Así quedan la cultura y el patrimonio en el Plan de Desarrollo

Así quedan la cultura y el patrimonio en el Plan de Desarrollo
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En el papel, un Plan Nacional de Desarrollo (PND) materializa un ejercicio colectivo que consiste en reconocer los desafíos a los cuales se enfrenta un país y, a partir de allí, propone un acto de imaginación compartida para garantizar su transformación a futuro.

Sus propósitos, objetivos, metas y prioridades dan forma y orientan la visión del gobierno, guían su acción en el tiempo y en el espacio, estructuran un plan de inversiones y en últimas inciden en la delimitación de la realidad social.

En otras palabras, un Plan de Desarrollo proyecta sueños por alcanzar y apuesta por un conjunto de estrategias para lograrlos, un Plan de Desarrollo compendia ideas que se sincronizan para atender las necesidades coyunturales y estructurales del presente.

Para el periodo comprendido entre el 2022 y el 2026 dicho plan se titula: “Colombia potencia mundial de la vida”. Según su marco de referencia tiene como punto de partida el territorio y las personas. En lo metodológico señala que es el resultado de un diálogo abierto en el que participaron cerca de 250 mil personas en 51 encuentros en diferentes regiones del país.

El plan se organiza en cinco líneas prioritarias de atención: 

  1. ordenamiento del territorio alrededor del agua
  2. seguridad humana y justicia social
  3. derecho humano a la alimentación
  4. transformación productiva, internacionalización y acción climática
  5. convergencia regional.

Se estima que para hacer realidad ese plan se requieren inversiones de 1.154,8 billones de pesos.

El plan es el resultado de la suma de un balance de los diálogos regionales que lo estructuran, un documento que expone sus bases conceptuales, un plan de inversiones y finalmente un proyecto de ley que contiene el articulado que materializa lo anterior y lo convierte en norma.

La página del Departamento Nacional de Planeación indica que se recibieron cerca de mil propuestas de artículos que se redujeron a trecientos por “su razonabilidad, transparencia, impacto fiscal, habilitación legal y respetando los principios de unidad de materia, legalidad y ajuste a la constitución”.

Lo que nos conmueve del PND

Ahora bien, en clave de cultura, patrimonio y ciudad desde el piso que ofrece el PND hay varios aspectos que se pueden destacar.

En primer lugar, en la introducción de sus bases conceptuales se señala que la ciudad y el campo deben entenderse como dos categorías analíticas que designan una sola realidad. Esto es poderoso en la medida que supera dicotomías trasnochadas que jerarquizan y subordinan dinámicas y procesos que son tan solo caras de un mismo dado. Si hay una apuesta por la sostenibilidad, la conservación de los recursos y, finalmente, la equidad y la inclusión, esta debe ser integral.

En segundo lugar, el documento que expone las bases conceptuales al referirse al ordenamiento del territorio alrededor del agua y la justicia ambiental es claro al afirmar que los instrumentos de planeación territorial son ineficaces, ahondan la desarticulación entre las actividades que se desarrollan en el territorio y su vocación, y desconocen las diversidades culturales, ambientales y sociales que singularizan la relación entre las personas y el territorio.

En tercer lugar, ese mismo documento conceptual señala que las personas deben estar en el centro de la planeación del territorio, lo que no es otra cosa que entender que la planeación de los asentamientos debe vincular aspectos ambientales, geográficos y al mismo tiempo elementos históricos y culturales respetando las particularidades de las comunidades campesinas, los grupos étnicos y los diferentes grupos poblacionales.

Pero tal vez lo más interesante, en clave de las sinergias entre cultura, patrimonio y ciudad que se lee en las páginas del documento, está bajo el acápite de la garantía al disfrute y ejercicio de los derechos culturales para la vida y la paz.

Puntualmente en el numeral b se destaca el reconocimiento, la salvaguardia y el fomento de la memoria viva, el patrimonio y la cultura. En clave de salvaguardia de modos de hacer y pensar, de fortalecimiento a la investigación, la valoración, la formación y la divulgación del patrimonio, de valoración del patrimonio vivo como un motor del desarrollo sostenible, y de la preservación de los bienes de interés cultural y la apropiación de su valor cultural.

