Esta columna fue escrita en coautoría con María Isabel Cajas Cuadros y Ana Carolina Palma García.
Parcelas agroproductivas: una herramienta para el empoderamiento económico y social de mujeres rurales en el norte del Cauca

Este artículo propone adelantar una reflexión alrededor del empoderamiento y autonomía económica de las mujeres rurales (indígenas, campesinas, afrodescendientes y excombatientes), en su contribución al desarrollo rural y a la construcción de paz territorial. El análisis se desarrolla en el norte del departamento del Cauca, específicamente, en los municipios de Caldono y Buenos Aires.
En el marco del acompañamiento que realiza el Instituto Hegoa del País Vasco y el Instituto de Estudios Interculturales (IEI) de la Pontificia Universidad Javeriana Cali, orientado a la promoción e integración económica y social de mujeres rurales del norte del Cauca, se les hizo entrega de 25 parcelas con el objetivo de generar un impacto positivo en su vida y en los procesos económicos-productivos que adelantan.
A partir de lo anterior, la autonomía económica de las mujeres priorizadas por esta alianza institucional es entendida como la posibilidad de potencializar las capacidades de transformación, de definir y hacer realidad su proyecto de vida en relación con otras culturas e identidades, mitigando situaciones de violencia estructural, cultural o simbólica. Esto permite que las mujeres puedan tomar decisiones sobre el uso de los ingresos en la familia, reconstruir relaciones de poder al interior de sus hogares, comunidad y/u organización e incidir políticamente en la planeación, convivencia, reconciliación y construcción de paz.
La economía solidaria es considerada así una de las formas de la economía social, que tiene como idea aglutinar los tres sectores (el público, de provisión planificada; el privado, orientado al mercado y el tercer sector) dentro de una estrategia global de transformación social. Su foco de pensamiento y reflexión se centra en el debate sobre el cambio social, la construcción de modelos alternativos de economía basados en la cooperación y la asociatividad, las alternativas al capitalismo o las formas de combatir la pobreza y la exclusión social.
Metodología
La recolección de información se llevó a cabo a través de un instrumento diagnóstico aplicado a 27 mujeres, que recibieron 25 parcelas agroproductivas, 7 de tipo colectivo y 18 individuales. El instrumento tuvo la modalidad de encuesta estructurada, compuesta por 14 secciones y un total de 88 preguntas, mediante modalidad de entrevistas. Algunos interrogantes estuvieron precedidos por otras preguntas, que fueron respondidas dependiendo de la situación particular de cada una de las mujeres. Con esto nos referimos a que algunas entrevistadas poseen parcelas agroproductivas colectivas, otras que solo tienen parcelas agroproductivas de manera individual y otras que ostentan ambas tipologías.
Si bien la encuesta abordó diversos temas a lo largo de las secciones, se describirán y analizarán únicamente los resultados de aquellos interrogantes que fueron más significativos con respecto a la contribución e impacto que han tenido las parcelas en las apuestas productivas que desarrollan las mujeres priorizadas, en el marco de la Economía Social y Solidaria (ESS), así como en sus dinámicas personales y familiares.
Resultados
El primer componente a analizar son las estrategias o los mecanismos a través de los cuales las mujeres buscan contribuir a la construcción de paz en sus territorios. Frente a esto se halló que la mayoría considera que su aporte reside en el trabajo realizado en las iniciativas económico-productivas gestadas tras la entrega de las parcelas (47 %). Seguidamente, identificaron las expresiones e iniciativas culturales y artísticas (24.5 %), y a su papel como gestoras para la resolución pacífica de conflictos (14.3 %).
Es importante resaltar que 6 de cada 10 entrevistadas consideraron que las mujeres de su comunidad “siempre” o “casi siempre” contribuyen activamente a la construcción de paz en sus territorios. De manera puntual, el 44.4 % del total indicó que siempre lo hacen, el 22.2 % que casi siempre contribuyen, un 29.6 % señaló que solo en ocasiones lo hacen y únicamente el 3.7 % de las entrevistadas indicó que casi nunca contribuyen a este fin.
