Mientras que la alcaldesa y los altos funcionarios del Distrito Capital no escatiman en publicidad y calidad en los tapabocas que utilizan, con el lema “Detalles que salvan”, la comunidad educativa, sobre todo docentes y estudiantes, deben conformarse con los peores tapabocas del mercado.
Las paradojas del retorno inseguro

Mucho se ha dicho del retorno a clases presenciales en el sector público. Desde que los maestros y maestras agrupadas en la Federación colombiana de educadores (Fecode) torpedeaban el retorno, hasta que la resolución 777 del Ministerio de Salud levanta de un plumazo la pandemia. Lo cierto es que el regreso se hizo en el pico más alto de la misma, con serias deficiencias en la presencialidad queda evidenciado que el Ministerio de Educación Nacional no pudo ofrecer conectividad y herramientas tecnológicas para garantizar el derecho a la educación, ya que, durante más de un año el magisterio colombiano garantizó ese derecho pagando sus servicios públicos y con la computadora de la casa.
La situación anteriormente citada puso el acelerador en el “retorno sin condiciones”, tomando como escudo la salud mental y física de nuestros niños, niñas y adolescentes. Siendo un argumento válido, en el fondo es la excusa perfecta para que el Ministerio de Educación y sus entidades territoriales no cumplan con lo necesario para el cierre de la brecha digital. No contento con un manejo perverso de la pandemia, el Gobierno nacional encontró en el retorno una represalia contra el magisterio que había participado activamente del Paro Nacional; las amenazas de descuentos y reportes generaron una avalancha de escuelas abiertas sin las mínimas condiciones. Para entender mejor esta situación me centraré en el retorno en la ciudad de Bogotá. Veamos.
Incumplimiento del pacto por la educación firmado por Claudia López
Bogotá pudo ser la primera ciudad en América Latina que en medio de la pandemia cerrara la brecha digital. Sin embargo, se conformó con la compra de 100 mil tabletas digitales, cuando se necesitaban 800 mil -por un valor cercano al medio billón de pesos-, un esfuerzo financiero que valía la pena y que la ciudad tenía cómo hacerlo. La ciudad prefirió destinar 200 mil millones para el elefante blanco de Corferias; a esto hay que sumarle la arrogancia con que la mandataria ha tratado a los sindicatos; mientras estuvo en campaña se reunía con ellos, dialogaba, firmaba pactos incluso con el magisterio.
López pensaba que por tener un pacto firmado no tendría oposición, y se encontró con la Asociación Distrital de Trabajadores de la Educación (ADE) que la ha puesto en serias dificultades. Tanto así que en varias declaraciones se refirió a los maestros y maestras como si no estuvieran o no quisieran trabajar.
Hoy sus actuaciones le dan la razón a quienes al interior del sindicato vaticinaban esa postura, erramos quienes de alguna manera esperábamos que a pesar de sus indeterminaciones políticas cumpliera con lo pactado. La constante en todos los sectores es la mentira y es el desconocimiento de lo firmado en campaña.
Mala calidad de los implementos de protección
Según la circular 11 de la Secretaría de Educación de Bogotá (SED), al personal docente le entregarán un frasco de alcohol, una careta y tres tapabocas lavables (frecuencia de entrega mensual). Para el estudiantado, solo tapabocas. Los kits que les entregaron al principio de la alternancia se entregaron solo cuando las cámaras de televisión acompañaron a la alcaldesa.
De los tres implementos el más importante es el tapabocas, como dice la campaña de la burgomaestre: "detalles que salvan". Los docentes esperaban esos detalles como los que usa Claudia o Edna, pero -¡oh sorpresa!- les entregaron unas baratijas de tapabocas. Los denuncié por su mala calidad el 10 de marzo ante la Personería de Bogotá, razón por la cual el proveedor se comprometió a cambiar en su totalidad el producto por mala calidad y por no cumplir con las especificaciones técnicas del Ministerio de Salud para tapabocas no quirúrgicos: no venían en empaque individual, no traían especificaciones técnicas y no eran realmente lavables. Efectivamente los tapabocas fueron cambiados... por otros peores. Óigase bien: ¡peores!
Si bien estos nuevos venían empacados de a uno, o de a tres, sus especificaciones técnicas hacen sospechar que no son los que realmente entregan, continúa en tela de juicio su capacidad de protección, lavadas y horas de uso. En este momento estamos esperando las respuestas de las entidades de control frente a las denuncias presentadas. Al final de todo, la vida de un docente o un estudiante vale mucho menos que la de la alcaldesa o la secretaria de Educación.
Lavado de manos
Otro detalle que salva vidas: los protocolos de bioseguridad plantean que este procedimiento debe realizarse en la entrada y cada tres horas mientras se esté en las instalaciones de la escuela. Para eso se compraron lavamanos portátiles que fueron empotrados en las entradas de los colegios. Sin embargo, estos no pudieron ser conectados a una llave de agua potable después de casi un año de compra. Por tal razón, el personal de servicios generales tiene que, al mejor estilo de animales de carga, llenar galones con agua, trasladarlo hasta la entrada y abastecer el lavamanos.
