó con el gobierno del último “que dijo Uribe”. Oscar Iván Zuluaga, su candidato, no tiene, además, ningún carisma. Del otro lado está el Pacto Histórico que es una coalición diferente, de absorción alrededor de Gustavo Petro quien con sus expresiones populistas ha ido sumado apoyos políticos. Está también la Coalición Centro Esperanza y el Equipo Colombia que son grupos de políticos equivalentes. Después de la crisis desatada por la entrada y rápida salida de Ingrid Betancourt de la coalición de centro hay que ver cuáles serán los afectados y cuáles los beneficiados.

Y hay otro solo que está buscando apoyo, con la creencia de que va a tener mucho éxito: Rodolfo Hernández que tiene despistados a muchos, unos creen que es de izquierda, otros dicen que es de centro, otros de derecha, pero de izquierda no tiene nada.

El grado de ética de cada una de esas expresiones políticas: maquinarias, alianzas, coaliciones depende de en qué medida las ha penetrado la corrupción o robo de recursos oficiales. Y dentro de los políticos que las conforman cuáles tienen una concepción moral o ética efectiva que le de piso de realidad a sus expresiones de lucha contra la corrupción. Doy el ejemplo de alguien que ha tenido claridad total en ese sentido. Nadie pone en duda que Antanas Mockus tenía una visión anticorrupción y que la aplicó en sus alcaldías. Cosa que no es muy clara en la mayoría de los políticos. 

Es ingenuo el discurso de Ingrid Betancourt que pretende desligar la política de las maquinarias y de las alianzas. En la política hay que hacer acuerdos interpartidarios, entre diferentes actores, para construir propuestas que promuevan el bien común. 

Eso que le pasó a Alejandro Gaviria con el apoyo de Germán Varón, yo decía: “es que lo necesita, a él y a otros más”. Y seguro Varón no es el prototipo de corrupto que se ha robado los recursos del Estado haciendo su gestión, que tiene escándalos en la justicia. 

Gaviria debió haber pensado en eso. Y más adelante los va a necesitar también para poder gobernar. 

En esta campaña como en la de 2018 se diferencia cada vez más entre una política tradicional y una política de opinión. ¿Qué distingue a cada una?

El voto de opinión no está atado a un partido ni tiene orientación alguna sino que depende del olfato de la persona: bueno, malo, regular o inexistente. Por eso los líderes de maquinarias tratan de aumentarlas con voto de opinión. De convencer a esas personas que están desligadas de grupos políticos, que han crecido exponencialmente con la población urbana, de que voten por uno u otro. En ese sentido el convencimiento también está con el clientelismo. No son por eso conceptos demasiado estrictos, ni claros ni estables. 

Todo candidato por más independiente que sea, como ha habido tantos últimamente, que se lanzan con firmas, apartados de los partidos, necesita una organización detrás que le permita salir hacer la campaña que requieren para sacar votos. Podrán seguro tener la favorabilidad de ciudadanos que no tienen filiación a ningún partido, pero eso tiene un límite. Seguramente va a necesitar votos de partidos. Y si no lo apoyaron para ganar, los va a necesitar para poder gobernar.

Los partidos, a su vez, sin organizaciones o maquinarias detrás no pueden operar. 

No hay que exagerar con el contraste entre voto de opinión y voto clientelista. Por varias razones. 

Primero porque esa distinción parte de una idea clasista de que la clase media tiene opiniones mientras los pobres votan por necesidad. En el libro “Lo que el viento se llevó” pude determinar que no es así. Analicé el caso del senador Rafael Forero Fetecua. Medí puesto por puesto la votación. Forero Fetecua era un tipo que le cogía las cédulas a sus electores todos de sectores populares. Cuando lo metieron a la cárcel le dijo a sus electores que votaran por Alberto Santafomio. Pues la respuesta mayoritaria fue que no votaban por ese “sinvergüenza”, 'nosotros votamos sólo por el patrón', que era él. Hay cosas que en el mundo clientelista no son transferibles. Algo similar pasó con el plebiscito por la paz. Algunas personas predijeron que ganaría el Sí entre otras razones porque el expresidente Juan Manuel Santos con la supermaquinaria de la U y de los demás partidos de la coalición, iba a poder movilizar a la gente y no pudo. La gente no iba a votar en contra de sus convicciones sobre la guerra.

El segundo problema es que el voto de opinión no es un voto puro ni mucho menos y está transido por toda una serie de adscripciones a veces mucho más amarradas de lo que se piensa.

Y un tercer elemento es que la gente subestima el hecho de que las fuerzas políticas tengan algo de aparato. 

Paradójicamente el crecimiento de la izquierda ha atraído a mucho de ese “voto de opinión”, sobre todo, de carácter parlamentario. Pero en cambio sus problemas de acción colectiva le han impedido construir un aparato común. Ha tenido más bien un dream team parlamentario, con Jorge Enrique Robledo, Gustavo Petro, Alexander López. Puede que en el mundo de las dinámicas locales haya más articulación con organizaciones sociales.