Ahora bien, pasando a las dinámicas organizativas y colectivas de las mujeres encuestadas se halló lo siguiente:
3 de cada 5 afirmaron que en sus organizaciones y/o parcelas se desarrollan actividades productivas y económicas que promocionan la ESS, correspondiendo específicamente a un 66.7 % del total. En este orden de ideas y profundizando en los lineamientos de la ESS, se indagó sobre los beneficios que encuentran las entrevistadas al ser parte de territorios colectivos, indicando que el mayor aporte es el reconocimiento a su participación en el trabajo conjunto, así como la contribución que esto genera en el aspecto económico, con un porcentaje de respuestas del 19,2 % cada una. Seguidamente, se encontró la validación del trabajo doméstico y de cuidado, y el reconocimiento político con el 15,1 % cada uno.
Al revisar el rol que ejercen las mujeres dentro de sus organizaciones comunitarias, se encontró que la mayoría ejercen el papel de integrantes (38,6 %), seguido de la pertenencia a comisiones o grupos trabajo. Por el contrario, los roles directivos (12,3 %) y el manejo de las finanzas tuvo la menor cantidad de respuestas con el 12,3 % y el 3,5 % respectivamente, por lo que debe haber un fortalecimiento de las habilidades técnicas y administrativas de las mujeres, con el fin de robustecer las iniciativas productivas que desarrollan.
A su vez, es relevante resaltar que el rango de los 36 a 46 años de edad es el grupo etario que mayor participación tiene en los diferentes roles que las mujeres ostentan dentro de sus organizaciones comunitarias. De las 7 entrevistadas que hacen parte de las directivas de sus respectivas iniciativas, el 57 % se encuentra dentro de este grupo etario, mientras que otros roles, como el ser integrantes, permiten la participación de mujeres de otras edades, entre estas, las juventudes y de la tercera edad.
Vinculando el nivel de escolaridad y el rol que tienen las entrevistadas dentro de la organización, se evidenció que casi la totalidad de los cargos se encuentran representados por mujeres cuya escolaridad es la primaria incompleta. Por ejemplo, el 100 % de las mujeres que manejan las finanzas de la organización (2 en total) indicaron tener este nivel educativo. El 43 % de mujeres que ostentan el cargo directivo tampoco completaron la primaria, mientras que solo el 29 % indicaron la culminación del bachillerato. Solamente en dos de los roles (comisiones e integrantes) se encuentra una participación minoritaria de mujeres con nivel técnico, tecnológico o universitario, siendo el 10 % y el 14 % respectivamente. Esto refuerza la idea y necesidad de fortalecer su formación de manera integral, de cara al mejoramiento de su calidad de vida y de los procesos productivos que adelantan.
Por otra parte, profundizando en las dificultades identificadas por las mujeres con relación a la participación en sus respectivas organizaciones comunitarias, se encontró que la falta de tiempo por las cargas del trabajo doméstico fue la mayor limitación con el 33,3 %, seguido de la falta de recursos financieros con el 26,7 %. Lo anterior puede deberse, precisamente, a los impedimentos que se generan a la hora de obtener recursos económicos, tras el tiempo invertido en las labores del hogar y de cuidado.
Adentrándonos en los resultados relacionados a las actividades que realizan las mujeres en las parcelas agroproductivas, se encontró lo siguiente:
Si bien existe una diversidad en las tareas realizadas en estos escenarios, la actividad más recurrente se concentra en la siembra (20.9 %), seguido de la limpieza (18,3 %) y de la cosecha y/o recolección de cultivos (16,5 %). Las labores administrativas fueron las actividades menormente ejecutadas con un 5,2 %, lo que refuerza —nuevamente— la necesidad de formación de las mujeres en ámbitos técnicos y administrativos para el debido fortalecimiento de su proceso productivo.
