La ciudad de Santiago de Cali presenta una marcada diferenciación socio-geográfica. Se divide en dos: “La Cali” y el distrito de Aguablanca.
Las dos Calis

La primera, “La Cali”, es un sector que se encuentra habitado por la “gente de bien”. Esta autodenominación nace entre ellos mismos. Se basa en unos requisitos mínimos que hacen referencia a la adquisición económica, acceso a bienes y servicios, amistades con la elite y una supuesta superioridad humana y moral.
Por cierto, en Cali fue viral el caso de Andrés Escobar que salió a intimidar y disparar a la población civil que hacía parte de la efervescencia y estallido social durante el paro de 2021 en Ciudad Jardín, ahora renombrado como “Ciudad Balín”.
Por otra parte, está el distrito de Aguablanca el cual se encuentra habitado por personas que en su mayoría son desplazadas por la violencia o migrantes provenientes de la región Pacífica en busca de mejores oportunidades de vida, como acceso a educación de calidad, que es un derecho fundamental, o posibilidades de empleo.
Este sector alberga el 30% de la población total del distrito de Santiago de Cali, capital del departamento del Valle del Cauca. También se encuentra poblada mayormente por comunidades negras/afrocolombianas, quienes hemos hecho un mayúsculo aporte a la industria cultural de esta ciudad y que, en mi humilde opinión, pareciera que siguen reproduciendo los traumas psicosociales de post-esclavización.
Se sigue creyendo en una supuesta inferioridad humana de nuestra comunidad, que la población negra/afrocolombiana es minoría y que en este sector (distrito de Aguablanca) solo hay delincuencias, conflictos, robos u otros fenómenos sociales mal contados y que nos ubican como si fuéramos “gente de mal”. Y somos mucho más que esto.
“Blanco corriendo, atleta, negro corriendo, ratero, blanco sin grado doctor y el negrito yerbatero”
Grupo Niche.
Es una historia mal contada que se sobrepone al tiempo y que, por momentos, nos hace creer que es el camino hacia las condenas estereotipadas y etiquetas del negro histórico. Y, como antes, sale a flote una nueva cachetada de realidad para quienes vivimos en el distrito de Aguablanca y para quienes queremos y nos visionamos un mejor futuro.
Es mucha la indignación que me embarga. Las gestiones de la administración distrital de Santiago de Cali, en cabeza de Jorge Iván Ospina, emiten un mensaje subliminal a la comunidad del distrito de Aguablanca con la barrera (in)visible que se encuentra en la autopista suroriental con calle 70.

La entrada a "La Cali" desde el Distrito de Aguablanca - La otra Cali. Créditos: Woslher Castro
Esta imagen, se la encuentran todos los días los habitantes del distrito de Aguablanca cuando van de caminos a sus lugares de trabajo por la autopista sur con calle 70. El mensaje que envía es, precisamente, como si estuviéramos fuera de la ciudad y nos encontramos el “Bienvenido a La Cali”.
Se debe comprender que las acciones simbólicas reflejan las representaciones sociales que construyen desde cualquier sector. Por ello, es necesario preguntarse ¿por qué poner un “Cali” en dicho lugar? ¿Qué ciudad nos soñamos?
"Más allá de ver una Cali que nos separa, fomentemos una ciudad en la que todxs quepamos."
Lina M (Lideresa caleña)
Inexcusablemente, es visible la exclusión social. El cartel parece decirnos: “este es su espacio donde pueden recrear lo que quieran, pero no salgan de allá”. Quisiera pensar que este símbolo no está bajo la misma lógica en la que se establecieron los otros e iniciales prototipos que están instalados en las principales entradas y salidas de la ciudad Santiago de Cali.
Es lamentable que desde esta esfera se creen sistemas de segregación racial, socioeconómica, sociogeográfico. Es lo más parecido al “apartheid” que se instauró en Sudáfrica en 1948 que despojó de múltiples derechos a la población negra de ese país.
La capital del Valle del Cauca es la ciudad colombiana (y la segunda ciudad en Latinoamérica) en la que se encuentra asentada la mayor población de comunidades negras/afrocolombianas. Y, aun así, se vive a flor de piel la discriminación y el racismo estructural.
Aún no ha desaparecido el eco de esa voz que relata la historia mal contada, que con escándalo manifiesta que “no les gusta estudiar”, “son perezosos”, “son violentos”. Pareciese que estamos condenados a repetir la historia porque la olvidamos.
Olvidamos que vivimos en un país que por más de dos siglos ha intentado resolver las diferencias ideológicas, políticas, económicas, y sociales con violencia; una violencia de la que no se ha escapado ninguna de las esferas de la sociedad. No hay ningún rincón de Colombia que no conozca ni tenga dentro su geografía ruinas dejadas por alguna acción de violencia.
Y esa voz, nuevamente, es la que exclama que la violencia es exclusiva de la gente que habita en el distrito de Aguablanca, del Pacífico, que portan su traje negro, como si fuera fácil para nuestra gente ubicada en este sector usar el traje con el peso de esa historia mal contada.
Es hora de generar estrategias para el desarrollo de acciones productivas que transformen las relaciones sociales y de poder que solo categorizan las sociedades y excluyen de manera estructural, sistemática y espacialmente a un sector de la sociedad mal llamadas minorías.
Por lo tanto, es necesario y perentorio construir un pilar social que asegure que todas las personas tengan un acceso igual a las oportunidades para participar plenamente en la vida económica, social y política para el disfrute de la vida sin tener límites geográficos.
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