“El rostro de la Madre de Agua es luminoso como el sol, transmite poder, gloria y espiritualidad. Y en la noche su cara alumbra como la luna e invita a la imaginación y a la fantasía”. (La Madre de Agua, leyenda colombiana).
En marzo celebramos el día mundial de la Mujer y del Agua, estos dos temas tienen una relación natural y generalmente evocan la vida. Desde la antigüedad existe esta conexión de la mujer con el agua, la mayoría de las culturas perciben el agua como un elemento femenino y esto se ha representado a lo largo de la historia.
Estos dos temas han sido fundamentales en todas las civilizaciones y se ha simbolizado esta relación, en todos los continentes y regiones, a través de deidades, arte y leyendas, por lo general para resaltar la abundancia, la fertilidad, la fuerza y el equilibrio.
Si hacemos un recorrido por las culturas prehispánicas e hindúes hasta el antiguo Egipto podemos nombrar a varias diosas del agua como Chalchiuhtlicue, que para los mexicanos es la diosa de los lagos y corrientes de agua y fue considerada la más importante protectora de la navegación costera en el México antiguo; Tefnut, que en la mitología egipcia es conocida como la principal deidad del agua; Danu, diosa primordial hindú del agua; la Ninfa del agua, entre muchas que reconstruyen el poder de la feminidad y el agua.
Así como existen estas relaciones más lúdicas, contrariamente en la realidad podemos ver otras prácticas y dinámicas que relacionan agua y mujeres. Según Naciones Unidas, son las mujeres y las niñas las encargadas de recolectar agua en el 80% de los hogares sin acceso a este recurso a nivel global, lo que genera problemas asociados de seguridad, problemas de salud, educación y menos oportunidades.
El rol de las mujeres en provisión, administración y conservación del agua es indiscutible. Sin embargo, hay una brecha histórica entre el reconocimiento a estos aportes y los beneficios que reciben las mujeres, que evidencia las persistentes desigualdades que van en detrimento del desarrollo sostenible.
La adopción de la perspectiva de género en las políticas de agua en América Latina ha evolucionado lentamente a lo largo de los años y debemos reconocer que la región ha hecho enormes esfuerzos para mejorar el suministro de agua potable.
Sin embargo, todavía es insuficiente y nos queda un largo camino por recorrer para incluir los temas de género en los planes y políticas relacionadas a la gestión hídrica. Para abordar estos temas de manera integral se debe considerar la interseccionalidad, clave para entender otras inequidades que se juntan y potencian las brechas que afectan a las mujeres de nuestra región, ya sea por su raza, etnia, ubicación geográfica, etc.
A esto se une el tema de cambio climático que exacerba las desigualdades. Es así, que en las últimas décadas se han registrado en la región niveles de estrés hídrico por encima del 80% durante los meses de verano que afectan las zonas más pobladas y de mayor actividad económica.
Adicionalmente, se ha duplicado la frecuencia de inundaciones y sequías. En lo que respecta a acceso a agua potable: 2,5 personas de cada 10 no cuentan con agua potable gestionada de manera segura y 7 de cada 10 no cuentan con saneamiento (Cepal, 2022). Esto tiene una repercusión directa en el bienestar de las mujeres, sobre todo en las zonas rurales, donde las conexiones mujeres y agua son más estrechas.
El tiempo al igual que el agua siguen corriendo y ya es hora de alcanzar la justicia social y garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos. Es algo indispensable para alcanzar la equidad y justicia hídrica y social.
Reconozcamos a esas diosas del agua, que son madres, gestoras, científicas y las protectoras de las fuentes de agua que nos proveen la vida.