El viejo eslogan de “la coca no es cocaína” parece tener eco en las bases del Plan Nacional de Desarrollo (capítulos 2.A.14 y 5.A.4) y en su articulado (art. 298) donde se dan facultades extraordinarias al presidente de la república para, entre otras muchas cosas, "Regular los usos alternativos de la planta de coca”.
Son buenas noticias, pues son muchas las razones por las cuales es necesario regular los usos alternativos de la planta de coca. Actualmente, solo las comunidades indígenas acogidas en el derecho a la autonomía y la autodeterminación pueden producir productos derivados de la hoja de coca, pero presentan muchos problemas para comercializar sus productos.
Por lo tanto, la nueva regulación, como lo mencionamos en el memorando al gobierno nacional sobre política de drogas, debe “revisar los mecanismos actuales de aprobación de productos étnicos, incluyendo los basados en hoja de coca y que actualmente revisan el Invima, el Fondo Nacional de Estupefacientes (FNE) y el ICA. Para esto es necesario evaluar la conveniencia de crear una nueva ruta en estas entidades incluyendo la participación de las organizaciones étnicas”.
Las jurisprudencias colombiana e internacional plantean que las autoridades indígenas deben liderar este ejercicio o ser consultadas previamente, ya que los usos de la hoja de coca son reconocidos como conocimiento tradicional y parte inalienable de su patrimonio biocultural colectivo.
Sin embargo, este proceso también debe incluir a las organizaciones campesinas y afrocolombianas, quienes también vienen desarrollando productos de usos alternativos y tradicionales, ya que hoy en día estas comunidades carecen de amparo jurídico en esta materia.
Avanzar en la regulación de los usos alternativos de la planta de la coca no es parte de un proyecto de reducción de oferta de la cocaína. Las razones, creo yo, son otras.
La primera es devolverle a la planta nativa de los Andes su lugar. Cambiar la narrativa estigmatizante donde se asume en la práctica que la coca es igual a la cocaína, eliminando de plano todos los otros posibles usos: los ancestrales, pero también los que están por descubrirse.
Segundo, la guerra contra la coca ha impedido, entre otros, que se desarrollen nuevos productos y usos de una planta grandiosa que parece tenerlo todo. Es necesaria mucha investigación con modelos de beneficios compartidos donde las comunidades étnicas y campesinas sean los primeros y principales beneficiarios.
Tercero, es necesario promover los emprendimientos locales que heroicamente han surgido a pesar de todas las adversidades y cuantificar el mercado de los usos alternativos de la coca actuales y potenciales.
Uno de los laboratorios de innovación para regular la coca para usos alternativos está en el Cauca, donde comunidades étnicas, campesinas e investigadores locales han desarrollado proyectos que necesitan financiación y escalabilidad.
Acá les cuento sobre algunos de estos emprendimientos y proyectos.
Coca Nasa
Fabiola Piñacue, desde el resguardo nasa de Calderas, emprendió desde los años noventa la tarea de reivindicar la coca como planta sagrada. Lo que comenzó con la venta de aguas aromáticas cuando era estudiante universitaria en Bogotá terminó consolidándose con el surgimiento de Coca Nasa, una empresa indígena que produce aromáticas, bebidas y alimentos donde el ingrediente central es la coca.
Amparados en la jurisdicción indígena, han podido comercializar sus productos directamente y en tiendas locales, incluidas las del aeropuerto El Dorado. Pero han tenido inconvenientes con el Invima, con decomisos de la hoja de coca en las carreteras y una amenaza de demanda absurda de Coca-Cola por su producto Coca-Pola.
Los productos de Coca Nasa, en la actualidad, son ampliamente distribuidos en tiendas locales del país. Sin embargo, aún no pueden llegar —si lo quisieran— a las grandes superficies, como sí ocurre en Bolivia y Perú con productos derivados de la hoja de coca.