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Una crónica sobre la disidencia El Alfonso Cano y como se vive el conflicto desde la costa pacífico nariñense.

“Yo se lo entrego a la comunidad para no tener que ajusticiarlo”. Fueron las primeras palabras que nos dijo alias El Zarco, un comandante del entonces recién creado “Bloque Occidental – Alfonso Cano” en noviembre del año pasado. Se refería a un hombre ecuatoriano, claramente un drogadicto, que estaba bajo los efectos de bazuco. La comunidad lo agarró mientras el Zarco le dio 100.000 pesos para que un carro se lo llevara hacia la frontera. Sin embargo, se le escapó a la gente y empezó a correr por las calles del corregimiento en la zona rural de Nariño. En este momento, un joven hizo un gesto con la mano con el que hizo entender que él mismo quería matar al hombre.

La costa pacífica nariñense es una zona llena de selvas y ríos que sirven de rutas para sacar cocaína al mercado internacional. Ahí se encuentran tres de los 10 municipios con más cultivos de coca en el país: Tumaco, Barbacoas y el Charco. Desde la firma del acuerdo de paz con las Farc, varios grupos armados – en su mayoría disidencias de esa guerrilla – han intentado dominar la zona exclusivamente, sin éxito. El Alfonso Cano se creó en noviembre de 2019 y pronto empezaría a disputar el control de esas rutas con los demás grupos en la región. El Zarco es el tercer comandante del grupo y es “de guerra”, en las palabras de un líder de la zona.

Para llegar a la escena con el drogadicto, tomamos una lancha desde Tumaco hasta llegar a un primer pueblo de unas 30 casas, la mayoría de madera. En la entrada había una grande, donde gente del Alfonso Cano se hacía para mirar quién se movía por la zona; al frente quedaba una tienda de billar. Llegamos y caminamos por una “calle” de un metro de ancho a la terraza de un bar que quedaba sobre el río. Al rato salió a saludarnos el comandante del pueblo – un hombre joven de Guaviare con rasgos indígenas y mestizos – y llamó a dos miembros del grupo armado, vestidos de civil, uno con ropa bastante raída.

Nos llevaron a una lancha y salimos hacia un punto desconocido donde el plan era reunirnos con el Zarco para pedir permiso para hacer entrevistas con las comunidades que ahora estaban bajo su control. Pasamos por diferentes ríos y esteros con árboles verdes por cada lado, algunos tan estrechos que teníamos que agacharnos para evitar las ramas que se cruzaban de un lado al otro. Eventualmente llegamos a un punto donde había una camioneta 4×4 en la orilla.

Paramos y nos bajamos de la lancha. Caminamos unas calles sin pavimento por un par de cuadras hasta llegar al parque principal. Era grande: La iglesia quedaba al frente, varias tiendas pequeñas por los lados y en el centro crecían varios árboles que daban sombra al lugar. Cruzamos el parque hasta la esquina, donde nos encontramos con 20 o 30 personas, entre ellas, el drogadicto. Varios miembros de la comunidad lo estaban intentando subir a un carro, sin éxito. Alrededor de 10 hombres armados con fusiles miraban también.

Mirando estaba el Zarco, quien nos invitó a sentarnos en una mesa de una tienda frente a la esquina del parque. Empezó a hablarnos mientras tres hombres armados se hicieron alrededor de nosotros como guardia. Al mismo tiempo, dos se montaron en una moto y fueron tras el drogadicto, quien ya iba corriendo hacia unas casas de madera. Otros miembros armados del grupo se sentaron en el parque. En la esquina en el piso estaba una ametralladora pesada que apuntada hacia la iglesia.

“Si uno no está, ¿quién pone el orden?” preguntó el Zarco. De ahí empezó con su historia de vida, que nació en el Caquetá; que nunca quiso ser guerrillero; que entró muy pequeño a las Farc en el sur de Tolima en 1998; que solo alcanzó la primaria; que se cansó de la miseria. Aunque empezó en el frente 21, luego se fue para el Bloque Oriental en los llanos.

Comenzó a hablar de la actualidad y quién era el Alfonso Cano, como le llaman en la región, “Nos alejamos del Gringo ya”. El grupo antes hacía parte del Frente Oliver Sinisterra (FOS) – una disidencia de las Farc en Nariño previamente liderado por alias Guacho – pero se separó del FOS en noviembre del año pasado. Después de la muerte de Guacho en una opción militar en diciembre 2018, alias el Gringo tomó la comandancia. En una reunión sobre el río Patía, el Gringo y alias Allende – el ahora comandante del Alfonso Cano – formalizaron la división; poco después entraron en conflicto.

