En la reciente entrevista concedida a la revista Cambio el presidente Petro se refirió, entre muchas otras cosas, a la teoría musical, algo bastante poco común para un político. Al preguntársele por la propuesta de crear un sistema de orquestas, dijo lo siguiente:
"Ahora hay una discusión por eso porque dicen que nosotros no tenemos por qué estar pegados al eurocentrismo y esa música es europea occidental. No. Yo tengo otra visión, (…) la teoría musical clásica te permite varias cosas. Primero, un trabajo en equipo entre los niños, las niñas; segundo, abstracción mental, que es clave para las matemáticas y Colombia falla en las matemáticas; y tercero, sensibilidad".
Puede parecer un dato menor, excesivamente técnico y específico. Sin embargo, el que este tema esté en labios del presidente y que su posición haya sido confirmada por el ministro encargado Jorge Zorro en esta entrevista del diario El País da cuenta de su centralidad para la apuesta cultural del gobierno.
Esta discusión es relevante porque la música es de lejos la práctica artística más extendida en el país. Es la que más gente convoca, la que más habita nuestra cotidianidad y es también la expresión por la que más se nos reconoce en el resto del mundo.
Con esto no quiero decir que sea más importante que otras prácticas, ni mucho menos. Pero sí que la forma en que nos relacionamos con la música pesa mucho en cómo nos constituimos como seres culturales.
Como alguien que ha sido investigador y educador musical durante más de veinte años puedo afirmar que el presidente está profundamente equivocado: el trabajo en equipo se fortalece más con la práctica musical -de cualquier música- que con su aprendizaje teórico. La abstracción requerida para la teoría musical no necesariamente fortalece el pensamiento matemático. La música no debe ser enseñada como un instrumento para otros fines. Y la gente no necesita ser sensibilizada porque ya tiene sensibilidades estéticas diversas. Pero, además, la teoría musical "clásica" no es un conjunto de herramientas neutras aplicables a cualquier práctica.
Cualquier persona que haya tomado clases de música sabe que la teoría está llena de prescripciones y normas: hay que evitar quintas paralelas, hay que resolver la sensible, no se puede duplicar la tercera, hay que saber marcar la métrica de cierta forma, etc. Todas estas prescripciones trazan la línea entre lo que está "bien" y lo que está "mal" en la música, entre lo que se puede y lo que no se puede hacer. El resultado de un aprendizaje así es que divide el mundo entre aquellos que han estudiado -y por lo tanto pueden hablar autorizadamente del tema- y aquellos que deben permanecer callados.
Por eso es común encontrarse con afirmaciones como "es que yo no sé de música" (es decir, no manejo el lenguaje técnico autorizado que permite juzgar el valor de una música desde sus características formales). Si se entiende la música como un derecho y como una práctica que puede hermanar a la humanidad, una afirmación así equivale a autoexcluirse de la cultura. Aún peor, equivale a aceptar que la música, esa expresión inevitablemente mayoritaria, debe tener un campo de expertos que la "legislen".
Esto sería comprensible si estuviéramos hablando de campos como la neurocirugía o la macroeconomía en los cuales la sofisticación técnica es fundamental para mejorar la función social del conocimiento. Pero estamos hablando de música, de disfrute, de corporalidad, de expresión humana. Por supuesto que hay un ámbito profesional de la música en el que estos conocimientos pueden y deben ser puestos en juego, disputados y transformados. Pero tomar la enseñanza de la teoría musical como una suerte de alfabetización de la población equivale a volver generales una serie de sesgos en un ejercicio que debería ser lo más libre posible.
Esto lleva al segundo punto: el problema no es solamente que la teoría sea prescriptiva y normativa. El problema es también desde dónde se piensan sus normas. La teoría musical no es como es porque haya razones abstractas o universales que la sustenten. La teoría musical occidental se ha construido como resultado de adoptar una práctica muy específica como un modelo a imitar: la música artística urbana centroeuropea de los siglos XVII a XIX.
¿Por qué basar la teoría en esta música? La respuesta es sencilla: porque ha sido posicionada como superior desde unas asimetrías de poder que tienen cargas de género, de clase y de raza y se ha logrado que el mundo incorpore esa jerarquía como si fuera algo natural. Estoy hablando de colonialismo tratando de evitar esa palabra para que no se vacíe su contenido, pero digámoslo completo: la teoría musical que se enseña en la mayor parte del mundo es profundamente colonial porque ayuda a instalar un criterio de valor según el cual la música buena es la que se adapta a su razón prescriptiva basada en música europea.
El carácter eurocéntrico y "blanco" de la teoría musical es algo que en los últimos años se ha discutido muy acaloradamente en la academia musical anglosajona, como lo muestran este artículo y este video. Pero desde mucho antes en el ámbito latinoamericano veníamos adelantándonos a esa discusión. Yo mismo he publicado textos académicos al respecto, pero además en nuestra región este tema ha sido muy fuerte en ámbitos como el Foro Latinoamericano de Educación Musical (Fladem), la rama latinoamericana de la Asociación Internacional de Estudios de Música Popular (Iaspm-AL) y diferentes asociaciones de psicología y ciencias cognitivas de la música como Saccom en Argentina, PsicMuse en Colombia o Abcm en Brasil.
Toda esta trayectoria de investigación y reflexión se ha encontrado de bruces con la realidad de que presidente y ministro quieren volver a unas jerarquías culturales que creíamos superadas hace décadas. No solo eso: según el ministro también quieren que sea esa lógica la que guíe la inclusión de la música en el sistema educativo.
No es un tema menor. El ministro ha dicho en todos los tonos que quiere impulsar un enfoque diferencial y territorial. Pero su insistencia en la teoría musical clásica muestra la superficialidad de esa intención y la profundidad de la contradicción que entraña.
El país necesita poder tomar en serio el respeto a las diferencias culturales. Necesita que todos los colombianos conozcan y practiquen la diversidad de sus músicas desde la primera infancia. Necesita que la gente se relacione con la música sin prejuicios estéticos, que son, con frecuencia, unos buenos predictores de los prejuicios sociales.
Ojalá esto sea tenido en consideración en las mesas técnicas que se están convocando por parte del Ministerio.