Hermenéuticas para la paz

Hermenéuticas para la paz
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Normalmente entendemos por hermenéutica el método o arte de la interpretación de textos, comunicaciones verbales o escritas. Martín Baró usa el término hermenéuticas bélicas como claves de interpretación no solo del lenguaje, sino del comportamiento colectivo en los contextos de conflicto armado o guerra, como el de El Salvador de los años 80. Para ello usa preguntas que los interlocutores se hacen del otro.

Parte de lo que caracteriza a un conflicto armado es la polarización social. Este es un proceso psicosocial donde las posturas ante un problema determinado tienden a reducirse cada vez más a dos esquemas opuestos y excluyentes alrededor de un ámbito social. Este proceso teje las percepciones, vivencias y comportamientos tanto individuales como colectivos.

El acercamiento a uno de los polos trae consigo no solo el alejamiento, sino el rechazo activo del otro. Al polarizarse, la persona deja el pensamiento propio y se identifica con un grupo, asumiendo su forma de percibir el problema, rechazando conceptual, afectiva y comportamentalmente la postura opuesta y a quienes la sostienen. 

Cada vez vemos más, en diferentes conflictos y países, cómo ese proceso de polarización deja de lado el pensamiento individual y se suma a un pensamiento colectivo que define la realidad según estereotipos, de los que no se puede salir y no se pueden discutir. Estos se asumen como propios y tienen un fuerte componente emocional, con lo que no se discute del tema sino que se responde directamente. 

En un contexto polarizante, la pregunta tipificante es un índice de identidad política. “¿Quién es?” se operativiza como “¿a qué grupo pertenece?”, “¿al nuestro o al de ellos?”. La respuesta a esta cuestión, por incipiente que sea, guía el comportamiento. En contextos de fuerte polarización social, las preguntas tipificantes sustituyen a las preguntas de contenido. “¿De qué lado estás?” sustituye a “¿qué dices?”. Y así, es casi imposible lograr un diálogo porque no se habla de lo que se dice, sino de quien lo dice. El valor de lo dicho se asocia con la posición con la que uno se identifica, y no con los hechos o responsabilidades reales. 

Incluso el lenguaje está secuestrado por dicha polarización. En el País Vasco, si hablabas de violencia terrorista, algunos interlocutores te decían que solo te fijabas en la violencia de País Vasco y Libertad (ETA, en euskera), si decías violencia política, otros te señalaban de legitimar la violencia de ETA. La búsqueda de salidas políticas basadas en ese diálogo se vuelve casi imposible, porque ni siquiera hay un lenguaje común para hablar de lo que sucede.

En los contextos de fuerte polarización social, aunque no estés a uno de esos lados, el marco social está configurado de forma cerrada por esas identidades, y si no te pones en un lado, te asignan a uno. Así, para tratar de vivir en ese contexto, mucha gente puede pasar al silencio como una forma de evasión del conflicto y proteger la propia identidad. Eso pasa tanto en las relaciones políticas como en las familiares, ya que dicha polarización teje también las relaciones interpersonales y la propia subjetividad.

La valoración positiva o negativa queda totalmente subordinada a la pertenencia al grupo de “nosotros” o “ellos”. Solo se escucha o percibe como positivo lo que corresponde a “nosotros”.  En la medida en que muestres un distanciamiento respecto a ambos grupos, eres parte de este grupo.  No hay posiciones intermedias, porque no se concibe la realidad del arco iris.

El carácter peyorativo de la percepción consiste en atribuir al rival los comportamientos calificados como malos y a las circunstancias ambientales, aquellos comportamientos del mismo que se reconozcan como buenos y lo contrario ocurrirá respecto a los nuestros. La interacción se convierte en un juego de proyecciones subjetivas, que refleja más los prejuicios y temores grupales que las realidades vivenciadas. Si el contrario hace algunas cosas bien, se atribuye a la casualidad o a las circunstancias, y lo negativo a su esencia. En el propio grupo lo que hacemos bien es porque somos buenos, y si hacemos algo mal es por las circunstancias o el azar. 

Las hermenéuticas bélicas se caracterizan por el predominio de los juicios éticos extremos. Ellos tienen todos los defectos; nosotros, todas las virtudes. Los pánicos morales atribuyen una carga moral negativa a cualquier posición de quien se considera contrario; y los temas que este plantea, un ataque a la propia identidad. Se los descalifica y uno termina atribuyéndose una posición ética que, en realidad, es un pragmatismo instrumental. Es decir, es válido cuando es positivo para mis objetivos, no en sí mismo ni porque corresponda a una mínima ética del comportamiento.

Las instituciones sociales se politizan. La familia, la escuela, las iglesias, la justicia son vistos así en términos políticos. Esto contribuye a un acelerado desmoronamiento, se van reduciendo a rutinas formales donde lo que importa es la apariencia. He conocido familias rotas por la imposibilidad de procesar esas diferencias, cuando sus vínculos y relaciones están entonces mediatizados por ese fenómeno. Incluso muchas personas que en otros ámbitos son razonables terminan reproduciendo, de forma acrítica, un comportamiento polarizado. 

Cuando leo a Martín Baró, en estos diálogos con él, no estamos solo hablando de El Salvador de 1986. Estamos hablando de Estados Unidos, Venezuela, España o Europa. Sobre todo tenemos lecciones para entender e interpretar Colombia en este 2021. No habrá paz en el país sin otras hermenéuticas que dejen el belicismo como un pasado del qué aprender, e incorporen las hermenéuticas de la reconstrucción del tejido social donde el otro es parte del nosotros, se reconozca la verdad de lo sucedido, y la búsqueda de salidas políticas se base en la ética de los derechos humanos. Habrá paz solo si no se sigue teniendo una visión selectiva de la realidad y se dejan de lado los pánicos morales que impiden hablar de las transformaciones profundas que el país necesita, no solo en el modelo de seguridad o económico, sino también en esta dimensión psicosocial de una identidad colectiva que no se base en los símbolos, sino un proyecto humano compartido.

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