“Estamos en confrontación con el Gringo”, agregaba el Zarco. La mayoría de los enfrentamientos en la costa pacífica nariñense desde finales del año pasado – en Olaya Herrera y Roberto Payán en diciembre; por el río Chagüí en enero de 2020; en Roberto Payán de nuevo en enero, por ejemplo – han sido entre el Alfonso Cano y la gente del Gringo, en alianza con alias Contador, el entonces narco más importante en la zona.

Poco después de esta división interna de FOS, el Gringo llegó a un acuerdo con Contador. Por casi un año los dos habían estado en conflicto, especialmente alrededor de Llorente, un corregimiento de Tumaco donde se da un sinnúmero de transacciones del narcotráfico. La violencia entre los dos grupos a menudo se daba a plena luz del día. Sin embargo, se unieron para luchar contra el Alfonso Cano y así buscar mantener las rutas del tráfico de drogas que manejaban. El Zarco aludió a ese hecho, “Tengo que confrontar al paramilitarismo, a Contador y Barrera”, el comandante militar de los Contadores.  

Mientras seguía hablando, los dos hombres retornaron con el drogadicto. Era un hombre afro-ecuatoriano, sin camiseta y un par de pantalones que estaban al punto de caérsele por lo flaco que era. El Zarco les ordenó que le colocaran esposas y lo pusieron en la cama de la camioneta, ahora parqueada al lado de nosotros, y la conversación siguió.

A los pocos minutos, el hombre logró ponerse de pie, y empezó a gritar, “Comandante. Máteme. Yo no le temo a Dios. No sea cobarde, máteme.” Uno de los miembros del grupo hizo una cara, con que preguntaba, “¿Lo matamos, cierto?”. El Zarco respondió que lo pusieran en la silla trasera de la camioneta, y que bajaran los vidrios para que no se pegara la cabeza contra ellos. Antes de ponerlo ahí, lo regañó, por no haber aprovechado los 100.000 pesos que le dio para irse y por habérsele escapado a la gente.

Entonces los hombres lo subieron a la camioneta y cerraron las puertas. El hombre empezó a patear las puertas y siguió gritando. Por fin El Zarco dio la orden, “pero aquí no, no frente al pueblo.” Mientras dos de sus hombres subieron a la camioneta para llevar al hombre a su muerte, el orden cambió, “No me lo maten todavía”. Prendieron el motor y se fueron. Todo este tiempo, desde otra orilla del parque, alrededor de 100 personas miraban, pendientes de la suerte del ecuatoriano.

El Zarco siguió hablando, revelando algunos detalles de su historia reciente, sin dar demasiada información: “soy de la línea de Mono Jojoy…somos guerrilla de las viejas Farc”. Contó que había conformado una disidencia en Vichada, pues nunca se vinculó con el proceso de reincorporación. De ahí pasó a Nariño, donde llegó solo y tuvo que conformar un grupo de ceros. Luego se vinculó al FOS donde participó en el conflicto contra las Guerrillas Unidas del Pacífico (GUP), otra disidencia de las Farc en esa zona. “Yo le enfrenté a David (el anterior comandante de GUP). Lo obligamos a hacer un acuerdo de paz, le quitamos el 65 por ciento de su territorio”. No se refirió a su posible relación con Iván Márquez y el Paisa, como han afirmado algunos medios, aunque esta información sigue sin confirmarse.  

Continuó diciendo que había notado una diferencia entre la guerrilla del llano y la de Nariño. “La guerrilla donde andaba, no es igual que acá. Acá hay mucha plata, el armamento es más bélico, pero la formación política y militar es menos.” En la esquina del parque aún seguía la ametralladora y los fusiles de sus hombres que lucían nuevos. Notamos que la camioneta en que se llevaron el ecuatoriano aún no había vuelto.

Políticamente, El Zarco tenía un discurso, aunque es difícil afirmar si llega a ser una ideología en parte porque no pudimos preguntar por los elementos específicos de una. “Los problemas en los campos colombianos…la gente vive en la miseria. Es por la falta de oportunidades e inversión social”. Agregó, “La Constitución habla de educación, salud gratis, trabajo digno, pero no he visto donde se aplique…si el Estado invirtiera, sería muy diferente”. Hizo una referencia indirecta a un supuesto plan de acción del grupo: “Presionaremos a las autoridades…toca presionar mucho para que haya desarrollo”.

Después de finalmente hablar sobre la posibilidad de hacer entrevistas con las comunidades bajo el control del Alfonso Cano, nos despedimos. El Zarco dijo que era el tercero en la estructura y que tendría que hablar con sus jefes para darnos una respuesta, aunque personalmente no veía ningún problema. Cruzamos el parque, en camino hacia la lancha. Los miembros del grupo sentados ahí se pusieron de pie para ir a hablar con su comandante. Uno, medio gordo, con bigote y un tatuaje de Che Guevara, sacó una pistola marca Glock en perfectas condiciones, quitó el seguro y la alistó para disparar. Uno mencionó que era el momento de hacer “la vuelta”, refiriéndose a matar al hombre ecuatoriano, ahora esposado en un lugar desconocido. En las palabras del Zarco, “Tenemos que ajusticiar por el bien del pueblo”.

