En busca de coherencia: Colombia tras el fin del Título 42

En busca de coherencia: Colombia tras el fin del Título 42
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Acercarse al otro significa abandonar el terreno de la discordia y avanzar hacia la construcción colectiva. Estados Unidos ha tomado medidas importantes, en colaboración con los gobiernos de México, Canadá, Colombia, Panamá y otros países, para aliviar su propio sistema migratorio y anticiparse a las posibles dificultades que pueda generar el fin del Título 42.

Esta decisión, si se considera en el marco de la Declaración de los Ángeles, representa un anuncio hemisférico en la lucha contra el tráfico ilegal de migrantes, mediante la búsqueda de soluciones colectivas a problemas particulares de cada país. En este sentido, se trata de un llamado para poner orden en el caos.

Se han propuesto dos medidas principales: la construcción de vías legales y la implementación de medidas disuasorias para aquellos que intentan ingresar de manera irregular.

En cuanto a las vías legales, se propone la creación de centros de procesamiento regional en Guatemala y Colombia que permitirán la selección de personas que cumplen con los requisitos para ingresar legalmente a los Estados Unidos, Canadá y España.

Además, se busca agilizar los procesos de reunificación familiar para los ciudadanos cubanos y haitianos y expandir estos procesos a los ciudadanos de El Salvador, Honduras, Guatemala y Colombia. También se ha prometido duplicar el número de citas diarias de CBP One, una herramienta para la selección de individuos para procesos de inmigración.

En cuanto a las medidas disuasorias, se ha anunciado que los migrantes cubanos, haitianos, nicaragüenses y venezolanos que lleguen de manera irregular a Estados Unidos serán devueltos a México.

Además, se ampliarán los procesos de expulsión acelerada, incluyendo vuelos de repatriación, la expulsión de familias, la implementación de alternativas a la detención y la detención de adultos no acompañados.

También se ha establecido que los cubanos y haitianos interceptados en el mar ya no serán elegibles para los programas de libertad condicional. Por último, se ha acordado un convenio entre Estados Unidos, Panamá y Colombia para frenar la migración a través del Tapón del Darién.

Es esencial reconocer la importancia de los centros de procesamiento regional, pero los países de la región deben considerar la coherencia de este tipo de medidas a la luz de políticas integrales migratorias.

En el caso de Colombia es clave tener en cuenta que sus dinámicas migratorias han cambiado drásticamente en los últimos años, evolucionando de ser un país netamente expulsor a convertirse en un país de destino y tránsito. Cabe anotar que la migración circular también ha jugado un papel importante en estas dinámicas migratorias.

Por lo tanto, Colombia como país con avances importantes en materia de integración migratoria tendrá el reto de poner en marcha estos centros de procesamiento y, al mismo tiempo, articularlos con una política integral migratoria coherente.

Surgen, por lo tanto, algunas interrogantes. ¿Será capaz Colombia de llevar a cabo estas actividades mientras mantiene su política de integración, la cual ha sido un ejemplo para la región y el mundo?

Más allá de los recursos, el gobierno debe enviar un mensaje claro a los casi 3 millones de venezolanos que tienen la intención de quedarse en el país, asegurándoles que la agenda de integración seguirá adelante.

¿Cómo se mantendrá la coherencia de estas políticas con la oferta para los colombianos que ya se encuentran en Estados Unidos? Según el MPI, en los últimos tres años 194.000 migrantes colombianos indocumentados han ingresado a EE. UU., lo cual representa un aumento del 129,33% en comparación con el registro histórico de 150.000 personas indocumentadas en el país.

El número de colombianos que han migrado a EE.UU. se correlaciona positivamente con el aumento y llegada de población venezolana a EE.UU. No hay que olvidar que, producto de la situación en Venezuela, no solo los nacionales salieron masivamente, sino que también lo hicieron familias mixtas y colombianos que migraron a Venezuela en las décadas de los 80 y los 90 debido a la violencia en Colombia y la bonanza petrolera que disfrutaba Venezuela en ese momento.

De igual manera, luego de seis años de éxodo venezolano, este ya no es un fenómeno nuevo para Colombia. Muchos migrantes lograron integrarse en la sociedad colombiana, algunos han echado raíces, construido familias y ahora, al ver los efectos de una pospandemia que ha dejado cicatrices profundas han decidido buscar nuevas oportunidades migrando hacia el norte. De manera similar, muchos colombianos han visto nuevas posibilidades en la migración hacia EE.UU. y Canadá u otros países, en años recientes.

