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Más allá del retraso en la obra, casi los mismos que ayer erraron, y de qué manera, imponen hoy, a puerta cerrada, planes, normas y mutilaciones empaquetadas como fardos obligatorios.

En una nota marginal, el 29 de junio de 2019, El Tiempo anunciaba que el próximo 4 de octubre se entregaría, sin terminar, la ampliación del teatro Cristóbal Colón, de Bogotá, porque la obra de cimentación provocó sobrecostos de 20.000 millones de pesos. Esta noticia me hizo pensar que debía remozar y concluir un artículo iniciado en agosto de 2018, cuando el Gobierno de Juan Manuel Santos, al instante de su partida, en lugar de la pregonada ampliación, dejaba, sin más, profundo y oscuro socavón.

Más allá de adiciones, retrasos y otros apuros de los cuales no están exentas la restauración y adecuación anteriores, la ampliación no es, ni mucho menos, una obra virtuosa de nueva arquitectura en un centro histórico, como, por ejemplo, la sede del Archivo General de la Nación. Lo construido ha probado en demasía que se trata, más bien, de un nuevo desencanto en el paisaje urbano de la zona.

El viejo teatro

El teatro de Pietro Cantini es una pequeña joya arquitectónica, cuya disposición espacial sigue las pautas convencionales de un teatro italiano de ópera, de finales del siglo XIX. Ha sido objeto de intervenciones varias, unas más y otras menos afortunadas. En años recientes se logró abrir al público la fase correspondiente al reforzamiento estructural y restauración de algunos de sus componentes arquitectónicos, cambio de redes hidráulica y eléctrica e instalación del sistema contra incendios. Se concluyó también la fase de actualización y renovación de la caja escénica.

La culminación de las dos primeras fases, muy celebrada y festejada en los círculos sociales bogotanos, es importante porque se trataba de un largo y difícil proceso.

El teatro Colón es, en la actualidad, un espacio cultural concurrido y disfrutado. Sin embargo, visibles dificultades técnicas que contrarían los principios de la restauración arquitectónica y la conservación urbana obligan a decir que todavía hay lecciones por aprender en estos temas.

Al diseño obstrusivo de la caja escénica, heredado del Gobierno Uribe, sumó el Gobierno Santos decisivas y arbitrarias modificaciones en el mismo sentido equívoco, afectando de manera irreversible el paisaje de las emblemáticas calles 10 y 11 del centro histórico de Bogotá. Lo que comenzó como una restauración interior se transformó, gradualmente, en una ofensiva volumétrica y espacial al entorno del teatro.

Se dirá, entonces, que la modernización de este elemento lo justificaba todo. No es cierto. Por un lado, había que tener una pizca de sensatez para no construir una tramoya de proporciones ‘wagnerianas’ cuando, era evidente, ella serviría a un escenario de proporciones reducidas, como bien lo registraba, en su momento, la revista Credencial-Historia. Por el otro, el Colón de Buenos Aires adelantó actualizaciones técnicas, también, pero soterró gran parte de la maquinaria y controles y aunque rehizo el sistema eléctrico y de ventilación, no afectó la volumetría original. Una firme voluntad de los restauradores de no añadir ni un metro cuadrado de área en planta y ni un centímetro en altura evitó los desaciertos del Colón bogotano.

Una mayor inclinación de la platea en el Colón de Bogotá, quizá necesaria para una mejor visibilidad, afectó la fachada principal de modo importante y desfavorable. La nueva altura del acceso al teatro Colón exigió inventar una escalinata que jamás había existido y que fracturó no sólo el desarrollo ininterrumpido de la calzada sino, de igual modo, las visuales hacia los cerros orientales, existentes en la calle 10 y en casi todas las calles del centro histórico de la capital colombiana.

