En épocas electorales suele cambiar la manera como la clase política se acerca a ciertos grupos o sectores. Hoy, en medio de la contienda, nadie se atrevería a calificar negativamente a quienes lideran los procesos en las aulas de las escuelas de todo el país. Lamentablemente sí se ha hecho, y no pocas veces. Descalificar el oficio de enseñar es ante todo un acto de profunda ignorancia.
No es cierto que la educación pueda resolverse con videos de clases absolutamente estandarizadas o que haya la receta perfecta, inamovible, para que todos y todas aprendan a factorizar. Tampoco es cierto que un ambiente con los mejores materiales y la infraestructura lograda se llene por sí solo de sentido pedagógico sin la mediación de un profe. Sin embargo, muchos creen que enseñar es una labor superficial, de corte operativo que no demanda un compromiso de singular alcance, e incluso prescindible.
Enseñar implica un acto de amor. Cada maestra y cada maestro parten de la convicción de que es posible transmitir la cultura, y con ello crear un espacio para la formación de una ciudadanía respetuosa, diversa, que encuentra en el saber un medio para conocer el entorno y un propósito para construir mejores argumentos que promuevan la vida en todas sus dimensiones.
Desde luego esto implica un compromiso ético y político (porque no podemos seguir pensando que solo son políticos quienes se adhieren a candidaturas o partidos) que implica una elección profesional, y con ello la necesidad de seguir formándose y aprendiendo, pues si alguien no puede evadir la responsabilidad de ser un estudiante perpetuo es justamente quien ha optado por enseñar.
Es el momento de hacer una pausa, en medio del torrente electoral, para agradecer a quienes hacen que la escuela exista, que entregan su vida y construcción intelectual para hacer que nuestros niños, niñas y jóvenes puedan construir sus propias alas y, con ello, enfrentarse a un mundo cada vez más hostil.
No es fácil ser profesor, y menos en un país como Colombia. Las complejidades de nuestro sistema educativo hacen que muchos profes vivan las afugias de una sede sin agua potable, o de las presiones de grupos ilegales que ven en cada escuela una cantera ideal para perpetuar una guerra que seguimos sin entender.
Desde luego, en estas situaciones difíciles es donde he tenido la oportunidad de encontrarme con verdaderas inspiraciones. Hoy no puedo dejar de agradecer a tantas Adrianas, Almas, Oswaldos, Linas, Éricas, Lías, Giorgios e Hildas que nos inspiran a seguir en el camino de reconocer en la enseñanza el oficio transformador por excelencia.
La tarea que nos queda a todos es dejar de pensar en los profes solo el 15 de mayo y ponernos las boticas e ir a conocer la cotidianidad de las escuelas, antes de lanzarnos con juicios que no entienden, en lo más mínimo, qué es una escuela.
Por lo pronto, recuerdo la frase que Rafael Aubad recurrentemente nos propone: "para pensar en nuevo país hay que pensar en el maestro: siempre el maestro".