Cuando el liderazgo se cansa le pueden ofrecer diez mil alternativas y ninguna lo motiva porque se debilita y necesita un antídoto contra el negativismo.
Hay liderazgos para los que el “echaleganismo” no es suficiente, porque siempre tienen que dar más que los demás, demostrar que se es capaz y que sin la “rosca” se puede y eso, créanme, es agotador.
El liderazgo se cansa de que lo comparen, que le digan ¿por qué no lo has logrado si aquel o aquella lo están haciendo increíble? Tiene que combatir las pesadillas del fracaso porque para lo demás no es válida la derrota y mucho menos darte un respiro, porque así como a la relaciones amorosas, al liderazgo también hay que decirle: necesito un tiempo.
En ocasiones el liderazgo es señalado y quiere gritar, soltar, salir corriendo, terminar con lo creado. Pero hay una voz interna que no lo deja, que le recuerda que está allí por su comunidad.
El liderazgo también tiene que luchar con los visibles, que en ocasiones estrechan el camino para que solo algunos, sus elegidos, lleguen y brillen, pero eso sí, no en mayor proporción que ellos.