El retraso de la alineación del paramento (el plano de la fachada urbana) en el Palacio de San Carlos, el cual configura un pequeño recinto urbano, era el atrio natural del Colón, que bien complementaba la misma calle. La presencia de esa insólita escalinata abatió, sin retorno, el carácter de este agraciado espacio urbano. Las puertas tuvieron que ser lamentablemente recortadas. De esta forma, se afectaron, sin remedio, las proporciones de la fachada principal. El baldaquino (elemento ornamental que decora y ennoblece la entrada principal), por cierto no original, luce ahora más desmedido que nunca.

Esta fotografía, tomada en julio 4 de 2019, muestra claramente cómo la inventada escalinata obligó el recorte de las puertas y con ello se afectaron las proporciones de la fachada.

La ampliación

El edificio de la ampliación es otra historia, tal vez menos grata. La página del Ministerio de Cultura reseñaba el 31 de octubre de 2013, en la premiación del concurso evaluado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, que la ministra Mariana Garcés decía: “Hemos actuado con la máxima transparencia, teniendo presente el contexto histórico y patrimonial. Esperamos que el Teatro Colón se inaugure después del mundial y se concluya la tercera fase en 2016”.  

El jurado compuesto por los arquitectos Isidoro Singer Sztajnic, Timothy Paul Hartung, Miguel Verdú Belmonte, Rodolfo Ulloa Vergara y Mauricio Uribe González concedió el primer puesto a la propuesta SK8, en virtud de las siguientes consideraciones:

“La propuesta arquitectónica y urbanística demuestra una adecuada comprensión del lugar, al igual que un respeto por el contexto patrimonial en que se inscribe. Así mismo, se trata de una correcta inserción de nuevas volumetrías de lenguaje contemporáneo, de acuerdo a las determinantes físicas de la manzana 25 del centro histórico y a lo dispuesto por el Plan Especial de Manejo y Protección, PEMP, del Teatro de Cristóbal Colón, en especial en cuanto al cumplimiento de los requerimientos de porcentajes de áreas libres y áreas ocupadas”.

Mientras la Sociedad Colombiana de Arquitectos emitía su descaminado veredicto, el Instituto de Patrimonio Cultural de Bogotá, que yo dirigía en ese entonces, celebraba la disminución de dos pisos de altura, entre la primera y segunda etapa del concurso, pero insistía en contrariedades no resueltas todavía, en nueva carta enviada a la exministra Garcés, en la cual advertía que se pronunciaría en cada etapa del proyecto, con el fin de dejar una constancia histórica de su posición frente a la ampliación del Teatro Colón:

Es evidente que la dificultad mayor de la propuesta radica en la incomprensión de la forma de ocupación y prediación tradicionales de la manzana. Parece oportuno reiterar, entonces, que no es posible intervenir de manera adecuada un centro histórico declarado sin estudios morfológicos detallados que permitan una inserción más acertada de la pieza propuesta en un contexto de interés cultural.

[…] La subdivisión del predio No. 50C00273468 (calle 11 No. 5-21/25/31/37/41) y siguientes, está creando inconvenientes a la conservación tipológica del fragmento de la manzana que todavía se mantiene y es representativo de la arquitectura de época. La propuesta de introducir un volumen en el fondo de los inmuebles clasificados como de Conservación Tipológica, que alcanza casi la altura de la inconveniente caja escénica, hace aún más notoria la equívoca decisión de incorporar una tramoya de grandes proporciones a un teatro pequeño, premoderno y medianero. Este volumen del fondo contradice la prediación tradicional de la manzana, como Usted lo podrá notar en el estudio que hemos adelantado y que se anexa a esta carta (negrillas fuera de texto). 

En la reunión convocada por la Procuraduría Delegada para Asuntos Civiles, con el propósito de crear una Mesa del Teatro Colón, el Director de Patrimonio del Ministerio de Cultura solicitó ceñirse estrictamente a la normativa porque, según él, es el único parámetro objetivo de análisis. Si así lo fuere, habría que eliminar el volumen longitudinal del fondo de las casas de Conservación Tipológica, por incumplir diversas normas […]”.

