Cuba es el símbolo de un sueño de libertad, una utopía jamás lograda. Desde la Colonia, su historia está cargada de años de opresión, esplendor, pobreza y resistencia. El pueblo cubano lleva en su ADN una dignidad particular que le da fuerza para resaltar sus valores, dentro y fuera de la isla.
Cuba y las fisuras de una cárcel psicológica

A partir de 1868, la sombra colonialista no dejó de acechar a la isla. La expulsión del dominio español no terminó con la derrota de España ante Estados Unidos por el territorio. Lo que “ganó” la isla fue la Enmienda Platt, el garante de Estados Unidos para mantener el control de su posición geográfica –como puerta de entrada a la potencia norteamericana desde el Océano Atlántico– en un momento decisivo para el comercio exterior, en plena construcción del Canal de Panamá.
En el pasado, la caña de azúcar fue la mayor riqueza y desgracia de Cuba; convertida en monocultivo, canibalizó otras fuentes de riqueza. Ninguna economía subsiste con la dependencia de un único consumidor, en este caso Estados Unidos.
Inmigrantes de todas partes del mundo llegaron atraídos por la exuberancia y la bonanza de la isla. Pero, en un contexto de mucha corrupción, las viejas heridas de la esclavitud y la explotación a las clases menos favorecidas no sanaron. Se gestó una revolución.
Durante la carnicería de la Primera Guerra Mundial, Alemania y Rusia descuidaron el negocio del azúcar que extraían de la remolacha. Los precios se dispararon aparatosamente en beneficio de Cuba, principal productora en ese momento. La burbuja explotó tras el fin de la guerra y los cortadores de caña, descendientes de esclavos, fueron las víctimas más visibles de esa profunda crisis económica.
El pueblo cubano se ilusionó con las promesas del militar Gerardo Machado; su popularidad se debía a un ambicioso plan de infraestructura, nuevas políticas de aranceles y la ausencia de control de Estados Unidos. En los años veinte, la isla tenía más estaciones de radio que cualquier otro país y gozaba de un sofisticado sistema telefónico. Todo ese esplendor fue aplastado por la crisis de la Gran Depresión que desenmascaró a Machado y lo mostró como un dictador, con las deudas al cuello por todas sus apuestas políticas.
Ese “fascismo tropical” terminó con una rebelión liderada por Fulgencio Batista, un militar con personalidad arrolladora y con un aliado intelectual poderoso como Ramón Grau, quien después sería un obstáculo para sus intereses personales.
El idealista Grau soñaba con que Cuba tuviera la democracia más moderna del mundo. Sin embargo, la ambición de Batista no contemplaba esos planes. El autócrata sacó del camino a Grau y siguió los pasos del populismo. Puso a nuevos comodines en el poder y contentó a la población con cambios fundamentales como más derechos a los trabajadores, el sufragio femenino, una jornada laboral de ocho horas y un tratado para librarse del control de Estados Unidos. Su camino a la Presidencia no podía estar más asegurado.
Con la unión de la izquierda y la derecha, una nueva constitución democrática y todo el apoyo de los intelectuales, Batista subió a la Presidencia.
Cuba era un imán para el negocio del alcohol, turistas de todo el mundo llegaron atraídos por el mejor ron del mundo. La mafia se instaló con sus casinos y su lavado de dinero.
Cuba apoyó a Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y Batista tuvo la oportunidad perfecta para enriquecerse con el negocio armamentista, renunció y disfrutó de un estilo de vida lujoso en Miami. Ramón Grau regresó al poder.
Para ese entonces, La Habana era casi un paraíso para la mafia; Francis Ford Coppola recreó esa atmósfera en El Padrino II. No obstante, los casinos se salieron de control.
Con la ayuda de Meyer Lansky, Batista regresó para poner todo en “orden”. Según él, había que “disciplinar la democracia”. Pateó la Constitución que había ayudado a crear y diseñó un golpe de Estado. Como dictador, implantó un régimen policial de terror. Hay registros que cuentan cómo la Policía exhibía cadáveres desde carros en movimiento para después tirarlos como basura por las calles.
Había agitación en toda Latinoamérica. Estudiantes, trabajadores y soldados se rebelaron. Fidel Castro había sumado adeptos desde la Universidad de la Habana y en sus viajes por otros países donde también se desarrollaron revueltas.