A lo que se suma, en lo relativo a la democratización del conocimiento, el reconocimiento a las expresiones culturales como objeto de derechos de propiedad intelectual y aportes a la innovación y a la transformación productiva. Y, en lo relativo a la salvaguardia y el fomento de la alimentación y las cocinas tradicionales, la visibilización y el fortalecimiento de las prácticas asociadas a la alimentación.

Por otra parte, desde la orilla de la ciudad y sus dinámicas llama la atención que el documento conceptual destaque a las ciudades como hábitats resilientes, espacios donde la economía circular permite el aprovechamiento máximo de materiales y recursos, y donde se impulsa el tránsito a entornos sostenibles que incorporan la conectividad de la estructura ecológica y la restauración en zonas de riesgo.

Al tiempo, destaca el barrio y su configuración como un núcleo del cuidado, integración social y expresión cultural. En últimas como una unidad marcada por un entorno de bienestar acorde con el uso eficiente de los recursos de todo tipo.

Y en esta misma línea, es valioso que se identifique como un catalizador para lograr la convergencia regional, la reconstrucción del tejido social y el fortalecimiento institucional, el aprovechamiento de la ciudad con carácter participativo e incluyente para el fortalecimiento de vínculos interurbanos, la gestión y planificación participativa de centros urbanos, la revitalización en los procesos de transformación urbana y la construcción de modelos de desarrollo supramunicipales para el fortalecimiento y la integración del territorio.

Del documento conceptual al articulado

Infortunadamente no todo son gozos y el lector entusiasta debe contener su efervescencia. En este caso, el canto de sirena solo resuena y se amplifica en un par de aspectos específicos. La nuez de la cuestión radica en que del documento conceptual al articulado de la ley hay un salto enorme que deja la mayoría de los temas, las discusiones y las propuestas suspendidas en el aire.

Esto es un problema real, ya que los artículos son en últimas la síntesis de todo el ejercicio que los antecede y si algo se excluye es como si nunca hubiera existido.

Pero vamos por partes. Si bien el objetivo del plan sigue siendo la superación de injusticias y exclusiones históricas, el cambio en el relacionamiento con el ambiente y una apuesta por la paz que conduzca a una vida digna, las relaciones entre cultura, patrimonio y ciudad se desvanecen sin haberse osificado en el articulado.

Así, resulta dramático que tan solo cinco de los 300 artículos del proyecto de ley dejen entrever una sombra de las puntadas de la relación cuidadosa que se armó en el documento conceptual. Hacemos acá un recorrido por cada uno.

El primero, presente en el artículo 21, propone un cambio en la Ley 388 de 1997 en lo referente a los determinantes del ordenamiento territorial y su orden de prevalencia. Se señala que, en la elaboración y adopción de los planes de ordenamiento territorial, los municipios y distritos ordenarán las normas de superior jerarquía conforme a niveles de prevalencia.

De este modo, las políticas, directrices y regulaciones sobre conservación, preservación y uso de las áreas e inmuebles consideradas como patrimonio cultural corresponden a un nivel tres de prevalencia.

El segundo, correspondiente al artículo 147 referido a territorios culturales, creativos y de los saberes, los cuales se definen como espacios de encuentro -y se reconocen mediante actos administrativos- que promuevan la creación, circulación y apropiación de prácticas y contenidos culturales que respeten lógicas y dinámicas e instituciones de cada territorio y destaquen oficios, conocimientos y entornos de vecindad.

Se busca, así, garantizar la circulación, articulación y generación de proyectos asociativos. En otras palabras, la actualización de las Áreas de Desarrollo Naranja del gobierno anterior.

El tercero, correspondiente al artículo 149 a través del cual se crea el sistema nacional de circulación de las culturas, las artes y los saberes como el conjunto de actores, procesos y relaciones para implementar la circulación artística y cultural.

El cuarto, el artículo 242 que habla de la ejecución del programa “barrios de paz” para la gestión y financiación de intervenciones de mejoramiento en áreas de origen informal legalizadas o susceptibles de legalización urbanística, o en áreas de origen formal que sean susceptibles de ser mejoradas.