Las apreciaciones del jurado y del Ministerio de Cultura eran contrarias a las del Instituto de Patrimonio Cultural de Bogotá. Ello se debía, seguramente, a la distancia que imponía el análisis urbano entre uno y otro grupo. Solà Morales consideraba este análisis urbano indispensable en la intervención de la ciudad construida, pero dichas entidades, ciertamente, prescindieron de un ejercicio básico e ineludible. ¿Cómo de otro modo se puede explicar semejante descalabro?

[…] para la intervención de la ciudad, el conocimiento de las realidades complejas aporta elementos tan significativos que pueden llegar a definir el programa, la ocupación o la volumetría de la edificación1

Camilo Salazar (2009), por su parte, dice:

“En las ciudades se depositan los recuerdos de las sociedades que nos antecedieron. Entender estos, los que permanecen, no permitir que desaparezcan y, lo más importante, saber el papel que juegan en la forma urbana, es tarea, entre otros, de arquitectos y urbanistas”. 2

Redefinir el programa, la ocupación y la volumetría de la edificación era la tarea de la entidad rectora de las políticas del patrimonio cultural en el país. Entender cuál era la memoria de los modos de vida que se vería afectada por la propuesta de ampliación era tarea de todos. En lugar de la anhelada enmienda, el Ministerio de Cultura impuso la discrecionalidad administrativa y siguió adelante con un proyecto a todas luces problemático.

La página de contratación pública Secop registró que la obra de ampliación fue adjudicada el 18 de diciembre del 2015, con acta de inicio del 31 de diciembre del 2015, por $75.905 millones y un plazo de ejecución de 32 meses. 3

El ambicioso programa arquitectónico se acomodaba, forzadamente, en un lote que, como es comprensible, ofrecía restricciones normativas derivadas de su pertenencia al centro histórico de Bogotá, patrimonio cultural de los colombianos. El programa mismo obligaba inconveniente sobre-elevación tanto como un muy voluminoso e incierto edificio que, por lo demás, de manera desatinada, ocupaba el centro de manzana.

Esta infografía, elaborada por el IDPC con base en planos del concurso SCA-Mincultura,- 2013, deja ver la imperdonable ocupación del centro de manzana.

Un artículo de Portafolio del 15 de abril pasado anunció que el proyecto sufrió modificaciones para mitigar la afectación al centro histórico y ello impone efectuar un nuevo contrato por $35.000 millones. Quien observe esta desconsiderada obra, seguramente se preguntará: ¿cuáles son las inversiones reales en atenuación de daños? Si la suma que se adiciona equivale al 46% de los recursos contratados, ¿es cierto un avance de obra del 86%, como lo señala Portafolio? Inevitable decir, después de 11 meses, que el Gobierno de Iván Duque es co-responsable del infortunio.

Casi los mismos que ayer erraron en el teatro Colón, y de qué manera, imponen hoy, a puerta cerrada, planes, normas y mutilaciones, empaquetadas como fardos obligatorios.

Es necesario que la intervención de la ciudad construida avance hacia un proceso ciudadano que se inspire en una nueva cultura de la gestión pública, más transparente, más técnica y más abierta al mundo. Los grandes proyectos públicos se debaten, en el momento, en la academia, en los medios de comunicación y en los foros nacionales e internacionales.

* Consultora en centros históricos y patrimonio cultural.

Notas

1. SOLÀ I MORALES, Manuel de (1969). Sobre metodología urbanística: algunas consideraciones, citado por SALAZAR, Camilo (2009). “Los paradigmas indiciarios del análisis urbano. A propósito del análisis urbano y las escuelas de arquitectura”, de arquitectura 05, pp. 42-53, ISSN 2011-3188. Bogotá: Universidad de los Andes.

2. SALAZAR, CAMILO (2009).  Op.cit.

3. Consulte aquí el contrato original. Y los contratos adicionales aquí y aquí.

Arquitecta experta en patrimonio y centros históricos. Fue Directora del Instituto de Patrimonio Cultural de Bogotá entre 2012 y 2015. Dirigió la primera Maestría en restauración de monumentos del país, en la Universidad Javeriana (1998-2003). Coordinó el Plan Nacional de Centros Históricos,...