Cambio a contracorriente

Cambio a contracorriente
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Llevamos poco más de dos semanas desde que el país cambió. Pero parece que todo sigue igual. No es sorpresa. Así son los procesos de cambio; después de un salto cuántico, se impone, en apariencia, la inercia del pasado. Pero solo es apariencia; bajo las aguas turbulentas de la continuidad se esconden las corrientes del cambio que llevan a las sociedades a un nuevo puerto.

El problema es que a los seres humanos nos cuesta vivir y por ende entender el presente. David Kahneman, profesor emérito de sicología de la Universidad de Princeton, lo expresa claramente en su libro “Pensar rápido, pensar despacio”: vivimos atrapados en las memorias del pasado y nos cuesta estar en el presente. Esta disociación cognitiva afecta nuestro análisis del futuro y por ende muchas veces dejamos escapar las oportunidades que tenemos enfrente.

Otro problema es que, según Daniel Gilbert, profesor de sicología de la Universidad de Harvard, en su libro “Tropezar con la felicidad”, a los seres humanos nos cuesta imaginar un futuro distinto al estado emocional presente. Es decir que, si hoy tenemos miedo y nos preguntan cómo estaremos en unos años, intuitivamente dejaremos de lado todas las cosas que pueden cambiar e imaginaremos que tendremos el mismo miedo que nos domina hoy. Esto ocurre porque hemos evolucionado para sobrevivir y eso implica tomar decisiones rápidas para reaccionar a los retos presentes.

Lo anterior explica por qué la “petrofobia” (es decir, el miedo irracional a Petro) parece no tener cura. No existen razones que puedan convencer a alguien que interpreta el triunfo de Petro como un riesgo inminente a su existencia. Estas personas recurren al pasado para justificar su miedo: “es que en la Alcaldía hizo x”; imaginan un futuro lleno de miedo: “es que va a atornillarse en el poder”; y ven las estrategias políticas del presente como una demostración de que no ha cambiado: “es que está aliado con los lagartos de siempre”. Estas personas utilizan su razón para justificar el miedo.

Todos los seres humanos utilizamos la razón para justificar nuestras emociones. Jonathan Haidt, profesor de liderazgo ético de la Universidad de Nueva York, en su libro “La mente de los justos”, utiliza la metáfora de un jinete montado en un elefante para explicar que el 99 % de nuestros procesos mentales son intuitivos (emocionales) y el 1 % son lógicos (racionales). El jinete no controla el elefante; el jinete va hacia donde elefante quiere ir y lo defiende. Por eso, según Haidt, las personas cambian de pensar cuando se les habla a los elefantes (a los corazones) y no a los jinetes (los cerebros).

La “petrofobia” lleva incubándose durante años. Se ha nutrido del “castrochavismo”, un dispositivo retórico que se ha utilizado contra cualquier persona que apoya la implementación integral del Acuerdo de Paz. Pero la “petrofobia” no es un dispositivo retórico; es una emoción poderosa que tiene un sujeto concreto de referencia. Así como la gente con aracnofobia le tiene miedo a cualquier araña, a las personas que sienten “petrofobia” la presencia de Petro les impide analizar su programa de gobierno, sus alianzas con tecnócratas, con movimientos sociales, sus promesas de futuro.

Es natural que en medio de la campaña de segunda vuelta las personas se debatan entre votar en blanco o en contra de uno de los candidatos. Pero quienes sienten “petrofobia” creen que un voto en blanco es catapultar la llegada de Petro y por eso, a pesar de tener profundas reservas con Rodolfo Hernández, van a votar por él, es decir, en contra de Petro.

Para quienes no sienten “petrofobia” hay otra opción: es posible apoyar a Petro a pesar de sus temores. Las decisiones de Alejandro Gaviria, Julián de Zubiria, Francisco Leal, Eduardo Santos, Juan Fernando Cristo, Cecilia López Montaño, Sandra Borda y muchas personas más revelan que estas personas encuentran en el presente una esperanza para creer que el Petro hoy es una garantía para la democracia porque ha respetado la ley, no quiere perpetuarse en el poder y está dispuesto a construir equipos competentes para realizar los cambios que la sociedad reclama.

Rodolfo Hernández despierta preocupación en un amplio sector de la sociedad, pero esta preocupación es distinta al miedo; por eso aún no existe hoy “rodolfobia”. Los videos y grabaciones que muestran maltrato a los empleados y las mujeres, irrespeto a los medios de comunicación, desprecio por las universidades públicas y actos de corrupción son muy recientes. Se requiere tiempo y repetición constante para que se instale un miedo irracional similar al que un sector de la sociedad colombiana siente por Petro.

Hoy pareciera que en Colombia predominan la preocupación y el miedo. Frente a estas dos emociones quienes tiene preocupación son capaces de hacer cálculos racionales para creer que un futuro mejor es posible con un candidato. Quienes están atrapados en el miedo son incapaces de imaginar que en cuatro años estaremos más cerca de la reconciliación; por el contrario, su sensación de polarización les hace pensar que estamos entrando a un periodo negro, que en cuatro años estaremos peor.

Sin embargo, a pesar de esta campaña política llena de ataques y señalamientos, un amplio sector de la sociedad colombiana tiene una profunda esperanza; ese sector confía que el cambio ha llegado, que no tiene reversa y que la deuda histórica con las mujeres, los afros, los indígenas, los Lgbtiq+, los campesinos, los trabajadores empezará a saldarse; ven que los próximos cuatro años serán la herencia que esta generación le deje a las siguientes para que no tengan que seguir viviendo en un país con problemas estructurales que perpetúan la violencia.

Las últimas encuestas indican que el 19 de junio la esperanza va a derrotar al miedo. Ojalá el 7 de agosto, cuando se posesione un nuevo Gobierno, nos dejemos contagiar por la esperanza, porque desde esa emoción podremos cambiar las pesadillas por sueños y alimentar la creatividad para que Colombia sea el país que todos queremos

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