Y finalmente, el quinto referido al artículo 245 que habla del fortalecimiento de la vivienda diferencial y la de interés cultural en las que se debe incentivar el uso de materiales y sistemas fundamentados en las características geográficas, culturales e históricas de la región.

Como queda explícito, del documento conceptual al texto depurado y procesado que debe ser debatido en el Congreso son pocas las referencias a la cultura, al patrimonio y a la ciudad en general, en específico, en relación y en solitario que se mantienen.

Lo que convendría que el Congreso incorporara

Si se piensa que un PND es un acto de imaginación compartida que materializa un camino colectivo, ofrecemos algunos mínimos sobre cultura, patrimonio y ciudad que no admiten que los sigamos marginando del proyecto nacional.

Primero, es hora de apostar por el paisaje más que por el territorio para delimitar unidades de medida, escalas de valoración y unidades de protección. En otras palabras, a la relación entre territorio y comunidades se debe sumar hechos arquitectónicos, bienes materiales, manifestaciones y prácticas culturales que constituyen un tejido interrelacionado que actúa como un todo ensamblado.

Segundo, es el momento de entender que la cultura y los patrimonios pueden ser entendidos como un sustento fundamental para la reproducción de la vida y el cuidado del medioambiente de las comunidades.

La reproducción en el tiempo de un grupo humano solo es posible cuando se garantiza, mantiene y actualiza la posibilidad de relacionarse material y simbólicamente con su entorno. Los patrimonios son el legado que se desprende de esas relaciones y por tanto actúan como la memoria común que sustenta, da razón y guía a la interacción conjunta.

Tercero, que cultura, patrimonio y ciudad son procesos activos donde se recrea y actualiza la memoria colectiva y la narración comunitaria. Más que lugares, bienes o manifestaciones se deben reconocer los procesos que llevan a su configuración y valoración. Son elementos en constante devenir, transformación y cambio y, en esa medida, son motor de los proyectos de vida de los grupos humanos.

Cuarto, que es el momento de ver la cultura y los patrimonios como un recurso emocional de las comunidades. El valor del patrimonio se reconoce en las emociones que provoca desde su experiencia compartida. Representa la voz de los grupos y es la expresión de sus relaciones, de los proyectos compartidos y de la convivencia de su pluralidad.

Quinto, cultura, patrimonio y ciudad son bienes comunes, por lo que su protección es de orden público e interés general. Permiten entablar diálogos sobre la diferencia y la diversidad visibilizando relaciones múltiples, discutiendo narraciones hegemónicas y empoderando a quienes tradicionalmente han sido excluidos.

Son un mecanismo para tomar distancia de las violencias ontológicas y epistémicas sobre las que tradicionalmente se ha construido el proyecto nacional.

Sexto, que es hora de repensar las políticas de redensificación por renovación y reocupación, dejadas en manos de la inversión inmobiliaria privada que suele afectar los modos de habitar de los residentes originales, obligándolos a transformar de forma radical su hábitat tradicional y las relaciones con el entorno y la memoria que de allí se desprenden.

Las operaciones urbanísticas de este tipo olvidan las características físicas y sociales de los lugares involucrados y se desentienden del paisaje y la capacidad de carga de barrios que se ven modificados abruptamente.

Séptimo, que los centros históricos deben servir como laboratorios urbanos de transformación y reciclaje de la ciudad construida que tienen que ver con los procesos de reforma interior, de mejora de las condiciones existentes, tan útiles para oponerse a una renovación que destruye la vida de barrio.

En la normativa vigente, en los procesos de intervención urbana y en el reconocimiento comunitario apenas se concibe la existencia de viviendas que merecen ser rehabilitadas. Las intervenciones acordes con modelos de ordenamiento enfocados en la renovación masiva de los centros urbanos, han ideado su repoblamiento, pero no han asumido la tarea principal de otorgar el derecho a habitar la ciudad y de mantener el mosaico de memorias mudables de sus habitantes de siempre. 

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*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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