Marchar ¿para qué?

Marchar ¿para qué?
mariana sanz de santamaria.jpg

Llegué a saludar a mi papá después de la marcha con los pies hinchados, un poco afónica, mojada, con escarcha en la cara, la pañoleta verde amarrada en la muñeca y una pancarta que tiene escrito en marcador negro desde hace ya dos años “la educación es mi resistencia”.

Me estaba esperando mientras veía el noticiero. “Tienen que pensarse en formas más creativas y efectivas de protestar, ¿por qué tienen que parar la movilidad de toda la ciudad? Eso es también violencia. Como lo es rayar el Transmilenio y romper los vidrios. No hace ninguna diferencia y miles de personas se ven afectadas porque les da por ocupar las calles, así no van a lograr nada".

Me senté a su lado. Hace más o menos 10 años fue mi primera marcha, desde entonces él ha sido testigo de mi activismo. Con los años su reacción ha evolucionado de tolerarlo hasta entenderlo e incluso ahora a ejercerlo en su trabajo y con sus grupos de amigos.

Sin embargo, él, como muchas otras personas, aún cuestiona la pertinencia y “formas” de la manifestación. ¿Por qué marchar? ¿Por qué tanta bulla? ¿Por qué el vandalismo? ¿Para qué sirve?

Para este 8M, en Poderosas habíamos abierto la convocatoria a todas las participantes para aplicar a la oportunidad de viajar a Bogotá desde sus diferentes comunidades a vivir esta manifestación en la capital. Aplicaron aproximadamente 30 jóvenes desde Cartagena, Barú, Tierra Bomba, Cali, Montecristo, Urabá y Medellín y seleccionamos a cuatro.

Los feminismos también son permeados del hiper centralismo que sufre Colombia. Eso genera un blindaje multilateral.

Por un lado, desde la capital con frecuencia ignoramos los procesos comunitarios de reivindicación de derechos de las mujeres y las discusiones y luchas que se viven en otros territorios aparte de Bogotá, que son distintas e incluso algunas más urgentes. Esta ignorancia genera un efecto pecera en el que creemos que lo que se debate en la capital es lo relevante.

Por otro lado, estos procesos comunitarios no se sienten parte del creciente movimiento. Estas mujeres deben enfrentarse, muchas veces solas, a oposiciones más férreas sin el empuje y terreno ganado de las colectivas en las ciudades. Vale la pena romper ese blindaje.

“Pai, en el mundo matan nueve veces más a mujeres en sus casas que lo que asesinan en guerras, en Colombia más del 80% de las mujeres ha sido víctima de algún tipo de violencia en su vida, aún nos pagan 12% menos que a los hombres por el mismo trabajo, el desempleo en las mujeres es casi el doble y la pobreza también, aún en el Congreso y en la toma de decisiones directivas las mujeres son minoría, aunque seamos la mitad de la población. Pero recitarte o enumerarte las cifras o razones para justificar porqué manifestarse, que igual sé que las conoces, la verdad, es irrelevante, pues en efecto, salir a marchar no va a cambiar esas cifras. No hoy”.

“Es que no entiendo ¿de qué sirve que salgan y dañen la ciudad y que el resto de las personas tengan que durar cuatro horas más para llegar a sus casas por el trancón que ustedes hicieron? Que rompan vidrios y que rayen las paredes es igual que la violencia de la que tanto, con razón, se quejan”.

“Pai, salir a marchar les pone cuerpos y caras a esas cifras. Las hace reales, vivas, les da sonido. Salir a la calle permite darnos existencia, ocupar un espacio. Ocuparlo tanto que sea imposible que quienes sí toman decisiones nos ignoren, que tengan que vernos, sentirnos. Ocupar las calles permite dimensionar el volumen de un movimiento que exige, reclama y acciona, incomoda y que, al movilizarnos en semejante colectividad, evidencia una contundente fuerza política y social. No te dejes engañar por las tres imágenes de 'vandalismo' de una minoría entre miles que caminamos en júbilo y paz. Pero, aun así, no es equiparable ni comparable lo que vivimos y enfrentamos las mujeres por demasiados años a la inconveniencia de unas horas más de trancón o a los daños materiales de muros rayados o ventanas rotas de un día al año. Uno”.

Hace 10 años no llenábamos las calles así, hace cinco años tampoco. El crecimiento del movimiento feminista en Colombia es imparable. Lo que vivió Bogotá y otras ciudades este 8M dejó claro y evidente que somos una masa crítica, activa y relevante. Que tenemos la fuerza electoral para poner y quitar funcionarios públicos –y presidentes como a Gustavo Petro y Francia Márquez– que tenemos agenda política, cultural y movemos y sostenemos la economía.

