La increíble y triste historia de la Carrera 7ma y sus diseñadores desalmados

La increíble y triste historia de la Carrera 7ma y sus diseñadores desalmados
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En algún momento de 2004 o 2005 un profesor de ingeniería civil de la Universidad Santo Tomás, que luego fuera un gerente fugaz de Transmilenio S.A., sacó un teodolito a la Sétima y declaró que por allí no cabían los buses del sistema de transporte masivo de la ciudad. Era, para este promotor de trenes, imposible reasignar espacio vial a la movilidad de la mayoría de las personas. El diseño completo de 2006 efectivamente creaba una troncal de buses con recuperación de andenes, manteniendo dos carriles por sentido para tráfico mixto y, en los puntos de estaciones, sobrepaso para los buses articulados. El corredor BRT estaba proyectado para más de 20 mil pasajeros por hora por dirección.

El siguiente alcalde prometió en campaña no hacer el TransMilenio porque lo que necesitaba Bogotá era un metro. No hizo el metro (volvió a definir el trazado que ya estaba en el POT y obtuvo un Conpes lleno de condiciones). Ejecutó, sí, con problemas, los contratos firmados a última hora en la administración anterior para las troncales de la Décima y la 26, que tomaron seis años de construcción y multiplicaron el costo de troncales hasta cifras superiores a los 20 millones de dólares por kilómetro. El alcalde ya en ejercicio, en diálogo con su equipo, entendió que la troncal de la Décima quedaba trunca en el subterráneo del Museo Nacional. Ajustó el diseño a una troncal liviana de un solo carril por sentido para 13 mil pasajeros hora por sentido y estaciones pequeñas, para dar continuidad a los pasajeros a sus destinos en Chapinero. Esta propuesta fue rechazada por vecinos y políticos de Chapinero en el movimiento “La Séptima se respeta”.

Se contrató la troncal liviana, pero antes de iniciar la ejecución el contrato y el acalde fueron suspendidos. Su reemplazo por encargo decidió dar largas al contrato y anunció un Corredor Verde, de tecnologías limpias, sin más detalles. No se hizo nada.

El contrato de la troncal liviana, suspendido por la ola invernal de 2010 dado que los desvíos no eran utilizables, le llegó al siguiente alcalde, que lo canceló definitivamente en 2012. La idea era hacer un tranvía por Asociación Pública Privada. Efectivamente se recibió una propuesta que la propia administración rechazó porque no incluía andenes ni urbanismo. En vez de tranvía, en 2013-2014 la administración designó y demarcó lo carriles laterales con prioridad de buses y gestionó la contratación de buses híbridos duales (puertas en ambos lados), que mejoraron la experiencia de viaje y redujeron trasbordos al entrar y salir de otras troncales. El carril prioritario funcionó relativamente bien al principio, pero luego el control decayó. La prioridad “no pegó”, y los usuarios de buses de bajas emisiones “ambiental-mente sostenibles” quedamos atrapados en el trancón de carros.

El alcalde que lo sucedió en 2016, en su segundo mandato, incluyó la troncal de la séptima como prioridad de su programa de gobierno (una suerte de mandato ciudadano). El Concejo lo aprobó en el Plan de Desarrollo y quedó con financiación para su ejecución. En vez de contratar diseño y construcción de lo que quedó listo en 2006 decidió volver a diseñar, lo cual tomó 3 años. El proyecto no incluyó ciclorruta en Chapinero para mantener dos carriles por sentido para tráfico mixto, pero tenía carriles de buses y estaciones en la mitad para una capacidad superior a 20 mil pasajeros por hora por dirección (como en 2006). El alcalde intentó contratar la troncal en su último año de gobierno y una coalición de oposición de vecinos y políticos logró trancar el proceso en los juzgados y los organismos de control. La Séptima “se salvó” de un esperpento urbanístico que mejoraba la movilidad de la mayoría. Los vecinos y los concejales electos sobre la bandera de no hacer lograron su objetivo: que no se hiciera nada, que la séptima continuara su deterioro y la mayoría de los usuarios del corredor, peatones y pasajeros de transporte público, siguiéramos metidos en el trancón de carros.

