Leila es sami. Los samis son indígenas del norte del mundo, ancestros divididos ahora en cuatro países, Suecia, Noruega, Finlandia y Rusia. En la sede del parlamento sueco toma la palabra.
La comisión de la confianza
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-He dado mi saludo en sami, porque estas paredes no conocen mi idioma. Les hablé de mi familia, de tres generaciones. Así nos saludamos en mi cultura.
Leila viste con colores vistosos y un gran collar plateado en su pecho que no puede quitarse en los controles de seguridad, porque está pegado a su identidad. Aunque se quedase todo un año en la calle de la Reina, Drottninggatan, de un lado a otro paseando, no daría abasto a explicar a cada quien que se acercase a preguntarle por su vestido a una rubia de ojos azules y hablarles de su identidad.
Como abogada de derechos humanos le ha tocado andar de aquí para allá hablando de su pueblo y defendiendo a otros en Naciones Unidas. Actualmente hay una comisión de la verdad de los samis, que examina las políticas contra ellos: las escuelas para civilizarlos y convencerlos de que eran iguales a base de negarlos o los problemas actuales como la convivencia en sus territorios con otras poblaciones o las explotaciones mineras.
También hay otra comisión para los Tornedalingar, indígenas suecos de los que no sabemos casi nada. Su discurso no solo tiene una narrativa, sino un mensaje que hay que entender. Se cuenta para que haya un reconocimiento, porque la historia ha destruido una buena parte de la capacidad de los samis y de otros pueblos para ser ellos mismos.
Cuando se abordan las cuestiones indígenas en lugar de ir a la autoidentificación se cataloga a las comunidades y personas por si responden o no al canon antiguo. Como si las etnias indígenas no fueran parte de su propio mundo y evolución.
Aquí también la sociedad y las leyes dicen quién es sami o no, en función de si tienen un modo tradicional de vida ligado al pastoreo de los renos o si viven en ciudades o están en la costa y se dedican a la pesca.
En este parlamento hablamos de la Comisión de la Verdad de Colombia. Ella ha leído las pocas cosas que estén en inglés y se identifica con lo que se cuenta de las comunidades indígenas al otro lado del Atlántico.
Asombra ver que cuando toda la tierra era un gran continente pegadito, Pangea, mucho antes de que el bicho humano cruzara el estrecho de Bering para poblar ese enorme pedazo del mundo desgarrado, las formas de relación con la tierra y la discriminación se hayan dado en todos los lados de las dos orillas. Eso que llamamos colonialismo.
A mediados del siglo XX, junto con el muro de Berlín, ese paso ancestral fue una frontera de la guerra fría entre EE.UU. y la Urss. Un lugar que hermanó continentes convertido entonces en un observatorio del enemigo.
Leila sabe que cuando hablamos de exilio, también lo hay en el propio territorio cuando se pierden sus derechos.
- No sé por qué las llamamos comisiones de la verdad, si en realidad son comisiones de la confianza.
La confianza es el primer pegamento de la vida, y el respeto a la diferencia es para los samis el primer paso de lo que llamamos reparación. Creo que no se trata solo de los indígenas del Polo Norte.
Si lo pensamos de vuelta, es la confianza lo que ha roto la exclusión social y la guerra en Colombia, lo que las recomendaciones de la Comisión y ahora la política tienen que ayudar a reparar. La verdad que trae de la mano el respeto es el primer paso.
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