Fidel siguió los pasos del héroe nacional José Martí y logró el patrocinio de la revolución con el dinero de los exiliados y su mente brillante llamó la atención de los medios más importantes de Estados Unidos. Proezas como el asalto al Cuartel Moncada en pleno domingo de Carnaval y la travesía del Granma que no naufragó de milagro se convirtieron en leyendas épicas.
Había gran simpatía por Fidel, hasta el piloto automovilístico Juan Manuel Fangio, quien fue utilizado como anzuelo para llamar la atención de la prensa mundial durante el Grand Prix de la Habana, declaró ante los medios "Los rebeldes tenían una causa noble detrás de mi secuestro, y como tal debía apoyarlo".
La ayuda de Estados Unidos a favor del régimen de Batista terminó con una suspensión del suministro de armas. Ante su fracaso militar frente a los rebeldes, huyó a República Dominicana con 300 millones de dólares.
Cuba celebró el triunfo de la Revolución.
Posteriormente, la soberanía de Cuba se negoció con la Unión Soviética, que a cambio de la coalición de los gobiernos desembolsó un préstamo de 100 millones de dólares. Fidel Castro implantó una autocracia que todo el planeta conoce.
Estados Unidos intentó matarlo 634 veces, según escribió en su libro el hombre que ayudó a protegerlo, Fabián Escalante. Pero, ni espías con bolígrafos tóxicos y rifles de alta potencia cumplieron el objetivo. La poderosa oratoria de Castro lo mitificó y sus discursos sedujeron a grandes personalidades del mundo político norteamericano.
"Si su poder incluye algo tan monstruosamente antidemocrático como la capacidad de ordenar una guerra termonuclear, les pregunto yo: ¿quién es más como un dictador: el presidente de los Estados Unidos o yo?”, le dijo Fidel Castro a Ronald Reagan.
Sin el “Che” y Camilo Cienfuegos, figuras tan emblemáticas como él -que hubieran podido servir de contrapeso-, Fidel se hizo con el control absoluto del país durante las casi cuatro décadas que gobernó.
En un régimen no menos abusivo que el de Fulgencio Batista, se implantó el terror con una represión que pudo mantenerse gracias a la abolición de cualquier forma de disenso y a la suma de políticas represivas por parte de Estados Unidos que mantienen un bloqueo económico que legitima al régimen, ante la imposibilidad de cualquier reforma bajo ese pretexto.
Cuba padeció su propio apocalipsis tras el desplome de la Unión Soviética, pero la isla aprendió a emerger de sus cenizas gracias a la dignidad del pueblo cubano.
La mirada de un estadounidense criado en la Habana*
Cuba le debo una visión muy particular y nada frívola de la vida; toda mi infancia y parte de mi juventud la viví en la Habana hasta graduarme de Estomatología –Odontología–.
En el colegio pude ser testigo de las bondades de la revolución en el nivel educativo. El Estado nos dio todo. En 1985 recibimos clases de computación y hasta cátedras de botánica y biología molecular dictadas por profesores realmente brillantes. Nos cuidaron con una dieta balanceada con una particular obsesión por la leche, siempre servida en jarras de aluminio heladas.
En el comedor escolar, nos enseñaron todas las normas de etiqueta, también nos entrenaron para servir la mesa. El hábito de la lectura se nos inculcó con una hora diaria de biblioteca.
La enseñanza del deporte se impartió con mucho rigor y, a diferencia de la mayoría de los colegios latinoamericanos donde los estudiantes eran llevados a misa, nosotros recitábamos lemas de adoctrinamiento como este, que nunca se me ha olvidado “Pioneros por el comunismo seremos como el Che”.
Ingresé a la Universidad de la Habana y una vez allí, me absorbió un ambiente con una necesidad imperante de aprender. Todos los estudiantes eran lectores voraces que se reunían en los espacios de la universidad para discutir las obras de los grandes exponentes de la literatura universal, la filosofía y la política.
A pesar de que los años noventa fueron especialmente duros, la gente que conocía tenía un interés genuino por crecer intelectualmente. Íbamos a ver películas en el aclamado Festival Latinoamericano de Cine, al ballet y al teatro, porque todos teníamos hambre por la cultura. Y solamente entrar al Teatro García Lorca era presenciar una obra de arte.
Los apagones de diez horas no eran impedimento para estudiar; mis compañeros se iban al malecón para leer bajo las farolas. Y pedaleaban 30 kilómetros para llegar a almorzar en el comedor de la universidad donde a veces lo que podían servir era una sopa de arroz o, con suerte, un plato de frijoles duros con arroz blanco.