Además, al realizar un comparativo del antes y el después de la entrega de las parcelas agroproductivas con relación a la percepción de las mujeres sobre su importancia en el proceso organizativo, se halló un incremento positivo en la percepción de este papel. Mientras anteriormente solo el 47.7 % de mujeres consideraba su rol importante o muy importante, actualmente este porcentaje aumentó al 93.3 %. Esto podría estar relacionado con la creación de nuevas formas de participación de las decisiones y de los espacios productivos que antes no tenían, pues como manifestó el 66.7 % de las entrevistadas, estos nuevos escenarios de participación han surgido gracias a las gestiones realizadas por ellas mismas.
Igualmente, se halló que la entrega de las parcelas incidió positivamente en la participación de las mujeres en diferentes procesos y facetas. Muestra de ello es el haber considerado que dicho ejercicio permitió fortalecer los liderazgos femeninos dentro de las organizaciones que representan (40,7 %), seguido de su intervención en espacios colectivos (37 %) y el poder interlocutar con instituciones y organizaciones del territorio (22,2 %). En otras palabras, además de aportar al mejoramiento productivo y económico de sus ejercicios, las parcelas han contribuido al empoderamiento de las mujeres en sus dinámicas personales y en el relacionamiento con el otro.
Así las cosas, concentrándonos en el manejo y la toma de decisión en las parcelas colectivas, se evidenció que, en la mayoría de los casos, las decisiones se toman conjuntamente (79 %). Esto puede deberse justamente a que, al ser organizaciones de carácter comunitario, la toma de decisiones es —en teoría y en efecto— participativa y relativamente horizontal.
Respecto al tipo de tenencia que tiene la tierra donde se encuentra la parcela agroproductiva colectiva, se encontró que la mayoría manifiesta tener “posesión con título” con el 29,6 %. No obstante, es preocupante que, seguido a esta respuesta, el 18 % manifestó no saber el tipo de titulación que ostenta el colectivo, lo que denota desconocimiento y/o desinterés por apropiarse de sus ejercicios, sobre todo, de cara al fortalecimiento productivo y comunitario de sus respectivas apuestas.
Ahora bien, pasando al análisis de la información recolectada sobre las parcelas individuales, se encontró que la persona que tiene la titularidad de la tierra donde se encuentran este tipo de parcelas está, en su mayoría, en manos de un “familiar” con el 45,5 %, seguido de la respuesta “ambos” con el 22,7 %. Es decir, 5 de 22 mujeres que tienen parcela agroproductiva de tipo individual comparten la titularidad de la tierra con su esposo o pareja y solo 4 mujeres entrevistadas (18,2 %) tienen la titularidad exclusiva sobre la misma.
En lineamiento con este resultado, se encontró que las decisiones sobre el manejo de la parcela agroproductiva individual se toman, en su mayoría, con la pareja de las entrevistadas con el 45,5 %, seguido de ser las mujeres mismas quienes determinan su uso con el 36,4 %. En ese sentido, se evidencia que aun cuando solo 5 (de 22) mujeres indicaron que la titularidad de la tierra está en manos de ambos (sus esposos y de ellas mismas), 10 (de 22) reiteran que las decisiones sobre la parcela son tomadas en conjunto. Es decir, no existe una independencia total de las encuestadas para la toma de decisiones sobre su proceso productivo, incluso siendo ellas quienes tienen la titularidad de la tierra donde este se desarrolla.
Por otra parte, la información relacionada con la frecuencia en los días de trabajo en la parcela agroproductiva, tanto colectiva como individual, reveló que la mayoría de las mujeres dedican menos de 3 días de trabajo en estos espacios (63 %). Seguidamente, 7 entrevistadas, que representan el 26 %, señalaron que trabajan toda la semana. Por su parte, la intensidad horaria del trabajo en la parcela se concentra en el rango de 5-8 horas diarias con el 52 % de respuestas, seguido del rango de “entre 2 y 4 horas” con el 26 %.
