Las feministas jóvenes están rabiosas. Recientemente, durante la marcha del 28 de septiembre a favor de la despenalización del aborto, una joven intentó incendiar la catedral de Bogotá. La semana pasada, en la Universidad de Antioquia varias mujeres, integrantes del Grupo de Acción Clandestina Policarpa Salavarrieta, entraron encapuchadas a la Facultad de Educación diciendo que iban a “quemar a los violadores”. 

Este tipo de actos merecen una reflexión profunda. ¿Qué está llevando a las jóvenes a utilizar actos simbólicos de denuncia que pueden causar destrozos en los templos religiosos y en las universidades? ¿Por qué hay tanta rabia? ¿Qué alternativas se les están ofreciendo para canalizarla?

Los movimientos sociales, incluyendo a las feministas, han utilizado distintos medios de protesta a lo largo del tiempo. Unos pacíficos y otros no.

En general, cuando las vías institucionales para denunciar violaciones a los derechos en el sistema de justicia son de difícil acceso o ineficaces (ya que implican una revictimización de las mujeres durante el proceso legal), las mujeres se sienten defraudadas, desalentadas, y desisten de acudir a la justicia. Esto, sin contar con que, muchas veces, cuando sí acuden a ella, los fiscales no logran hacer una investigación diligente de los hechos presuntamente ilícitos y la denuncia puede no quedar en nada.

Esta situación las ha llevado al uso de redes sociales, como Twitter o Facebook, para visibilizar actos de acoso y abuso sexual, feminicidios y otro tipo de violencias basadas en el género. Es una práctica conocida como el “escrache”.

Sin embargo, parece que esto ya no es suficiente. Parece ser que el hartazgo de las mujeres frente a la negligencia en la investigación de actos de violencia de género, la impunidad en la que quedan la mayoría de los procesos abiertos por la denuncia de delitos sexuales y la falta de respuesta rápida de las autoridades frente al fenómeno ha llegado a un punto de “tolerancia cero”. Sobre todo, por parte de las feministas jóvenes.

Por eso, han comenzado a acudir a nuevos medios de protesta simbólica que, en algunas ocasiones, generan daños en los edificios, monumentos y calles.

Denominarlas “vándalas”, “desadaptadas” y “terroristas” no ayuda en la comprensión de la rabia. Al revés, solo estigmatiza una emoción legítima de enojo frente a las condiciones de desigualdad y violencia de género, histórica y actual, que vivimos las mujeres.

Criminalizarlas y sancionarlas tampoco es una opción para calmar la rabia. Se sabe que meter a las personas a la cárcel no mejora ni atiende las razones estructurales de violencia, pobreza y discriminación, y, lamentablemente, termina creando nuevos ciclos de crímenes.

Hago esta reflexión no para justificar la violencia o el delito, sino porque creo que hay que hacer un esfuerzo por entender mejor qué está motivando la rabia de las jóvenes, por qué las instituciones de justicia no funcionan –y no son vistas como alternativas viables para denunciar la violencia de género— y, sobre todo, porque creo que hay que abrir canales de diálogo.

La respuesta a la violencia no debería ser ni “más violencia” ni continuar en la indiferencia. La estigmatización y criminalización de la protesta social tampoco constituye una atención oportuna de las causas del descontento de las mujeres.

Quizás la mejor vía es volver al diálogo. Abrir espacios públicos de debate donde nos sentemos a conversar con ellas y con las autoridades, y ofrecer vías alternativas de solución de las controversias.

El abandono del uso del litigio en las instituciones de justicia no debería ser “la mejor opción” que hay para las jóvenes. Nos toca también a nosotras, a las feministas que creemos en el uso del derecho, tender puentes de diálogo con las feministas más jóvenes.

Las universidades deberían ser esos espacios para que temas tan importantes como la violencia de género se discutan de manera abierta y para que las autoridades den una respuesta sensata a los actos de violencia que las jóvenes experimentan dentro y fuera de las aulas.

Si no lo hacen, continuará la rabia.

Es profesora en la facultad de derecho en la Universidad Iberoamericana en Ciudad de México. Estudió derecho en el Instituto Tecnológico Autónomo de México, una maestría en derecho en la Universidad de Columbia (becaria Fulbright) y se doctoró en derecho en la Universidad de los Andes, Colombia....