En 1935, las leyes de Nuremberg dividieron a los ciudadanos alemanes en unos de pleno derecho y otros sin derechos políticos. Esta supresión de la condición de ciudadanía, seguida de la desnacionalización de los judíos y gitanos, fue el motor de la excepcionalidad de los campos de concentración convertida en norma. Pero los campos habían empezado a construirse antes de la guerra y del avance del proceso de la llamada “solución final”. Como la dictadura de Pinochet tenía prevista ya el campo de concentración de Isla Dawson en Punta Arenas, el 11 de septiembre de 1973. El primer día del golpe de Estado la infraestructura del campo de esa isla, allá abajo del mapamundi, estaba preparada y empezó a funcionar. Uno de los primeros detenidos en ese campo fue Orlando Letelier, ministro de Allende y luego exiliado en Venezuela y Estados Unidos, donde una bomba de la mano negra de la dictadura, de la Dina, segó su vida. De él dice el poeta John Berger:

Ante la fortaleza de la injusticia,

Reunió a muchos

con la delicadeza de la razón.

Antes de empezar propiamente el nazismo, Himmler había mandado construir el campo de Dachau, y luego vinieron Buchenwald y otros en 1933, dirigidos por las SS, que fueron utilizados para encerrar prisioneros políticos. A eso se refiere el pastor Martin Niemöller con su poema que habla de que primero fueron por los comunistas, y luego por los judíos y los sindicalistas, y cuando vinieron por mí no había nadie para protestar.

Para el filósofo Agambem, el estado de excepción es el ordenamiento sin localización concreta e institucional de la ley suspendida, mientras el campo de concentración es el espacio permanente donde habita la excepción. Recuerda que los primeros campos de concentración no fueron en Alemania sino en la Cuba colonial por los españoles en 1896. También los ingleses tenían otros donde hacinaban a los boers. Con el nazismo, la guerra ya no era contra otro país, sino contra el propio, expulsando a todos los que no eran arios o fuesen considerados enemigos a exterminar. Según él, el campo de concentración es la estructura en la que el estado de excepción se configura en un espacio donde todo es posible. Hoy en día, hay otros lugares donde la excepcionalidad es la regla, como una sala de migración en una frontera o un centro de internamiento de extranjeros.

La custodia protectora fue inventada por los nazis, esa versión previa de lo que hoy se llama política de seguridad preventiva, que permite en algunos países tener a personas detenidas sin derechos durante semanas, por ser consideradas sospechosas no de algo que hayan podido haber hecho, sino de algo que pudieran hacer, para proteger así algo tan etéreo y con un peso gigantesco, que se llama seguridad del Estado.

Cada vez más, el derecho penal del enemigo muestra que esa excepcionalidad se mantiene como regla, o como posibilidad permanente que nunca se cierra. Un amigo exiliado de la UP en Canadá tuvo que sufrir por años tener una sospecha permanentemente abierta, porque un día escribió una investigación sobre el nacimiento de las Farc. Y, durante varios años, ha tenido que enfrentar interrogatorios y sospechas con esas preguntas reiteradas del absurdo. No es el único exiliado de la UP contra quien el estigma de terrorismo ha llegado más allá de las fronteras. Un cambio aún pendiente en varios países.

La historia del colonialismo y de las guerras muestra el mal que los seres humanos somos capaces de hacer a otros. Las llamadas al cambio personal son necesarias, pero más lo es desmontar los sistemas que hacen posible eso a gran escala.

En Ruanda, las cosas empezaron a prepararse antes de abril de 1994, cuando el ejército creció de 5.000 a 35.000 efectivos, y los cursos para milicias Interhawe empezaron a implicar a miles y miles de paramilitares que se fundaron con ese nombre: Los que matan juntos. Un testigo de excepción de las guerras en África, Kapuscinsky, habla de todo un proceso de leva general de campesinos, parados, oficinistas para llevar a cabo el apocalipsis, mientras las autoridades hacían listas de sospechosos y de cómo paracaidistas franceses hicieron parte de esos entrenamientos.

Indagar a través de qué procedimientos jurídicos y de qué dispositivos políticos y psicológicos los seres humanos han podido ser tan integralmente privados de sus derechos en distintos momentos de la historia, al punto de que cualquier acto contra ellos no se consideraba un delito.

La justificación de eso lo llamamos estigma. La gente que tuvo que salir de Colombia por la guerra lo ha sufrido tanto en su país, como en las fronteras y los países que queremos de acogida. Los lugares sin derechos proliferan en el mundo donde la discrecionalidad deja al desnudo la vulnerabilidad de las personas, entre unas paredes donde nada se ve, o con unos cristales trasparentes donde todo se puede ver a distancia, pero nada importa.

En la Colombia, que vivió durante décadas en un permanente estado de excepción, hay varias instalaciones que fueron, al menos durante la década de finales de los años 70 y 80, un lugar donde la excepción se convirtió en regla. Después, el territorio del país se convirtió en la excepción. En cada puerta, en cada lugar de esos territorios convertidos en víctimas, debería haber hoy una placa con el primer artículo de la Declaración de Derechos Humanos. Esos serían foquitos de luz entre tanto largo túnel.

Fue comisionado de la Verdad. Tiene más de 30 años de experiencia en atención psicosocial a víctimas de la violencia. Ha asesorado a varias comisiones de la Verdad en Perú, Paraguay y Ecuador. Fue coordinador del informe Guatemala Nunca más. Es médico y doctor en psicología.