Cuando nos tomamos el espacio público

Cuando nos tomamos el espacio público
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De las cosas que más me gustan del 8 de marzo es ver a las mujeres tomándose las calles alrededor del mundo. Se han vuelto tradición las fotos de marchas multitudinarias llenas de violeta y verde. El espacio público se nos ha negado, y el 8 de marzo lo reclamamos. 

Llenando la calle las mujeres hemos logrado cambios significativos para nuestros derechos. Llenando la calle, en febrero de 2022, las mujeres de Colombia logramos que la Corte Constitucional reconociera nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos

Esto también nos recuerda que las ciudades muchas veces son lugares hostiles para las mujeres, que han sido diseñadas por y para los hombres y, con frecuencia, para mantener la división entre el espacio privado (el de las mujeres) y el espacio público (de dominio de los hombres).

Aunque la planeación urbana ya no se hace explícitamente con ese objetivo, las divisiones persisten y también la prevalencia de espacios públicos enfocados en hombres. Un ejemplo de esto son los espacios de recreación para jóvenes.

¿Espacio público para quién?

Una señora que trabaja diseñando parques y sitios de juegos con las comunidades del este de Londres me dijo un día que las canchas de fútbol eran los espacios menos democráticos que existían. Yo jamás lo habría pensado. 

En mi imaginario, las canchas de fútbol podían ser usadas por personas de cualquier nivel de ingreso, en cualquier parte de la ciudad y eran las responsables de que algunos muchachitos de municipios olvidados de Colombia resultaran siendo estrellas con la Selección Nacional. Nunca había pensado en que, justamente, eran solo para los muchachitos. La señora tenía razón.

Las canchas múltiples son espacios públicos fantásticos, que fomentan el deporte y se convierten en sitio de encuentro para las comunidades, en especial los jóvenes. Pero también tienen efectos excluyentes. Por ejemplo, a las niñas y mujeres con frecuencia no se les permite usarlas. 

Varias jugadoras de las selecciones femeninas tienen historias de como sufrieron acoso y violencia por querer jugar fútbol. Para ellas, el amor por el deporte pudo más que toda la violencia, pero para muchas no es así. Está demostrado que las adolescentes practican menos deportes que sus contemporáneos hombres, y mucho de eso está asociado con los estereotipos de género.

Estos espacios también tienden a excluir otros tipos de usuarios: cuidadoras con bebés, personas con algún tipo de discapacidad, niños y niñas pequeños y adultas mayores. Una colega hace poco mencionaba que ella había sido el tipo de niña que parecía un imán de balones y todavía se angustiaba cuando estaba cerca de un grupo de futbolistas de barrio.

Aun así, es común que cuando se piense en espacios públicos para adolescentes y jóvenes, automáticamente se piense en un parque con canchas deportivas. Pareciera que no nos cabe otra posibilidad en la cabeza. 

Y, de nuevo, no hay nada malo con las canchas, pero es importante reconocer que no son espacios amigables para todo el mundo y necesitamos considerar las necesidades de diferentes tipos de usuarias.

Espacios para niñas

Respondiendo a esta realidad, hay proyectos como Make Space for Girls en Reino Unido, que se dedicó a investigar cómo se sienten las adolescentes en los espacios públicos y qué quisieran ver en ellos. Efectivamente encontraron que las adolescentes no se sienten acogidas en las canchas múltiples. 

En lugar de eso, recomiendan senderos para caminar, columpios, lugares para sentarse y que las zonas estén divididas en espacios más pequeños, pues cuando hay un único espacio extenso, tiende a ser dominado por un solo grupo. 

Y muy importante: iluminación y baños públicos. Como lo menciona una de las adolescentes que fue investigadora local en el proyecto: es la naturaleza, ¿no? No podemos evitarlo si necesitamos ir al baño.

En Colombia, el proyecto en el que he estado metida de cabeza por más de un año encontró algo parecido. En el oriente de Cali, las niñas también narraban cómo les lanzaban balonazos para que salieran de las canchas. 

Por eso, con ellas, se diseñaron nuevos espacios públicos, buscando que fueran amigables para todas. ¿El resultado? Un espacio dividido en cuatro usos: zona social, huerta, espacio abierto y, mi favorita, la pista de baile. 

La pista de baile ha sido un espacio increíblemente exitoso, que se llena dos veces a la semana de niñas y adolescentes que llegan a aprender danza urbana. Esta pista convive con una cancha múltiple a pocos metros, juegos para los más pequeños y espacios para sentarse. Estos usos no son excluyentes, simplemente hay oferta para todas.

Este día y esta experiencia me sirven para recordar que las divisiones y estereotipos de género se nos aplican desde que somos muy jóvenes, que desde niñas se nos prohiben ciertas actividades y se nos enseña que el espacio público no es nuestro. Desde niñas empezamos a experimentar las consecuencias de que no se diseñe para nosotras.

Espero que este sea un llamado para que en las ciudades y municipios de Colombia se empiece a diseñar espacio público que sirva para fomentar el deporte, sí, pero que también tenga en cuenta a todas las personas que lo usan. 

Que se logren espacios que se puedan compartir y no sean abiertamente hostiles para algunas. Que el hecho de que las mujeres ocupemos la ciudad no sea un fenómeno que ocurra una vez al año.

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