Los uribistas, en cambio, en su época de oro —porque eso ya se les fregó—tenían un voluntariado impresionante con correas de transmisión para usar el lenguaje leninista. Con una gran disciplina de comités y tales. También el Partido Mira. Algunas de estas fuerzas entonces durante ciertos períodos han descubierto el valor de la estructura partidista. Entonces uno no puede dar una visión muy unilateral de las cosas.

¿La idea de que el clientelismo es el sistema político colombiano supone la imposibilidad de salir de él?

Una estructura es la tendencia más fuerte que tiene una sociedad en determinados aspectos. En ese sentido el país tiene una estructura política con las características que hemos mencionado lo que supone que tiene fuerza para proyectarse en el tiempo sin mayores cambios.

Pero los factores de esa estructura muchas veces se conjugan en un punto o en un tiempo y producen una coyuntura, que dependiendo del tipo de cruce que se haya dado, puede producir efectos en diferentes direcciones. Los políticos con sus decisiones y la fuerza que tengan en la opinión pública pueden orientar la salida de una coyuntura (que es pasajera) en una dirección u otra y modificar un poco la estructura, lo que venía de atrás.

Actualmente, por ejemplo, estamos en una coyuntura política nacional y en unas regionales donde hay la posibilidad de que cambie lo que ha pasado alrededor del neocaudillo Álvaro Uribe Vélez. En ello jugarán un rol importante los problemas internos de las coaliciones y las características personales de los políticos que pueden alterarlas. Esa coyuntura se va a definir en términos electorales con unas elecciones muy críticas donde hay grandes posibilidades de cambios.

Pero es difícil saber de qué tipo. Y si eso le ocurre a analistas o políticos activos, para el ciudadano de a pie es difícil leer el momento actual. Generalmente se terminará guiando por un olfato de su cerebro, por el político que le genere mayor entusiasmo.

Estamos frente a la coyuntura de la posibilidad de un cambio fundamental en la estructura política que se viene dando a lo largo de las dos décadas de este siglo.

El discurso de que hay que votar por los candidatos que no son corruptos y estos son los que no tienen un partido y por ende no tienen una maquinaria, es maniqueo. Yo creo en los partidos políticos. En que hay que recuperarlos y fortalecerlos. Se han logrado algunos avances si bien tienen una gran fragmentación interna, problemas de corrupción, personajes no deseados que les generan una pésima fama. 

Los partidos están ahí y ahí seguirán, aún con la poca confianza que los ciudadanos tienen en ellos, porque son el lugar a través del cual los políticos salen elegidos en cargos de elección popular, a través de los cuales la democracia opera. Los candidatos logran inscribir su candidatura por firmas y después qué, cómo consiguen los votos.

¿Cómo recuperarlos? mejorando el diseño organizacional de cada uno de ellos, la calidad misma de los políticos que los integran. 

Los partidos en Colombia no tienen casi militantes y en ese sentido hay un problema de responsabilidad ciudadana. 

¿Por qué no pensar el voto de opinión en función de ser militante de un partido y aportar desde adentro? La mayoría de la gente no es militante, yo misma. Quizá la responsabilidad de cada uno de nosotros pasa por construir desde adentro y no solamente destruir desde afuera a partir de la idea de que sólo lo hay corrupción en los partidos. 

Es perfectamente viable un programa anticorrupción, de pacificación, de limpieza política. Todo eso es factible y absolutamente necesario. Y es necesario hacer alianza contra distintos fenómenos criminales. Eso establece claramente límites frente a lo que se puede hacer. En ese sentido hay muchos puntos de contacto entre la política y la moral, pero no se puede suplantar la lógica de la política por la lógica de la moral y menos aún plantear que los discursos morales son suficientes para obtener resultados políticos.

Hay que defender a rajatabla la moral pública, es un tema central en Colombia y en el mundo, pero hay que defenderla con lo que es. A través de un razonamiento político si lo que quiere hacer es política. Sino pues uno se devuelve al doctorado en teología. El razonamiento político implica mirar las constelaciones de fuerzas que hay en la vida real y proponer qué hacer con ellas, el resto es paja y es suplantación y muchas veces de mala fe.

La gran filósofa Simone Weil señaló hace décadas que la democracia liberal tiene un problema serio de la calidad de la representación y los años le han dado la razón. Pero a la vez no podemos saltarnos a la torera la representación. Hay muchas cosas que tenemos que repensar. Estamos disparándole a una especie de blanco en movimiento, es difícil y a la vez interesante, apasionante. Si uno va a construir, no puede construir de cero, tiene que usar ladrillitos y cemento, etc. a partir de lo cual uno construye algo nuevo. Entonces en todas estas transformaciones del sistema político, hay que ver con que construimos y hay mucho.

Lo que nadie puede decir en este momento es que en Colombia no hay quien me represente. Nadie puede decir que Federico GutiérrezAlejandro Char o Enrique Peñalosa son la misma vaina. Lo mismo en la izquierda, el centro y otras sectores de la derecha. Hay realmente opciones diferentes, incluso dentro del mismo espectro político.

 

 

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Francisco Leal Buitrago

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