Episodio 1

Nueve meses de embarazo. Barriga evidente (evidentísima). Perro con cuerda en una mano. Cruce peatonal con reductores de velocidad a la altura del parque El Virrey. Carro pequeño con conductor de sexo masculino a bordo. Intento cruzar y el hombre me tira el carro encima. Paro en seco para protegerme, a mi embarazo y a mi perro. Le grito al hombre porque casi me atropella. El hombre para el carro y baja la ventana para insultarme. Tuvo tiempo para hacerlo, pero no para parar donde debía y dejarme pasar.  

Episodio 2

Pido un taxi por aplicación. Llega el taxista. Como me lo había sugerido otro taxista, le pido que me deje ir en la silla del copiloto porque adelante el carro tiene mejor suspensión y salta menos que atrás, lo cual protege mi embarazo. El taxista me mira, ve mi barriga de ocho meses, voltea los ojos. Lentamente y en un tono nada amigable, me dice que es muy inconveniente para él hacerlo. Lo dejo ir. Pido otro taxi y reporto a la aplicación el mal servicio a la usuaria en embarazo. Se disculpan por lo sucedido.

Episodio 3

Hombre de casi 50 años y padre de un hijo me dice que por qué no uso Transmilenio para ir a trabajar. Le respondo que tengo el privilegio de usar un medio de transporte menos hacinado y que me da susto montarme en Transmilenio con mi gran barriga. Me dice que hay sillas para personas en embarazo. Le respondo que rara vez se respetan las sillas azules y me mira asombrado, como si le estuviera contando algo inaudito. Es evidente que no monta en Transmilenio cotidianamente.

Vivir en carne propia lo que es estar en embarazo mientras intentaba moverme por Bogotá fue una experiencia espeluznante. Mientras la vulnerabilidad aumentaba, porque ya no podía caminar al paso que lo hacía antes, tenía que lidiar con personas, hombres y mujeres, con cero empatía por alguien en embarazo.

Descubrí la poca conciencia del cambio del cuerpo, de las necesidades de espacio y seguridad, de la importancia de conducir más despacio, con más calma, no solo para no atropellarme, sino para no hacerme perder a mi hijo cuando brincaban en los huecos de las calles mientras iba de pasajera.

El POT explícitamente pone al peatón como el usuario más protegido de la ciudad. Y aunque esto es un avance, no diferencia entre tipos de peatones. Y no nos digamos mentiras, no es lo mismo ser un hombre joven y sin discapacidad que se mueve por la ciudad que ser una persona con discapacidad, un niño, una persona en embarazo, una persona con un cochecito o una persona mayor.

Pero incluso si la ley reconociera la variedad de peatones y usuarios, estamos lejos de respetar al más vulnerable en el día a día.

Y aquí quiero hacer un paréntesis para llamar la atención sobre la muerte de Laura Carolina Guevara, mi estudiante, quien fue atropellada mientras intentaba cruzar la Carrera Séptima a pie, hace unos meses. Una muerte absolutamente evitable que evidencia claramente que, en Bogotá, hoy por hoy, no hay espacio para considerar al más débil de la cadena en ninguno de nuestros modos de transporte.

Y aclaro, yo no me llevé la peor parte mientras me movilizaba en embarazo. Al menos tuve dinero para usar transporte público individual; al menos transitaba mayoritariamente por zonas con andenes y reductores de velocidad; al menos podía esperar para pedir otro taxi. Al menos, al menos, al menos. No me imagino cómo habría sido mi experiencia como una persona embarazada de escasos recursos que solo puede usar Transmilenio, que tiene que viajar en buses hacinados, que tiene que caminar por zonas sin andenes y donde los carros van a mil, y que, si se demora un poco, es despedida de su trabajo.

En el caso de las personas en embarazo, no se trata de un peatón cualquiera, sino de un peatón que se mueve más despacio, que está más expuesto y que está gestando una vida, y simplemente nos importa un bledo.

El mensaje es claro: si tienes algún tipo de vulnerabilidad, quédate en la casa. La ciudad no es para ti. Y de taquito sacamos a una gran cantidad de la población del espacio público, confinándola al encierro en una Bogotá absolutamente desconsiderada. En este caso, como en muchos otros, la perspectiva de género queda por fuera de la planeación, la construcción y la puesta en práctica de una Bogotá que realmente gire alrededor del cuidado y sea una ciudad para todes. 

Es profesora asistente de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes y directora del proyecto Invisible Commutes. Estudió derecho, ciencia política y una maestría en derecho en la Universidad de los Andes, una maestría y un doctorado en derecho en la Universidad de Harvard.