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La peligrosa analogía entre petróleo y turismo

Hace algunos meses, el presidente declaró con optimismo que “el turismo debe ser un nuevo petróleo para Colombia en términos de ingreso, en términos de movilización, de divisas, y, además, unido con tantas riquezas que tiene nuestro país” (Larepublica.co, 27 de febrero de 2019).

Este mantra es repetido por las bases del Plan Nacional de Desarrollo 2018-2022, al afirmar que “el turismo, como el nuevo petróleo, será un soporte para la transformación regional, la reconciliación entre los colombianos y el mejoramiento de la imagen del país” (PND, pág. 154).

No es por aguar la fiesta, pero otros países han tenido la misma idea, y los resultados dejan mucho en qué pensar. En Tailandia, por ejemplo, el turismo ya representa una quinta parte del PIB (Bloomberg, 2019), gracias a sus 38.27 millones de visitantes internacionales durante 2018, cifra nueve veces superior a la de Colombia (4.27 millones de visitantes en 2018 según MinCIT). Para 2029, la segunda economía del sudeste asiático proyecta 69 millones de visitantes anuales.

No obstante, muchas áreas insulares de Tailandia, prístinas e inexploradas hace 30 años, ahora cargan con un lastre de hasta 5.000 turistas diarios. Las consecuencias, como la devastación coralina resultante del pisoteo, la pesca con redes de arrastre y el vertimiento de residuos sólidos, no se compadecen con el magro desarrollo económico de las comunidades locales.

Paradójicamente, mientras que la pérdida del coral asciende a un 80% en ciertas áreas protegidas (Bahía Maya, en las Islas Phi-Phi), la interacción entre turistas y comunidades es casi nula, con lo cual las divisas fluyen en su gran mayoría hacia tour-operadores e intermediarios (Deutsche Welle, 2019).

En este aspecto, es decir, muchas divisas y poco desarrollo sostenible a escala local, definitivamente hay una semejanza entre petróleo y turismo.

Foto aérea de turistas en Bahía Maya – Tailandia (crédito Humphrey Muleba en Unsplash)

¿Para qué queremos más turistas en Colombia?

¿El panorama desolador del turismo en Tailandia podría llegar a ser una premonición para Colombia? Todo depende de las respuestas a las siguientes preguntas: ¿qué tipo de turismo deseamos, con qué propósito, en qué lugares, y a qué escala?  

Si el objetivo es plata, toda la que se pueda, y no necesariamente para los territorios, el turismo de masas podría ser la respuesta, con los impactos socioambientales que tal decisión conlleva. Si hay otros objetivos, que busquen aunar crecimiento económico, desarrollo sostenible, conservación y lucha contra el cambio climático, entonces la respuesta no es evidente, porque ningún tipo de turismo está exento de externalidades negativas, pero sí hay algunas pistas para orientar al país.

Los límites del ecoturismo

Una forma de turismo que ya cuenta con trayectoria en Colombia y que solemos asociar con la protección del patrimonio natural, es el ecoturismo. La Ley 300 de 1996 se refiere al ecoturismo como “aquella forma de turismo especializado y dirigido que se desarrolla en áreas con un atractivo natural especial”; y agrega que se trata de “una actividad controlada y dirigida, que produce un mínimo impacto sobre los ecosistemas naturales (…)”.

Si bien esta visión de política pública podría materializarse en áreas protegidas de acceso remoto, cuya carga turística es reducida y controlable, existe un sinnúmero de áreas con atractivos naturales especiales, no pertenecientes al SINAP, donde la diferencia entre expectativa y realidad frente al ecoturismo podría ser abismal.

Algunos ejemplos son Palomino (Guajira), Minca (Magdalena), Valle del Cocora (Quindío) y las Gachas de Guadalupe (Santander), afectados en mayor o menor medida por la pérdida de biodiversidad, la deforestación, la erosión y compactación de suelos, entre otros impactos.

Esto debido a factores como: pululación de construcciones (hoteles, restaurantes), acumulación de plásticos de un solo uso y otros residuos, exceso de caminantes por senderos ecológicos, camping sin restricciones, contaminación auditiva, y sobrepesca (El Tiempo, 8 de diciembre de 2017).

El problema es que estos lugares esperan un ecoturista ideal, informado sobre las vulnerabilidades de los ecosistemas, consciente de su huella ecológica, y motivado principalmente por el aprendizaje sobre fauna y flora.

Pero en realidad reciben una amalgama de verdaderos ecoturistas, y turistas “polizones”, por así decirlo, cuya atracción por la naturaleza puede ser bienintencionada, pero cuyos comportamientos no siempre resultan compatibles con los imperativos de conservación y desarrollo local. Para el Estado, resulta muy difícil discernir entre unos y otros.