En lo económico, esa “más plata” que tiene el Alfonso Cano viene de sus vínculos con el narcotráfico. El grupo controla las rutas en las zonas bajo su control. Además, cobra un “impuesto” a toda la pasta de coca producida en las áreas donde opera: otro comandante mencionaría ese día que era 100.000 pesos por kilo. También cobraría impuestos a los cristalizaderos en la zona. Lo que no está claro aún es si el grupo mismo trafica cocaína, o si invierte directamente en cargamentos. Sin duda, tiene relaciones con narcos de la zona que sí mueven droga al mercado internacional.

Subimos de nuevo a la lancha para volver al primer pueblo donde habíamos llegado y donde estaba nuestra lancha. Los lancheros tomaron una ruta diferente que la de ida a la reunión, seguramente para despistarnos de cómo movernos por la zona.

Llegamos al pueblo y se escuchaba música desde el río: era domingo y había fiesta. En un bar de madera sobre el agua estaban alrededor de 30 personas. En una esquina, seis o siete hombres estaban sentados en una banca tomando cerveza y ron; jugando billar estaba el comandante del pueblo con cinco de sus hombres, tranquilamente bebiendo cerveza; en unas mesas había como 10 hombres hablando, quienes de vez en cuando sacaban a un par de mujeres a bailar. Un miembro del Alfonso Cano tocaba el cencerro lo más duro que podía, bailando, gritando y tomando cerveza, con sonrisa gigante.

Dos de los narcos más importantes en esa parte de Nariño estaban presentes: uno sentado en la esquina con su anillo de seguridad, y otro tomando coñac en la barra. “Se puede diferenciar los narcos y la guerrilla porque los narcos están mejor vestidos”, gritó uno de los asistentes, tratando de hacerse oír por la salsa a todo volumen. El conflicto con FOS y los Contadores y la suerte del ecuatoriano seguramente ya muerto, parecían ser ya otro mundo, uno muy lejano al alcohol, la música y la rumba.

El comandante del pueblo nos preguntó rápidamente cómo nos fue y afirmó que estaría en contacto una vez tuviera razón del Zarco sobre las entrevistas con las comunidades. También dijo que paráramos río abajo, que nos acompañaba a un lugar. Subimos a nuestra lancha y seguimos  la suya. Llegamos a una pequeña loma con unas escaleras frente a una casa, donde también se escuchaba música a todo volumen.

La casa tenía una terraza abierta donde unos 15 o 20 hombres estaban tomando ron y cerveza. Cerca a la entrada, la mitad de ellos estaban sentados mientras hacia el otro lado, la otra mitad jugaba billar. De pie estaba alias Cardona, el comandante de Gente de Orden, un grupo disidente que opera en la ciudad de Tumaco y algunas zonas específicas de la zona rural de Nariño. Tomaba ron con su anillo de seguridad y nos saludó pues yo lo había conocido ya en 2017 cuando negociaba su desmovilización. El comandante del pueblo había afirmado que Gente de Orden estaba con el Alfonso Cano, y esto parecía ser la confirmación: una fiesta conjunta.

También había un pasillo donde se veían cinco o seis puertas y una mesa con ocho trabajadoras sexuales. Ninguna estaba tomando ni se integraba en la fiesta, y cada una tenía una cara de puro aburrimiento. El contraste entre los hombres y las mujeres no podía ser más evidente.

Después de pocos minutos ahí, arrancamos en nuestra lancha para volver a Tumaco. Nos despedimos del comandante y de las demás personas en la fiesta. Mientras nos íbamos, aún podíamos escuchar la música del prostíbulo. Conversamos que logramos pedir el permiso para poder investigar en la zona a pesar del conflicto que ocurría y de bono, conocimos un poco más al Alfonso Cano. Sin embargo, lo surrealista de todo generó una tensión en la lancha y paramos de hablar. Solamente se escuchaba nuestro motor; parecía que incluso la naturaleza que nos rodeaba estaba silenciosa. Después de unos minutos, alguien dijo lo que todos teníamos en la cabeza: “Sigo pensando en ese hombre…”.

Co-fundador e investigador de la Fundación Conflict Responses (CORE). Ha trabajado en International Crisis Group en Colombia, la Corporación Nuevo Arco Iris, el Centro Nacional de Memoria Histórica, la Organización Internacional para las Migraciones, entre otras. Politólogo de la University of Connecticut...