Esa mañana Eva, María del Mar, Eliza y Suleidy (las cuatro poderosas seleccionadas) se sentaron frente a un salón de la Universidad de los Andes -en la clase de “Análisis de contexto nacional” de la facultad de Administración dictada por la profesora Juana García- a contar qué significa nacer y crecer mujer en el barrio Olaya Herrera de Cartagena, en el oriente de Cali, en el Pueblo Barú y en Carepa, Antioquia.

Hablaron sobre cómo la educación les permitió reconocer que ser mujer y ser hombre no era igual, que la violencia, el abuso y acoso, que las cuatro habían vivido, no estaba bien. Que sus mamás también lo vivían, que lavar los platos no es una tarea solo de mujeres, que el consentimiento es reversible, que no tenían que ser madres si no querían y que podían decidir qué hacer y cómo vivir su cuerpo.

Pero que algunas aprendieron eso tarde y que ahora que lo saben, reconocen que es un privilegio saberlo, y que el resto de las mujeres a su alrededor no lo sabían y estaban condenadas a repetir la historia de dolor, violencia y pobreza. Y que, aun sabiéndolo, no las exime de vivirlo y eso no es justo.

Eva es cartagenera, nació y creció en el barrio Olaya Herrera, se autodenomina diosa del ébano, porque eso es lo que es: una mujer negra bellísima que acaba de cumplir su mayoría de edad pero su cuerpo y alma cargan más de sus 18 años. Es bailarina profesional pues se dedicó al baile desde sus cinco años. Participó en Poderosas de manera virtual el 2020 y desde entonces ha estado vinculada. Para ella “conectarse con la marcha fue sensacional ver que estamos unidas y sentir eso me dio una sensación de tranquilidad a pesar de todo”.

María Del Mar es de Cali, pero del oriente de Cali como recalca ella, creció en el distrito de Aguablanca. Es tejedora, su tejido es su acto político. Estudia en la Universidad del Valle Educación Popular, su mamá es una lideresa comunitaria y, a través de ella, se ha vinculado a colectivas feministas. Sin embargo, solo hasta el 2021 se apropió e incorporó, literalmente, los derechos que exigimos. Para ella haber marchado fue “sentir el fuego que encienden todas las posibles feminidades, una llama del amor por un mundo menos desigual, y ser parte de la magia de quienes viven y comprenden y transforman su realidad (sic)”.

Eliza es Barulera, tiene 21 años y una hija de 4 que tuvo un poco después de graduarse del colegio. Fue un embarazo no deseado que aún le pesa. “Fui mamá en vez de universitaria”. Solo hasta hace poco, después de mucho buscar, consiguió trabajo como guardia en un hospital. No abandona el anhelo de algún día poder seguir educándose y contribuir a que ninguna niña ni adolescente tenga que vivir por un embarazo no deseado. Para ella, marchar fue “una energía y un desahogo que se siente en las entrañas y movilizarse por una protesta es fascinante. Siempre lo vale desde que sea por nosotras y para nosotras siempre lo va a valer. No había personas que no salieran de sus edificios para mirarnos, sacarnos fotos, saludarnos y apoyarnos. Nos veían, ese es un verdadero cambio. Estábamos llenas de felicidad, de alegría, de ira y de rabia. Realmente había una mezcla de emociones entre todas pero lo importante y lo bonito es que estamos unidas, juntas todas y si una gritaba todas la seguíamos (sic)”.

Suleidy es de Carepa, Urabá, tiene 19 años, no está estudiando, siembra yuca, plátano y maíz en una finca con sus papás. Participó en poderosas en el 2021 y cambió todo. Desde entonces ha liderado intervenciones en espacios públicos y visitas a veredas para dar educación en derechos, sobre todo en consentimiento y violencia de género. Para ella al marchar “comprendí que es necesario una Colombia donde seamos socialmente iguales y humanamente diferentes. En la marcha me sentí libre, segura, sentía la necesidad de cantar y gritar, quería bailar saltar quería quedarme sin voz, quería estar adelante donde hubiera un bafle para cantar lo mismo con todas (sic)”.

La mañana siguiente, mientras cada una de ellas me escribían que estaban ya en el avión de regreso a sus comunidades y lo significativa que había sido esta experiencia para ellas y para mí, me escribió mi papá: “Amor mío, ayer no supe explicarte mi preocupación por el activismo. Quiero que sepas que esa preocupación no afecta para nada todo lo que te admiro, comparto y respeto tu pasión por la educación y por combatir las inequidades tan evidentes que existen. Te amo y seguiré reflexionando sobre cómo apoyarte sin condicionamientos producto de mi deformación educativa”.

La educación es todo lo que pasa fuera de los salones de clase.

Temas destacados

Este espacio es posible gracias a

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

Compartir
Preloader
  • Amigo
  • Lector
  • Usuario

Cargando...

Preloader
  • Los periodistas están prendiendo sus computadores
  • Micrófonos encendidos
  • Estamos cargando últimas noticias