En la “bonanza de la reconstrucción de infraestructura” en Bogotá durante 1998-2000, se reconstruyeron varios andenes de la ciudad. La idea era darle más y mejor espacio a la gente que camina y anda en bicicleta, y en realidad se logró bastante bien.
En el caso específico de la carrera 11, según me han contado, la idea completa era reorientar el sentido de la vías y, con ello, las personas que se bajaban de buses lo harían en el costado oriental de la misma y “caerían” sobre el andén amplio que no tendría ciclorruta.
Oh sorpresa… el plan no se hizo completo y la carrera 11 quedó como estaba, generando un conflicto diario, penoso y físicamente doloroso para toda la gente que circulaba por ahí. El ciclista que veía pasajeros caer encima suyo, los pasajeros que brincaban del bus para encontrarse con un mar de bipedales pasando frente suyo.
La situación, que se prolongó dieciséis años, era desesperante y peligrosa. No obstante, la carrera 11 era la única avenida de sentido norte-sur en todo el borde oriental que conectaba de manera segregada y segura a quienes querían circular en bicicleta en ese sentido. Con esto, era la opción forzada para cualquiera que anduviera en bicicleta.
Hay que mencionarlo: mientras los ciclistas tenían una ciclorruta bidireccional en la once, quien viajaba en automóvil tenía cinco: la circunvalar, la quinta, la séptima, la novena, la once, la quince. Y varios carriles en cada una, además.
Su evolución a la calzada