En cambio, los operadores turísticos, que tendrían la posibilidad de filtrar el perfil ecoturístico de sus clientes mediante servicios y productos especializados, sucumben ante el incentivo económico de universalizar su oferta a todo tipo de público, para maximizar las ganancias.

Por ello, uno de los principales retos de política pública para Colombia en los próximos años será educar al turista polizón, que de todas formas seguirá llegando al país, y así lograr un mayor equilibrio entre generación de ingresos y sostenibilidad ambiental.

El turismo científico de naturaleza: ¿más de lo mismo o algo innovador?

Una forma complementaria de turismo, que empieza a cobrar importancia en Colombia, es el turismo científico de naturaleza. No tiene definición universalmente aceptada, pero básicamente busca construir puentes entre el mundo de las ciencias y el turismo, de tal forma que las actividades asociadas a éste (ej. avistamiento de aves, observación de orquídeas) respondan a un potencial comprobado (no supuesto) de desarrollo local, estén dirigidas a un público especializado (no masivo), y tengan impactos mitigables (no descontrolados) sobre los ecosistemas.

Colombia, el nuevo del salón

Varios países se destacan en el turismo científico de naturaleza, como Chile, México, Costa Rica, Belice y Tanzania. Por ejemplo, la región de Aysén, en la Patagonia chilena, es conocida por ofrecer amplias actividades de turismo científico para el aprendizaje sobre glaciares, geología, climatología, oceanografía, entre otros campos.

Asimismo, la reserva Natural Amani, ubicada en las montañas Usumbara, en Tanzania Oriental, es conocida como “las islas Galápagos de Tanzania”. Allí florecen iniciativas de conservación y restauración del bosque, con la participación de las comunidades locales, aunadas a iniciativas turismo científico de naturaleza, con énfasis en distintas especies endémicas (ej. camaleón de tres cuernos), y turismo eco-cultural, dirigidas a un público más amplio.

Camaleón de tres cuernos de las montañas de Usambara - Norbert J. Cordeiro, University of Illinois at Chicago, Bugwood.org

Colombia aún no es referente internacional de turismo científico de naturaleza, porque es el nuevo del salón, pero tiene potencial para destacarse en un futuro cercano.

Ya existe una Mesa Interinstitucional de Turismo Científico, conformada por organizaciones estatales, académicas y del sector privado. Adicionalmente, se están desarrollando iniciativas de turismo científico de naturaleza en zonas biodiversas como Santa María de Boyacá (Boyacá), Anchicayá (Valle del Cauca), Santuario de Fauna y Flora Otún-Quimbaya (Risaralda), y Anorí (Antioquia).

Todas ellas involucran actores académicos, estatales y comunitarios, y se caracterizan por fomentar la apropiación y aprovechamiento del conocimiento sobre biodiversidad por parte de las comunidades locales, algo que suele denominarse “apropiación social del conocimiento” o “ciencia ciudadana”.

Una de las experiencias más emblemáticas es liderada por la Asociación Comunitaria Yarumo Blanco, que administra, bajo el modelo de concesión comunitaria, el Santuario de Fauna y Flora Otún Quimbaya. Allí se practican actividades ecoturísticas clásicas, como senderismo y recorridos interpretativos, que cohabitan con un turismo científico de naturaleza.

Enfocado en grupos académicos altamente especializados, este turismo promueve la investigación sobre especies sombrilla de fauna y flora, como la pava caucana (Penelope perspicaxs) y el comino crespo (Aniba perutillis), y sus dinámicas en el ecosistema de selva sub-andina.

Mono aullador en Santuario de Fauna y Flora Otún Quimbaya (crédito COLPARQUES)

Turismo científico de naturaleza para la conservación y el uso sostenible de los bosques y otros ecosistemas en Colombia

¿Qué ventajas y desventajas tendría el turismo científico sobre el turismo de masas o el ecoturismo en cuanto a impactos socioambientales?

Al ser altamente especializado, el turismo científico de naturaleza se caracteriza por manejar bajos volúmenes de visitantes, y por lo tanto su potencial para generación de empleo es menor a la del turismo tradicional. Por esta razón, el turismo científico no alcanza a generar incentivos económicos suficientes para sustituir economías depredadoras del bosque y otros recursos naturales.

Uno puede imaginarse un lugar al cual lleguen turistas científicos internacionales para estudiar la ecología reproductiva de ciertas plantas, guiados y alojados por las mismas personas que, horas o días más tarde, tumbarán el bosque en busca de ingresos complementarios, para beneficio de algunos latifundistas.

