Durante los últimos años, y en particular desde el plebiscito sobre los Acuerdos de Paz (2016), medios de comunicación y analistas han asumido que Colombia está partida en dos. La narrativa de polarización que se repite como comodín para explicar desde debates de fútbol hasta elecciones presidenciales llevó a que en Movilizatorio nos preguntamos de qué se trata y, sobre todo, cómo podemos combatir la polarización.

Para eso, desarrollamos un estudio en el que analizamos más de 2.600.000 trinos relacionados con seis conversaciones centrales en la opinión pública de Colombia (Acuerdo de Paz, corrupción, protesta social, Venezuela, medio ambiente, género y diversidad), y encuestamos una muestra representativa a nivel nacional, con miras a obtener información sobre el perfil actitudinal y de valores de la población.

Utilizando una metodología inspirada en More in CommonTM buscamos explorar, más allá del análisis demográfico e ideológico que se realiza regularmente en Colombia, cómo juegan los valores morales a la hora de explicar la aparente fractura social del país. La metodología se basó en la Teoría de los Fundamentos Morales de los psicólogos Jonathan Haidt y Craig Joseph, y buscó entender si en Colombia, como en otros países, existe una división clara entre segmentos de valores liberales y conservadores.

El resultado fue que —contrario a la percepción generalizada— los perfiles morales de la población colombiana demuestran una alta homogeneidad. Es decir que, más allá de las divisiones generadas alrededor de temáticas o coyunturas, existe en el país una base moral altamente volcada hacia los valores conservadores.

La primera pregunta que surge al analizar los perfiles morales de las personas en Colombia es cómo se explica que un país tan apegado a valores tradicionales se haya decidido, por primera vez, por un gobierno abiertamente de izquierda.

Nuestra hipótesis es que, durante las elecciones, los candidatos ofrecen “combos electorales” que buscan atraer a la mayor cantidad de personas en al menos tres niveles: valores, agenda e ideología. Es decir, una persona puede elegir su candidato porque representa su visión del “deber ser”, porque tiene el programa de gobierno que más se alinea con sus prioridades temáticas o porque representa su partido o ideología política.

En la práctica, las personas organizamos nuestras preferencias usando una combinación variable de estos elementos y elegimos la candidatura que capture la mayor parte o los que consideremos más relevantes. Por su parte, las campañas trabajan para subrayar esos factores para diferenciarse de los otros contendores -la agresividad en el uso de estas tácticas que muchas veces acuden a la desinformación es uno de los factores que podría explicar la amplia percepción de polarización en el país-.

A nivel de ideología política, lo que vemos en el estudio es que en todos los segmentos la mayoría avasalladora de las personas se identifican como apáticos o no interesados en la política. Las personas que se reconocen como de derecha, centro o izquierda son minorías en todos los segmentos. De modo que podemos esperar que las candidaturas apelen inicialmente a esa base de personas alineadas ideológicamente, pero luego deban buscar adeptos dentro de la gran mayoría de apáticos para construir números significativos a nivel electoral. Para llegar a estos segmentos se juegan las otras dos cartas: los valores y las agendas.

A nivel de valores, nos encontramos en Colombia con una homogeneidad tal que es difícil pensar que alguna candidatura sea viable por fuera de la alineación con elementos como la religión o la familia. En las pasadas elecciones, vimos que tanto Petro como Hernández proyectaron la visión de hombres fuertes y de familia, con respuestas y posiciones inequívocas, y buscando siempre generar afinidad con las comunidades de fe.

Eso nos deja con la última carta, que es la de las agendas. En este caso, los dos candidatos apelaron a las agendas altamente relevantes para los diferentes segmentos; la de equidad social, protección ambiental y lucha contra la corrupción. En este punto, vimos como Hernández se apegó de manera sistemática al discurso anticorrupción, mientras que Petro amplió el espectro y se apropió de la agenda ambiental, y de demandas sociales y de equidad, sin dejar de lado la corrupción.

La capacidad de la campaña de Petro para entusiasmar y conectar con las demandas sociales de una ciudadanía decepcionada de las instituciones, pero ávida de un sistema funcional de respuestas, protección y orden nos lleva a entender el contexto en el cual se abre paso la primera Presidencia de izquierda en Colombia; un contexto en el que lejos de firmar un cheque en blanco o de una adscripción ideológica de izquierda, la ciudadanía confió en la posibilidad de ver resultados frente a reivindicaciones históricas.

El reto será dar respuesta a estas demandas, tendiendo puentes y sin alienar a la gran mayoría de colombianos y colombianas de arraigo a valores conservadores y tendencia a la desconfianza en la política. Conversar con estas audiencias, encontrarlas donde están y no asumir que van a mantener su apoyo sin cuestionamientos será el principio para un proyecto que no sólo gane elecciones, sino que permita construir agendas de reconciliación de largo plazo.

Antropóloga y Politóloga con Maestría en Administración Pública de la Universidad de Columbia y Especialización en Economía de la Universidad de Los Andes. Tengo más de 12 años de experiencia trabajando con el Gobierno de Colombia y Agencias de la ONU como OCHA y UNICEF en el diseño y evaluación...