Lo anterior se refuerza al analizar y comparar la dedicación horaria a las labores domésticas antes y después de la entrega de las parcelas, tanto individuales como colectivas. En tanto dicha actividad disminuyó en un promedio de 3 horas, si se toma en cuenta que antes el rango predominante era el de “5 y 8 horas” y después pasó a ser el de “2 y 4 horas”. Por lo que podría pensarse que, tras la entrega de las parcelas, las mujeres dedican menos tiempo al trabajo doméstico. No obstante, no se puede obviar que en el rango de “más de 8 horas” existe un incremento del 3,7 %.
Igualmente, se encontró una correlación significativa (con un margen de error del 1 %) entre la distribución de la tierra en la comunidad y las horas al día que las mujeres dedican a las labores domésticas. Esta correlación indica que entre más equitativa sea la distribución de la tierra en las comunidades donde se encuentran las parcelas, menos horas deben dedicar las mujeres a las tareas domésticas. En otras palabras, entre más equitativa sea la distribución de las responsabilidades agroproductivas, más equitativa será la distribución de las responsabilidades en los hogares.
En cuanto a la división de las labores en los hogares de las mujeres entrevistadas, se evidenció que el apoyo de las parejas e hijas obtuvieron, en conjunto, el 50 % de respuestas. Seguidamente se encontró el soporte de los hijos varones (21,9 %) y otro tipo de familiares (21,9 %), para un total del 43,8 %. La diferencia en los 4 puntos porcentuales entre el apoyo de hijas (25 %) e hijos (21,9 %) puede deberse a dos factores: el primero, que la mayoría de encuestadas tengan más hijas y de ahí la diferencia. Y el segundo relacionado con el sometimiento histórico de las mujeres a las tareas del hogar y de cuidado tras la división sexual del trabajo, que se fundamenta en las disparidades biológicas entre un género y otro, y que limita las capacidades organizativas, productivas e intelectuales de las mujeres.
Reforzando lo dicho, se halló que tras la entrega de las parcelas agroproductivas ha existido divisiones de las labores del hogar con los demás miembros de las familias de las mujeres, pues de las 27 entrevistadas el 59,3 % manifestó la existencia de esta transición. No obstante y pese que ha habido un mejoramiento en este aspecto, un porcentaje importante de mujeres indicó que la división de tareas domésticas y de cuidados se ha mantenido igual, siendo el 40,7 %.
En este orden de ideas, la investigación también encontró una correlación significativa (con un margen de error de 1 %) entre la edad y la división equitativa de las labores del hogar después de la entrega de la parcela. El 72,8 % de las mujeres que consideran que no se presentaron cambios en la división del trabajo doméstico en su hogar con la entrega de las parcelas, se encuentra entre los 36 y los 55 años de edad, mientras que el 81.3 % de aquellas que sí evidenciaron cambios en la repartición de estas responsabilidades se encuentran entre los 26 y los 46 años. Esto nos permite empezar a evidenciar un cambio generacional sobre la repartición de las labores del hogar y de cuidado entre los miembros de las familias de las mujeres entrevistadas.
Igualmente, se halló una correlación significativa (con un margen de error del 1 %) entre la percepción de la importancia de la participación de las mujeres y la división de las labores del hogar después de la entrega de las parcelas agro-productivas. El 90 % de quienes consideran que su participación sí es muy importante, sí ha evidenciado cambios en las divisiones de las labores del hogar. Solo una mujer, de las 27 entrevistadas, consideró poco importante la participación de las mujeres en el proceso productivo, quien a su vez manifestó que no han existido cambios en términos de división de las labores del hogar.
