El reto fundamental está en qué tanto estamos dispuestos a cambiar nuestras ideas y creencias sobre lo que es la educación y cómo educamos.

En diferentes medios y publicaciones ya se comienza a hablar de la “generación perdida del covid”. Incluso, la Unesco nos convoca a recuperar y revitalizar la educación para evitar que “la generación del covid” sea una generación “perdida”. 

A partir del siglo XIX, la sociología y la cultura popular comenzaron a caracterizar a las “generaciones”, cohortes nacidas durante un periodo específico que vivieron experiencias culturales y acontecimientos históricos que las marcaron. La “generación perdida” fue la cohorte de jóvenes que llegaron a la mayoría de edad durante la Primera Guerra Mundial o la década de los años veinte. De aquellos que lograron sobrevivir, se decía que estaban “desorientados” porque buscaban alejarse de los preceptos tradicionales de la sociedad en la que nacieron, y “errantes” en su afán de alejarse de los horrores de la guerra que los seguía persiguiendo.

Aunque los niños, niñas y jóvenes no estén muriendo en las proporciones que lo hicieron los jóvenes de la “generación perdida” en las trincheras de la Gran Guerra, es innegable que el impacto del covid en esta generación ha sido desolador. De un día para otro sus vidas cambiaron radicalmente. Pasaron de vivir sus días en el colegio compartiendo y aprendiendo junto con sus compañeros, a estar encerrados en sus casas aprendiendo a través de pantallas o con guías. Con pocos espacios para socializar con otros de su edad, su vida social cada vez más ocurre a través de las redes sociales. A medida que las muertes avanzan, son más los que han tenido que vivir la muerte de un familiar cercano y enfrentar el temor constante de la enfermedad. Y aquellos que ya vivían en condiciones de pobreza, han visto como sus condiciones de vida han desmejorado drásticamente.  

Sin embargo, no sería justo que la historia los vaya a recordar de este modo. Esta generación ha demostrado que valora la educación; que quiere aprender de sus compañeros y profesores; que reconoce que sus colegios son los lugares donde quieren seguir creciendo, que valoran el encuentro con el otro. Levantando sus voces han hecho el llamado a gobiernos, sindicatos y rectores para que les permitan regresar a sus colegios. Esta convicción profunda hará de esta generación, no una generación perdida, sino una generación decidida a reimaginar su oportunidad de aprender y de crecer en un mundo donde prime el encuentro con el otro. 

Por eso, es fundamental escucharlos y hacerlos parte del reto que tenemos: un reto que debe ser mucho más ambicioso que el propuesto por la Unesco este año. No podemos limitarnos a “recuperar y revitalizar” la educación. Debemos ir más allá. Las iniciativas de docentes y estudiantes durante la pandemia nos han demostrado que a ese nivel del sistema, el cambio es posible en un corto tiempo. Este “espíritu innovador” debe permear los diferentes niveles del sistema educativo; no podemos desaprovechar esta oportunidad para repensar la estructura y el funcionamiento de un sistema que sigue operando bajo las reglas que nació hace dos siglos. 

La Oecd, por ejemplo, plantea cuatro escenarios para el futuro del “schooling” o “escolarización”. Uno donde el sistema actual se mantiene y se sigue extendiendo. Un segundo escenario, donde el sistema actual se flexibiliza para abrir la puerta a una mayor participación de familias y comunidades y el uso de la tecnología. El tercero, donde los colegios como unidad del sistema se mantienen pero como “hubs” de aprendizaje, donde ocurre mayor experimentación, innovación e interacción con el contexto. Y finalmente, un cuarto escenario donde la educación ocurre en cualquier lugar y en cualquier momento. 

Más allá de las alternativas técnicas que existan y que cada sociedad comience a explorar, el reto fundamental está en qué tanto estamos dispuestos a cambiar nuestras ideas y creencias sobre lo que es la educación y cómo educamos. Para eso, las principales voces que debemos escuchar son las de niños, niñas y jóvenes de esta generación del cambio. 

Las sociedades de “entreguerras” no supieron escuchar, acoger y apoyar a los jóvenes de la “generación perdida”. La historia nos ofrece ahora una oportunidad única. Los niños, niñas y jóvenes están listos para hacer su parte. ¿Vamos los adultos a hacer la nuestra? Y con adultos nos referimos a todos, no solamente a los que tradicionalmente participan y dominan el debate sobre la educación. Debemos abrir la conversación a familias y comunidades escolares que sueñan con un mejor presente y futuro para sus hijos e hijas. 

Está en cada uno de nosotros que esta generación no sea la “generación perdida”, sino la generación que lidere la reimaginación de la educación.

Soy una convencida que la construcción de un país más justo y en paz requiere que logremos que todos los niños, niñas y jóvenes tenga la educación, el apoyo y las oportunidades para desarrollar todo su potencial. Hace más de 10 años trabajo en organizaciones públicas y privadas para aportar...