Recuerdo a una amiga que era la primera en llegar a clases. Curiosamente ella vivía en San Antonio de los Baños (a tres horas de la Habana); para llegar se tenía que subir al planchón de un camión.
En mi círculo de amigos, nadie veía a Fidel como un salvador o un modelo de idolatría, pero tampoco veían con claridad cómo terminaría el sistema. Solo había una sensación de que había que arreglar lo económico.
Ellos deseaban ropa, una vivienda con comodidades y el derecho a ganar dinero. Y los contrastes eran abismales; era gratuito ir a hacerte una cirugía plástica, cirugía de corazón, pero el peso cubano no te alcanzaba para muchas cosas de la cesta básica como el aceite.
No se construyó una carretera nueva en 30 años y en una sola casa que podía tener 70 metros cuadrados vivían tres generaciones hacinadas en una completa falta de intimidad.
Todos compartían el deseo de irse y la mayoría lo hizo. Los demás se quedaron por miedo al mundo fuera de Cuba.
Luces y sombras
Con la muerte de Fidel, parte de la idea romántica relacionada al comunismo se esfumó. Raúl Castro trajo un sistema más práctico, pero siguió cargando con el lastre de las dos monedas que dejaron como producto una economía desordenada.
“El peso fue deshonrado cuando se le condenó hace más de un cuarto de siglo a ser un dinero de segunda, que no servía para comprar en las abastecidas tiendas, conocidas popularmente como ‘shoppings’, que se abrieron en plena crisis. Una moneda manchada por su poco valor y que condenaba a la miseria a quien la llevara en el bolsillo”, escribe la filóloga cubana Yoani Sanchez.
El endurecimiento del embargo de Donald Trump recrudeció la situación. Redujo los vuelos a Cuba, hubo un veto a los cruceros y obligó a quitar los paquetes turísticos religiosos y deportivos, que saltaban la absurda prohibición que tienen los estadounidenses de hospedarse en hoteles de la isla.
A esta cadena de desastres, se vino otro mayor: la pandemia.
Sin remesas y una economía global tambaleante, Cuba no pudo salir indemne de la necesidad de cierre de sitios turísticos, su principal motor económico, para no sucumbir ante tantas presiones.
No obstante, la escasez de lo básico tampoco ha sido un obstáculo para la biotecnología y sus avances. Han desarrollado dos vacunas que tienen alta eficacia: Abdala (92,8 % después de tres dosis) y Soberana 0.2 (62 % después de dos dosis), que, de pasar los controles de la OMS, convertirán a Cuba en el primer país latinoamericano en desarrollar vacunas contra el coronavirus. Ya son referentes las misiones diplomáticas de médicos cubanos que han puesto el nombre de Cuba en alto al atender a países capitalistas con sistemas sanitarios colapsados. Es innegable el posicionamiento de la isla como referente a nivel global en tratamientos para el cáncer e investigaciones del Centro de Inmunología Molecular.
como si se tratara de otro virus, los jóvenes están perdiendo el miedo a alzar su voz. Chile y Colombia viven sus estallidos sociales en contra de gobiernos autoritarios. En Cuba también se escuchó el grito, que se multiplicó por las redes sociales con el #soscuba.
“Los cubanos han pasado de la inconformidad doméstica, de quejarse en casa y asentir en público, a la acción, y eso acaba de abrir una grieta en las arterias del corazón del régimen”, escribe el periodista cubano Abraham Jiménez Enoa.
Queda en relieve que el gobierno de Miguel Díaz-Canel comete un grave error reprimiendo las libertades individuales de la gente que decide marchar desesperada por el bloqueo y la escasez económica; también quedó a la vista la crueldad del bloqueo de Estados Unidos que sacrifica aún más la vida de las personas en una crisis sanitaria como la actual; le impiden a todo un país la financiación y adquisición de medicinas, equipos médicos y alimentos.
“Patria y Vida”
La única forma de saber si el pueblo cubano decide mantenerse en el actual régimen o no es levantando el asedio económico al que es sometido. Pero el gobierno de Estados Unidos no parece querer hacer el experimento.
Tal vez China quiera suceder a la Unión Soviética y tener las puertas abiertas de Estados Unidos desde Cuba.
* Testimonio de Nabil Jada’a sobre su vida en la Habana.
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