Para Pancho Soberón.
El ombligo de los derechos humanos

El cordón umbilical es el conducto de la vida, es lo que nos une también a las fuentes de alimento. La lucha por los derechos humanos ha sido parte de las conquistas de la humanidad, que sin embargo siempre están amenazadas por retrocesos, o por quienes quieren convertirla en un obstáculo o en una opinión más, como si la dignidad humana no existiera, como si las creencias que tan bien sabe utilizar el ejercicio del poder que se extiende sobre los demás fueran la referencia para la vida.
Pancho Soberón fue fundador de la Coordinadora de DD.HH. de Perú, una instancia de coordinación de distintas organizaciones y una voz colectiva para defender los derechos humanos, y el primero de la fila el de la vida, tan amenazado en el Perú de los años 80, en la guerra de todos contra todos, de Sendero Luminoso, Las Fuerzas Armadas, las Rondas campesinas, el Mrta, la Policía. La población civil convertida en objetivo.
Pancho ha sido siempre un maestro de la voz firme. Entre tantos casos e historias por las que navegó, compartimos algunos viajes, como con las familias de Barrios Altos y el Grupo Colina, un escuadrón de la muerte encargado de matar y desaparecer en la época Fujimori. Ese caso ante la Corte Interamericana llevó a declarar las amnistías generales ilegales para violaciones de derechos humanos. Una de las luchas que Pancho nos regaló. La última vez que nos vimos fue en el juicio a varios mandos militares por el caso Cabitos, un cuartel de Ayacucho. Para construirlo se hizo un horno para ladrillos, alimentado por un depósito de gasolina y un tubo en una gran explanada donde se iba cociendo el barro.
Cuando en Chile se descubrieron los restos de varios campesinos que habían sido detenidos, ejecutados y desaparecidos en Lonquén en 1978, Pinochet dio la orden a las Fuerzas Armadas de sacar todos los restos que pudieran de fosas clandestinas y tirarlos al mar, ocultando las pruebas de las personas que había ordenado desaparecer, y dejando a los familiares la estela de dolor interminable de la desaparición forzada. El método fue copiado por el ejército peruano al terminar el periodo de Belaunde en 1985, aunque no sabemos el nombre del operativo. Numerosas fosas fueron desmanteladas y los restos óseos cremados en el horno de ladrillos, aunque el lugar siguió siendo un gran cementerio clandestino de personas que habían sido torturadas en el cuartel y luego ejecutadas y enterradas a metro y medio bajo tierra. Muchas fosas tenían cactus encima.
Cuando años después de la Comisión de la Verdad y Reconciliación visité el lugar, ya los antropólogos forenses habían revisado toda la zona que los familiares, con mamá Angélica a la cabeza, reclamaban que fuera un lugar de memoria. Un sitio para quedarse en silencio, a sentipensar diría Eduardo Galeano. Los lugares de memoria nos conectan con ese ombligo de la vida.
Uno de los casos que la Comisión de Verdad y reconciliación había enviado toda la documentación a la Fiscalía para la investigación de los responsables era el caso Cabitos. Aprodhe, la organización que Pancho lideraba y que representaba a las víctimas, me propuso un peritaje para el juicio por ese caso. Se trataba de un peritaje sobre la memoria. Al principio me extrañó. Solo después entendí hasta donde puede llegar el negacionismo, el cinismo. Los abogados de la defensa de los militares que dirigían ese cuartel cuestionaban la veracidad de testimonios de personas torturadas, de los pocos que sobrevivieron al horror, porque el árbol no estaba donde señalaban, o porque los metros de distancia no eran 100, sino 20.
La desorientación temporo-espacial, el impacto traumático, la venda en los ojos, el tiempo pasado y el que todo se quiso olvidar que multiplica la distancia, los distintos momentos en que se da testimonio, la memoria que se refresca o la necesidad de completar el relato para que le crean, son algunas cosas de las que tuve que hablar. Un peritaje psicosocial es una forma de traducir experiencias nacidas en vivencias en conceptos que puedan ayudar a tomar decisiones judiciales. Después del peritaje y las preguntas del fiscal y la acusación particular de Aprodhe, Gloria y Pancho, llegó el turno de los abogados defensores:
Doctor, ¿usted cree que un exdetenido puede acordarse al 100% de todo?
Los números a veces son aliados, a veces son una trampa. En el estrado en Lima, me acordé de otro juicio por el caso Tibi ante la Corte Interamericana en Costa Rica, cuando la procuraduría de Ecuador me preguntó si las lesiones que tenía Tibi en su cuerpo se podía asegurar al 100% que eran secuelas de quemadura de cigarrillo, y no de lesiones de rascado por picaduras e infección en la cárcel donde estuvo, como sostenía otro perito que presentaron. Entonces tocó sacar el mapa para ver donde picaban los mosquitos y donde no, y mostrar lo redondas que eran esas cicatrices. ¿Existe el 100% en medicina? Fue otra pregunta.
Las preguntas trampa necesitan otro tipo de luz para no caerte en el agujero. Después de rodearlo, salí del juicio a comer con Pancho, en un restaurante de comida peruana fusión de la Amazonía. Una sinfonía de sabores, como el primer ceviche que probé con él. Pancho estuvo en la pelea de la Coalición para la Corte Penal Internacional, en el caso Pinochet y en otros muchos que jalonan la memoria colectiva de América Latina. Un tipo de defensores de derechos humanos de una rara estirpe, inasequible al desaliento. Un 100%. En los últimos años intercambiamos preocupaciones o luchas sobre México, Colombia o Nicaragua. Pacho estaba del lado de los derechos humanos en muy diferentes países y contextos, siempre al día. Un tipo de enfermedad que no se cura y no quiere dejar de vivirse. La preocupación por el mundo con su voz profunda siempre invitaba a ser parte. También de los muchos mensajes de Whatsapp, y los textos de la maleta colombiana que siempre leía, y sus GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS. Con letras bien grandes porque no veía bien por su diabetes. Esta madrugada ha muerto. Tantos que te queremos, tenemos que buscar una letra gigante a la que le quepan estas: gracias, Pancho, por ser parte de ese ombligo.
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