Ahora bien, un volumen más bajo y un alto grado de especialización también permiten un relacionamiento de largo plazo con las comunidades y el entorno natural, sobre todo si el motivo de la visita, como el estudio de especies endémicas, requiere de estadías prolongadas o de múltiples viajes durante un año. Los lazos entre turistas y comunidades locales pueden verse favorecidos en la medida en que éstas

identifiquen y aprovechen el gran conocimiento que poseen sobre la fauna y la flora, y logren unirlo con una demanda nacional e internacional de lugares altamente biodiversos y aptos para la investigación.

A manera de ejemplo, en el marco de una alianza por el desarrollo sostenible entre la empresa EPM y PNUD[1] la Universidad EAFIT de Medellín ha apoyado el alistamiento y formación de comunidades locales en Anorí (Antioquia), incluyendo campesinos excombatientes de las FARC, pertenecientes al ETCR de esta zona.

 La idea es osada, y muy lógica: estos grupos poblacionales llevan décadas recorriendo los bosques, y poseen un conocimiento empírico, envidiable hasta para el PhD más erudito, sobre las especies vegetales y animales; incluyendo su ubicación, características, usos, presas y depredadores, comportamientos migratorios, etc.

Por lo tanto, nada impide, como lo señala Juan Fernando Diaz (Departamento de Ciencias Biológicas, EAFIT) que estas personas sean co-creadores y coinvestigadores en el marco de los proyectos académicos y de turismo científico, que puedan poner su conocimiento sobre biodiversidad al servicio de la ciencia y la conservación, sin limitarse a los servicios clásicos de guianza u hospedaje.

Si la Academia, el Estado y las empresas privadas del sector turismo asumen con rigor la profesionalización de las comunidades locales, y gracias a ello logran un nuevo despertar económico para sus bosques, ríos y montañas, el potencial de conservación y uso sostenible de los recursos naturales es significativo por tres razones:

1) Los bosques, y toda la biodiversidad que albergan, dejan de ser monte, para convertirse en activos. Según narra Mario Murcia, de Colciencias, hay campesinos que se sorprenden al ver turistas internacionales abrazados a una palma endémica, o maravillados ante un animalito, y no entienden que alguien haya atravesado medio mundo para ver monte y maleza. Pero sufren una transformación sensorial, y empiezan a percibir ese monte como un patrimonio que se debe cuidar.

2) Pese a su tamaño modesto, el turismo científico de naturaleza puede operar como una economía de arrastre, para abrirle a camino a otras oportunidades de negocio que contrarresten las economías ilegales y depredadoras.  

3) El turismo científico es una forma de debida diligencia en ecosistemas sobre los cuales se desconoce su capacidad de carga turística, y sus afectaciones potenciales en materia socioambiental. Al tener impactos reducidos y producir conocimiento, por ejemplo, sobre especies amenazadas, cambios en el uso del suelo, o conectividad ecológica, el turismo científico puede informar la toma de decisiones sobre aspectos como: riesgos de abrir zonas inexploradas al turismo, el tipo de turismo más adecuado, y la escala más apropiada.  

Conclusión: la compleja relación entre ciencia y turismo

Antes de sacar los bombos y platillos, es necesario profundizar en el análisis sobre las oportunidades y alcances del turismo científico de naturaleza en Colombia. Promover algo cuyos contornos y fronteras son difusas, puede generar efectos indeseados, como la “tailandización” de nuestras áreas protegidas, y representa un riesgo de política pública.

Si las reservas naturales terminan abarrotadas de turistas irresponsables, las autoridades ambientales terminarán restringiendo o prohibiendo el acceso, menoscabando a su paso toda oportunidad de desarrollo local que hubiera podido aflorar gracias a un turismo mejor regulado, bien sea tradicional o especializado.  

En este sentido, para una adecuada segmentación de mercados y clientes, según el tipo de lugares con atractivos naturales (Parques Naturales, Santuarios de Fauna y Flora, reservas de la sociedad civil, áreas no protegidas), resulta oportuno identificar las iniciativas existentes en los territorios, que son muchas y a muy pequeña escala, para acompañarlas de investigación y análisis, inversión, y pilotos.

 Esto permitiría construir un modelo “a la criolla” que combine formas más tradicionales de turismo, como el ecotursimo, y turismo científico de naturaleza; con el fin de dotar a Colombia de una identidad internacional positiva, anclada en su biodiversidad. Resta saber si esto sería suficiente para olvidarnos del bendito petróleo.  


[1] Programa de las Naciones Unidas por el Desarrollo