Esta complejidad del fenómeno migratorio muestra que la solución no está, al menos únicamente, en medidas como las anunciadas por EE.UU. Por el contrario, estas mutaciones que ha tenido la movilidad humana suponen nuevos retos en materia de política pública para un Estado que ha sido capaz de dar pasos importantes pero que necesita valerse de la creatividad que le caracteriza para continuar avanzando.

De otro lado, dado que Colombia es un país de regiones y municipios con diferentes capacidades locales, existe el riesgo de ubicar estos centros en ciudades donde también se está llevando a cabo la integración de la población.

Tomar esta decisión podría enviar un mensaje equívoco o confuso, sugiriendo que el país está dejando de lado la integración de la población migrante debido a que está facilitando un proceso de reasentamiento hacia los EE.UU., Canadá u otro país.

En este sentido, también se plantean algunas interrogantes de carácter logístico como, por ejemplo, si estos centros operarán separados de los Centros Intégrate que ha conformado el país para integrar a los migrantes. ¿Cómo se hará esta diferenciación en la práctica? ¿En qué lugares del país se ubicarán estos centros?

Por otro lado, ubicar estos centros de procesamiento en lugares fronterizos como Necoclí, Turbo o Apartadó, que se encuentran cerca del tapón del Darién, podría tener consecuencias negativas. Estos municipios no tienen las capacidades institucionales locales necesarias para manejar grandes cantidades de migrantes en tránsito.

Además, históricamente han sido utilizados por grupos armados al margen de la ley que se dedican a actividades ilegales como la trata y el tráfico de migrantes. Por lo tanto, establecer estos centros allí aumentaría el riesgo de que los migrantes sean víctimas de estas actividades criminales, poniendo en riesgo la política de paz total, bandera de este gobierno.

Por último, si se produce un represamiento masivo de casos, como seguramente sucederá en momentos específicos del año, puede haber una sensación de caos generalizado percibido por la ciudadanía, lo que puede poner en riesgo la agenda de integración y de tránsito seguro y ordenado de la población migrante.

Esto podría generar un "aquí no los queremos", incapaz de distinguir entre aquellos que han decidido quedarse en Colombia y aquellos que quieren continuar su trayecto hacia el norte. Ante un escenario de rechazo masivo, los responsables de la política pública pueden estar influenciados por estas voces de preocupación y buscar soluciones precipitadas para problemas que requieren decisiones que involucren a todo el aparato estatal.

Por lo tanto, es esencial que las medidas se implementen con coherencia tanto en el fondo como en la forma. El gobierno debe decidir en qué nivel desea seguir avanzando por el camino de la integración de la población migrante venezolana, que siempre se ha visto desde una lógica de reciprocidad. Venezuela acogió a un gran número de migrantes colombianos durante dos décadas y ahora es el turno de Colombia.

Si la apuesta del gobierno es continuar con la regularización, es importante que este envíe un mensaje claro tanto a la población migrante como a las comunidades que los acogen. De esta manera, se permitiría un mayor acercamiento de actores de la comunidad internacional que están expectantes para continuar brindando su apoyo y a la espera de la hoja de ruta del país para integrar a su población migrante.

Colombia es el líder del subgrupo de regularización de la Declaración de Los Ángeles, una decisión tomada por el actual gobierno, lo que no solo compromete al país a proponer una agenda hemisférica para garantizar el acceso a vías legales y regulares para la población migrante, sino que también lo compromete a legitimar este liderazgo con coherencia en lo nacional.

Por último, es crucial que iniciativas como los Centros Intégrate, financiados principalmente por Usaid, mantengan coherencia con iniciativas de los Centros de procesamiento, que serán financiados principalmente por PRM, Canadá y España y operados por OIM y Acnur.

Los cooperantes deben guardar un espacio en sus discusiones para abogar por mantener una lógica sistémica para responder al fenómeno de la migración. Esto ayudará al gobierno colombiano a implementar políticas migratorias diferenciadas por tipo de migración, donde la ciudadanía no solo conozca las partes constitutivas de cada esfuerzo, sino también una visión holística de lo que está haciendo el país.

Para lograr enviar este mensaje, se deben acercar voluntades de los gobiernos locales, la sociedad civil, que está a la espera de la definición de la agenda migratoria del país, y el sector privado, que ha venido construyendo mecanismos para lograr el mejor aprovechamiento del bono demográfico que trae la migración.

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