Es justo dentro de este último grupo que la sensación de parálisis e inacción es más angustiante. Sin embargo, cuando se analiza en detalle cómo funciona el proceso de negociaciones –con acuerdos que no se logran por mayorías sino por unanimidad–, la diversidad de los actores e intereses que participan y por supuesto, el tamaño del reto a solucionar, esta sensación se pone en perspectiva. Aunque muchas personas acusen a las empresas de greenwashing y se frustren por la falta de compromiso de las partes, la realidad es que durante estas dos semanas el mundo entero ha estado hablando y actuando alrededor del mismo tema.
Es así como vimos una coalición del sector privado defendiendo la meta de que la temperatura no aumente más de 1.5 grados; a jóvenes en su primer pabellón y lanzando un fondo de financiamiento propio; a países con altísima dependencia en combustibles fósiles presentar avances en tecnologías solar y eólica; a los pueblos indígenas y a países como Colombia y Vanuatu liderando la conversación sobre pérdidas y daños.
¿Y por qué estos avances importan? Porque son evidencia de la manera como los diferentes actores han comenzado a sensibilizarse frente a la importancia de poner su grano de arena. La meta de 1.5 grados, que hasta hace poco era bandera sólo de científicos y activistas, hoy es defendida también por las empresas. La juventud, que tuvo que protestar por la falta de acceso y representatividad en la toma de decisiones, hoy es ampliamente aceptada como un actor clave en el debate.
Además, los países que generan ingresos con la explotación de combustibles fósiles han comenzado a generar conciencia de la necesidad innegable de transitar al uso de fuentes renovables no convencionales. A esto se suma que después de años, los países que más viven los impactos del cambio climático, por fin han logrado la presión suficiente para que las naciones que más han contribuido a la crisis, se comprometan a meterse la mano al bolsillo para atender los daños causados por ella.
No es perfecta y, sin duda, no se mueve a la velocidad que quisiéramos, pero estas semanas culminan un año de negociaciones complejas y obligan a que países, empresas y actores que normalmente no estarían tan preocupados por el cambio climático, piensen qué pueden traer a la mesa. Cada quien trae lo que puede, lo que quiere y lo que conoce. Y entre todos esos elementos, hoy contamos con acuerdos que despiertan algún optimismo entre quienes creemos en la participación y el involucramiento ciudadano en la lucha contra la crisis.