La nueva alcaldesa recibió mandato del Concejo de hacer un Corredor Verde que no fuera como la troncal Caracas. Realizó consultas ciudadanas y una evaluación de alternativas que indicaba que la mejor opción, por costo y por conveniencia para los usuarios (más velocidad comercial y menos trasbordos) fuera un corredor de buses eléctricos, donde también se mejoraba el espacio público peatonal, se creaba una ciclorruta continua en Chapinero, y se reverdecía el espacio urbano. El concepto de diseño, apoyado en una amplia participación comunitaria, avanzó a diseños definitivos. 

El nuevo diseño es espectacular desde el punto de vista urbano, y desde la prioridad para la movilidad de la mayoría de las personas. Además de andenes continuos, cumpliendo accesibilidad para personas con movilidad reducida, arborización y jardineras, el corredor mejora la ciclorruta temporal instalada durante la pandemia, y cuenta con carriles de buses (que serán eléctricos) y estaciones para hacer más rápido y confiable el tránsito de pasajeros (la callada mayoría). 

La capacidad del corredor es variable, más de 20 mil pasajeros por hora por dirección (pphpd) al norte de la Calle 100 como continuidad sin trasbordos de la troncal en construcción en la Avenida 68, y 14 mil pasajeros por hora por dirección en Chapinero.

Las estimaciones de demanda a 2030 indican que el sector de Chapinero movería entre 6.000 y 8.900 pphpd, dependiendo de la implantación de otros proyectos, y el sector de Usaquén entre 4.300 y 11.100 pphpd. Luego seguiría creciendo, normal (no se diseña para los primeros años sino para un periodo largo de tiempo, como la primera línea del metro que tendrá capacidad de 72.000 pphpd pero en 2030 movería entre 35.500 y 43.500 pphpd según las estimaciones de Secretaría de Movilidad).

Sin embargo, para unos vecinos, unos urbanistas y algunos políticos en trance de reelección o de volver a tener relevancia el corredor verde es un esperpento urbanístico. Organizaron una reunión en el Museo del Chicó con el apoyo de la Sociedad de Mejoras y Ornato para iniciar, otra vez, la oposición a la mejora de la movilidad de la mayoría. Esta vez la oposición se basa en la propuesta de reorganización de tráfico general hacia otras vías en el sentido norte sur. El nuevo diseño mantiene acceso a predios, pero en un carril discontinuo de baja velocidad en el costado occidental. Se generan cruces directos sin semáforo en la Calle 94 y en la Calle 85, y se cambia la Calle 72, entre otras mejoras a la circulación entre el costado occidental y el oriental. 

La circulación hacia el centro para los carros no se resuelve en la Carrera Séptima, sino en vías alternas, con el propósito de mejorar la directividad de la mayoría a pie, en bus y en bicicleta, que llevan el 80% de los viajes en el corredor. Sí, no se discute que es una incomodidad tener que ir por otra vía para volver a la séptima para acceder a los predios del costado occidental, pero la mayoría de los viajes en carro no son a esos predios. Al final resulta en un reparto más democrático del espacio vial y un uso de la malla disponible para apoyar los viajes más ineficientes: los del vehículo particular. No se niega ningún derecho de acceso (creo que los derechos a acceso directo en carro o de prioridad a la movilidad individual no están consagrados en ninguna constitución del planeta).

El diseño seguro tiene oportunidades de mejora, pero es el trabajo profesional de un grupo grande de personas y firmas de consultoría, con sus debidas interventorías, que miraron cada detalle con el objetivo de hacer lo mejor por la ciudad de acuerdo con los criterios definidos por el Concejo de Bogotá, por la participación ciudadana que fue amplia y abierta, y por la administración (la propia alcaldesa y su equipo en IDU, Movilidad, Transmilenio, Planeación, Ambiente).

En mi opinión como usuario de bus y bicicleta cotidiano, y de peatón y vecino del corredor, y como promotor de la movilidad sostenible, considero que está lejos de ser un despropósito o un crimen urbano, como lo enmarcan los opositores de siempre. Quienes trabajaron en este proyecto no son diseñadores desalmados.

