La sostenibilidad es una palabra común en la jerga del ciclo de proyectos de intervención social o desarrollo. Al final del día, cuando estos se acaban, se hace todo tipo de esfuerzos para mostrar que lo que se logró vivirá en el tiempo.
Insostenible: la implementación de los acuerdos de paz

Esto aplica para todo tipo de acciones, indistintamente de si pretenden aportar soluciones a la resolución de conflictos, transiciones de regímenes, o superación de la pobreza.
En Colombia, pese a ser un país de renta media, una cantidad no despreciable de recursos se ha invertido en la superación de un conflicto armado de larga duración. Hasta aquí no hay nada nuevo.
Las transiciones o posconflictos en el mundo se han fundamentado en la idea extendida de la reconstrucción económica y social, que implica –según cierta literatura especializada– la combinación de presencia estatal y ayuda económica para el desarrollo.
Tampoco es nueva la implementación de proyectos o iniciativas productivas como parte de las intervenciones transicionales o a favor de la paz, especialmente en el mundo rural, que no ha alcanzado la paz y está muy lejos de recibir los beneficios del desarrollo.
Allí, diferentes organizaciones han combinado la presentación de sus agendas y demandas por la paz o el buen vivir, con la implementación de iniciativas productivas que les permitan generar ingresos o llevar a cabo sus propias actividades en lugares con presencia de actores armados violentos, mercados extractivos agresivos y grandes conflictos socio económicos.
Aquí voy a permitirme describir una paradoja y hacer una crítica a la manera como estamos implementando este proceso de paz. La paradoja es que ya sabemos que este conflicto armado mutó, pero intentamos ignorarlo.
Es innegable que hoy hay actores violentos en las regiones más afectadas, que en menos de cuatro años han logrado controlar el comportamiento de la gente, crecer y regular la vida social y económica de muchas comunidades.
También, y lo estamos viendo todos los días, sabemos que un proyecto productivo formal, legal y exitoso en una de estas regiones pone en riesgo a todas las personas que allí trabajan. Pero seguimos pretendiendo que no sucede.
Como si esta implementación se estuviera haciendo en el aire, los proyectos productivos son medidos con la misma tabla, independientemente de si se implementan en Fusagasugá, San José del Guaviare o Puerto Guzmán.
Llevamos nueve acuerdos de paz, cuyos esfuerzos de reincorporación se han centrado en el desarrollo de proyectos productivos.
¿Funcionaron? Unos sí, la mayoría no. ¿Existe la posibilidad de que todos funcionen y sean exitosos? No, no existe. ¿Pueden llegar a ser sostenibles? Hoy, infortunadamente, no.
Aquí viene la crítica: la idea de que una alianza público-privada automáticamente haga algo sostenible es una fórmula fallida porque la implementación de iniciativas productivas para la paz no fue pensada para generar grandes rendimientos, sino para reconstruir el tejido económico y social de comunidades lastimadas por el conflicto armado. La medición está equivocada.
Segundo, porque no hay "plan B". Mientras cualquier emprendimiento sabe que la probabilidad de éxito depende mucho de la capacidad de manejar los riesgos normales o connaturales a su entorno, la implementación de los proyectos productivos para la paz la estamos desarrollando en los lugares donde el principal riesgo es perder la vida.
Sin embargo, aplicamos la misma fórmula, como si esto no ocurriera, o como si el esfuerzo de estas organizaciones por la paz fuera medible únicamente en el incremento de ingresos o ventas de sus iniciativas, o como si estas se pudieran desconectar de su propia realidad.
Flaco favor le hacemos a la paz si la seguimos pensando desde el sesgo de supervivencia (si yo pude, ellos pueden) y nos seguimos negando a reconocer que estamos dejando la vida en un segundo plano, y esto sí que incrementa el riesgo de los líderes y lideresas sociales, sobre quiénes está recayendo toda la contención de esta nueva ola de violencia.
Hace poco, escuché a un gobernador de un departamento muy golpeado por el asesinato casi diario de líderes y lideresas, al borde del llanto, decir que no sabemos en qué guerra estamos.
Eso sí que es insostenible.
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