Por su parte, realizando un comparativo sobre el antes y el después de la entrega de las parcelas agroproductivas con la toma de decisiones en el hogar, se evidencia que el porcentaje de hogares que “a veces” toman decisiones conjuntamente se duplicó, pasando de 7.4 % al 14.8 %. Sin embargo, hubo una leve disminución en los hogares que “siempre” tomaban decisiones de manera conjunta, pasando de un 81.5 % a un 77.8 %.
En cuanto a la sección de la investigación que indagaba sobre el papel de las mujeres en el cuidado de los recursos naturales, en el marco de su proceso productivo y de la ESS, se evidenció lo siguiente:
El 74 % de las mujeres indican participar siempre o casi siempre en las jornadas colectivas para el mantenimiento de bienes públicos y cuidado del territorio. Las demás señalaron participar “a veces” (14.8 %), “muy pocas veces” (7.4 %) o no respondieron (3.7 %).
Además, el 96.6 % de las entrevistadas considera que el papel que juegan las mujeres en las jornadas colectivas de cuidado y mantenimiento del territorio y los bienes públicos es significativo, mientras solo el 3.7 % indicó que es poco importante.
Finalmente, en cuanto al interrogante sobre la percepción de las entrevistadas respecto a lo que hace falta para la protección integral de los recursos naturales, la mayoría considera que el elemento faltante es la inversión estatal (27,9 %), seguido de la necesidad de invertir más recursos en las organizaciones productivas (25,6 %). Lo anterior, puede leerse desde, primero, la necesidad de que el Estado se comprometa con la protección integral de la naturaleza a través de diferentes planes, programas, políticas y proyectos orientados en esta dirección. Y segundo, que existan más recursos dentro de las organizaciones comunitarias para que sus procesos productivos sean amigables con el medio ambiente y, en ese sentido, se puedan generar apuestas ambientalmente sostenibles.
Conclusiones
Si bien el análisis de los resultados de las encuestas realizadas a las 27 mujeres (indígenas, afrodescendientes, campesinas y excombatientes) arrojaron la necesidad de seguir trabajando en el mejoramiento de varios elementos —tanto en sus dinámicas personales como en los procesos productivos que adelantan—, tales como su formación y/o fortalecimiento académico y técnico; la transformación de lógicas culturales que las circunscriben a las labores del hogar y de cuidado; el conocimiento que deben profundizar de las dinámicas organizativas y comunitarias; e incluso, en la autonomía que deberían ostentar para la toma de decisiones; existen, a su vez, múltiples factores a resaltar.
Los más evidentes tienen que ver con: la contribución al mejoramiento de su calidad de vida, traducida en una independencia económica de sus esposos o parejas cada vez mayor; la distribución más equitativa de las labores domésticas, especialmente al comparar la percepción de las entrevistadas por grupos etarios, lo que demuestra una transición generacional (paulatina) en la dinámica interna de los hogares; su percepción respecto a su papel en la toma de decisiones, participación y en la interlocución con diferentes actores del territorio, así como en lo concerniente a la validación de su trabajo político, comunitario, económico y productivo; la distribución equitativa de las responsabilidades agroproductivas y de las tareas domésticas; y cómo el desarrollo productivo adelantado por estas mujeres ha aportado a su consolidación como actoras dinamizadoras de conflictos y constructoras de paz con enfoque territorial.
Para finalizar, vale la pena añadir que este análisis abre un debate fundamental en relación con los municipios priorizados por parte del Programa de Desarrollo con Enfoque Territorial (Pdet) —en este caso, Caldono y Buenos Aires— y cómo su direccionamiento debe ir enfocado en la implementación de estrategias efectivas para las mujeres rurales, su empoderamiento y autonomía económica, así como para que la ruralidad se piense desde la apuesta que las mujeres pueden tener en el desarrollo del territorio, en la construcción de paz y en la gestión pública de la paz.
Agradecimientos a Nohemí Popo, Diana Pitojué, Pedro Julián Salinas y Édison Camayo.
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