Creo que la argumentación en contra del Corredor Verde es una peligrosa proyección del elitismo. Como indica Jarett Walker, un diseñador de transporte público humano (Human Transit): "Las élites son siempre minoría y comúnmente planear una ciudad o una red de transporte a partir de sus gustos y preferencias resulta en un proyecto que no es funcional para la mayoría. De hecho, ni siquiera a la élite minoritaria le gustará el resultado final".  No quieren el corredor verde como se diseñó. Quieren otra cosa: un revuelto que implique transporte digno definido como metro subterráneo poderoso o un tranvía o no invertir en el corredor sino en otras partes de la ciudad “que lo necesiten más”. En cualquier caso, no afectar al 20% que se moviliza en carro y en moto en el corredor, así se siga afectando al 80% que vamos en bus, en bicicleta y a pie. Pareto al revés, pero que paradójicamente termina afectando más a los usuarios de carro y moto, porque las mejoras planteadas para ellos en eliminación de cuellos de botella (Calles 94, 85, 72) tampoco se hacen. Para otros, toda la argumentación es “no más buses”, “no más TransMilenio” porque lo consideran intrínsicamente malo, porque “fracasó”, porque “es indigno”. Punto. Parecen miembros de una secta religiosa.

El resultado puede ser, nuevamente, una frustración para la mayoría y una victoria pírrica para los opositores (sería la séptima vez que se logra no hacer nada, genial). Será victoria electoral para algunos de los opositores, que serán elegidos alcaldes o reelectos como concejales porque “salvaron la séptima”. Si lo logran, mostrarán las credenciales: el trancón seguirá, las personas en bus seguiremos atrapadas en el trancón de carros, las personas en bicicleta tal vez perdamos el carril temporal de la pandemia porque hace mucho trancón a los carros. Y no harán nada: porque la alternativa que proponen cuesta más, mucho más; porque mientras se diseña y se logra la financiación pasan varios años; porque necesitarán que sea apoyada por el Gobierno nacional y eso nunca está asegurado. Argumentarán con tablas y cifras que no se puede afectar a las personas en carro y en moto porque allí hay muchas personas de ingresos bajos y medios, ignorando que la mayoría de ellas se mueven a pie, en bus y en bicicleta. Seguirán diciendo que lo mejor es hacer otra cosa, cuando la realidad de 25 años de siete proyectos es que no se ha hecho nada (más allá de carril prioritario que funcional mal y la ciclorruta temporal). Y la bella séptima cada vez más deteriorada, sin andenes continuos, sin árboles ni jardineras, con el ruido de las motos y los carros y los pitos del trancón, con los muertos y heridos de los siniestros viales, y la contaminación de esos carros, motos y camiones y de buses que no se reemplazan.

Prefiero el escenario optimista y verde de la alcaldesa y su equipo. Ver el Corredor Verde de la Séptima pronto contratado y en obra, siguiendo el mandato del Concejo de Bogotá, cumpliendo el Plan de Desarrollo aprobado en democracia, pero qué molesta la lógica de quienes piensan que ellos sí tienen la razón. Incluso si llevan nuevamente el proyecto a los juzgados y a los organismos de control, me encantaría que los jueces y los delegados de las “ías” vean el bien de la mayoría y no el interés electoral o de clase de la minoría que se opone. Repito un dicho ya cansón: prefiero la ciudad en construcción que en eterna discusión.

Nota: no hago parte del equipo de la administración, no son contratista del Distrito, no recibo financiación de nadie interesado en nada en la Séptima ni de proveedores ni operadores de buses o bicicletas o zapatos, no tengo ambiciones electorales ni tampoco estoy apoyando a ningún candidato a nada. Solo quiero que la ciudad en la que vivo mejore para la mayoría, especialmente para los usuarios de transporte público, las personas que usan la bicicleta y van a pie. No soy enemigo del carro ni de las motos ni de quienes las usan, pero soy consciente que son la forma menos efectiva, más insegura (incluyendo para personas fuera de los vehículos) y menos sostenible de transporte en la ciudad, y que recibe múltiples subsidios injustificados.

Declaro que como vecino en mi residencia y en mi trabajo como profesor universitario recibiré muchos beneficios en mejor acceso (tal vez ese sea mi interés egoísta, estar mejor). Hubiera preferido que la séptima fuera parte del metro de 1998, o mejorada desde 2006 cuando se diseñó y no se contrató, o en 2009 con la intervención ligera, o el tranvía de 2012, o la troncal de 2019, pero nada de eso se hizo. Ahora hay otra oportunidad, prefiero que se haga. Esta aclaración está motivada en los ataques directos que he recibido en redes sociales. Pido a quienes atacan y los múltiples replicadores, que sean personas mejores, se informen y prefieran la argumentación al ataque personal, a la mentira y la calumnia.

Pero tal vez es mucho pedir (especialmente porque hay mucho bot suelto). 

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*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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