Porque en ese periodo la clase media se tornó en uno de los objetos de estudio más debatidos: asesores de política pública en el ámbito global, tecnócratas de programas de desarrollo y representantes de programas de bienestar estatales asociaron a la clase media con una definición de democracia, donde el que pertenecía a esta clase era el ciudadano democrático ideal: con características de objetividad y neutralidad en sus comportamientos.
Esto responde a varias cosas que estaban pasando. A nivel mundial, se acaba la Segunda Guerra Mundial y había una preocupación sobre cómo hablar del conflicto social y de las cuestiones de raza. En el caso de América Latina se da cierta radicalización reformista y, en algunos casos, más de izquierda (triunfo de la Revolución en Cuba), por lo que hay una preocupación desde los Estados Unidos sobre cómo evitar la expansión comunista en la región.
En el caso de Colombia, la discusión sobre la clase media gira alrededor del periodo de la Violencia, que suscita la pregunta sobre cómo evitar que se repita un fenómeno social de esas características y poder transitar hacia una armonía social.
Alberto Lleras Camargo, que fue el primer presidente del Frente Nacional, precisamente hablaba de la fundación de una Segunda República, la cual hacía descansar especialmente en unas clases medias profesionales, que eran las que iban a educar a las élites y a los grupos populares, y así evitar un regreso a una sociedad biclacista, feudalista y antidemocrática.
Es en ese contexto donde aparecen algunos de los próceres de las ciencias sociales en Colombia para legitimar ese discurso de la importancia de la clase media, como Orlando Fals Borda y Germán Guzmán (sociología), Virginia Gutiérrez de Pineda (antropología) o Eduardo Umaña Luna (derecho), que ubicaban a los profesionales, y también a los empleados de servicios y pequeños propietarios, como los sujetos por excelencia de una democracia estable.
Este proceso de formación de clases medias estuvo acompañado por la aparición de programas de desarrollo del nivel nacional, como la formalización del Departamento Administrativo del Servicio Civil, en 1958, o, el mismo año, la creación de la Esap (Escuela Superior de Administración Pública), que buscaban, en palabras de Lleras Camargo, una “profesionalización de las relaciones sociales”.
Estos programas contaron con la financiación de la Alianza para el Progreso, el programa de desarrollo con el que Estados Unidos buscaba exportar una clase media que supuestamente ya existía en su país y llevar a las sociedades latinoamericanas hacia una modernidad democrática y capitalista, y así librarla de la seducción del comunismo.