De los colegios visitados en estas dos semanas solo en uno encontré el lavamanos conectado a la red de agua de la institución. Para empeorar las cosas, el personal de vigilancia y servicios generales no fue priorizado en la vacunación a pesar de que son fundamentales para hacer cumplir los protocolos de desinfección, que son muy precarios por falta de personal. Adicional a esto, en muchas instituciones después de la segunda semana hay escasez de elementos de aseo, las toallas de papel para el secado de manos se acaban muy rápido, y eso que no asiste el 100 por ciento de los estudiantes.
Distanciamiento social de un metro
La mágica Resolución 777 del Ministerio de Salud disminuyó, con la intención macabra de aumentar los aforos de los salones, de dos a un metro entre estudiantes. Descaradamente la SED, en su Circular 11, plantea que en los salones de Bogotá sobra espacio y que por tal razón regresarían al tiempo todos los estudiantes.
Como si fuera poco, a la SED le dio pereza volver a demarcar las aulas, y donde lo hizo, lo hizo desde el centro de la cabeza, desconociendo el espacio que ocupa el cuerpo humano. Obviamente medir desde el centro de la cabeza en vez de hacerlo desde el hombro o la espalda disminuyó aún más el distanciamiento. A veces el sentido común es el menos común de todos; esta medición permite tener más estudiantes encerrados en las aulas, pero con peligro más alto de contagio.
Ventilación
De la mano del distanciamiento viene la ventilación. La pandemia nos ha enseñado que un lugar bien ventilado tiene menos riesgo de contagio. Para las escuelas eso se resume en ventanas y puertas abiertas sin ningún tipo de medición. Donde pudimos medir, los rangos fueron normales porque se mantenía la constante de tener en el aula menos de la mitad de los estudiantes que normalmente asisten. Pero nos preocupan varias cosas: las aulas no se certificaron, el cálculo fue a ojímetro, muchas aulas están en zonas donde el clima es muy agreste.
Allí, niños y docentes tendrán que vérselas con el capitán chiflón o terminar con una pulmonía, sobre todo cuando el ejercicio de medición es sencillo y barato. Es más, activistas como Daniel Bernal nos han enseñado a hacer nuestro propio medidor. Bernal propone que la medición de la calidad del aire en las escuelas sea un proyecto transversal, y, a pesar de que ha estado en contacto con el MEN y la SED, nadie le para bolas.
Desconocimiento de los protocolos de bioseguridad
Hay colegios que al día de esta publicación aun no tienen lugar de aislamiento por detección de casos de covid, la enfermera solo está para una sede y jornada cuando la mayoría de los colegios en Bogotá tienen varias sedes y jornadas. Se está presionando a los padres y madres de familia para que envíen a sus hijos so pena de quedarse sin cupo; los directivos docentes tienen más miedo de informar los casos de covid para proteger a la comunidad que salir en alguna lista negra de la SED.
La presión hacia ellos y ellas es muy fuerte, escenario que los hace caer en errores como la de creerse médicos y epidemiólogos evaluando si un contacto es estrecho o no, y quieren darles un manejo de confidencialidad a los casos con dos objetivos: crear un subregistro y generar un falso ambiente de seguridad. Si bien entendemos el nerviosismo de algunos, no comparto esa obediencia ciega, ya sea por miedo o por convicción. Adicional a todo esto, la SED reconoció que de las 400 instituciones educativas solo en 77 tiene legalizado los Comité Paritario de Seguridad y Salud y en el Trabajo (Copasst), el servicio médico del personal docente es precario y ya tenemos casos de fallecidos que regresaron a la presencialidad con esquema de vacunación completo.
Conectividad y herramientas tecnológicas
Como lo mencione antes, la SED adquirió 100 mil tabletas que al día de hoy no ha terminado de entregar, no se amplió el ancho de banda en las escuelas para permitir el desarrollo de clases sincrónicas como lo hacíamos en pandemia con el internet de nuestras casas, la clave del wifi de los colegios por lo general solo la sabe el rector, la mayoría de los docentes tienen que pagar un plan para poder trabajar desde el colegio y un buen número de las computadoras son obsoletas.
Finalmente, hay pocos colegios que han empezado este proceso con el pie derecho, dialogando, generando alternativas viables de flexibilización curricular, sin presiones, socializando los protocolos. Realmente hacen su mejor esfuerzo con las falencias que tienen, pero se cumplió el mayor de los temores cuando iniciamos la pandemia, volvimos a una normalidad como si no hubiese pasado nada, entre las oportunidades de cambio y el fracaso, volvemos a elegir el fracaso.
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