“No lo crié, esa es la realidad” fue la declaración del presidente Gustavo Petro en su última entrevista. Más allá del contexto que envuelve actualmente a su hijo Nicolás Petro, la afirmación del presidente debe abrir una discusión más amplia sobre las paternidades y orfandades en el conflicto colombiano.

En los últimos años, la literatura colombiana ha visto un auge de libros que describen la relación entre padres e hijos en el contexto del conflicto. Cabe destacar “El olvido que seremos” de Héctor Abad Faciolince, “Mi vida y el Palacio: 6 y 7 de noviembre de 1985” de Helena Urán o “Volver la vista atrás” de Juan Gabriel Vásquez. Se podría hablar entonces de una creciente “literatura paterna” en el contexto colombiano. 

La “literatura paterna” surgió en Alemania y Austria en el contexto de la época nazi. Los hijos e hijas de los alemanes intentaban responder a la pregunta: ¿cómo se comportaron mis padres en el Tercer Reich, bajo la presión y la coacción de la dictadura nazi? Esta cuestión quedó abierta, bien sea porque el padre murió en la guerra o porque una parte de la sociedad guardó silencio sobre los acontecimientos de aquella época.

Sin embargo, este silencio no fue un silencio general, sino que tuvo lugar en la esfera privada. Mientras que hubo un debate público y una política de recuerdo establecida para reconocer y aclarar lo que ocurrió durante la época nazi, en los hogares no se habló de lo que ocurrió.

Como afirma Gabriele von Arnim en su libro “El gran silencio” (1989): “Lo que era un tema en las universidades y los medios de comunicación seguía siendo un tabú en las familias, las asociaciones y los partidos”.

La pregunta surgió del obstáculo de poder ser respondida directamente por los padres. Fue un ejercicio de memoria, pero sobre todo un ejercicio ético de cuestionamiento del papel de los padres en las atrocidades cometidas.

La literatura paterna en Colombia tiene una doble dirección. Por un lado, intenta sacar del olvido la imagen de los padres como defensores de derechos humanos, activistas y juristas que fueron asesinados en el contexto del conflicto colombiano.

Por otro lado, las narraciones de la vida de un hijo o hija al lado de un padre combatiente. En el primer grupo, se encuentra el libro “El olvido que seremos” de Héctor Abad Faciolince. En este él escribe que aprendió de su padre “algo que los asesinos no pueden hacer: poner la verdad en palabras para que dure más que su mentira”.

El mismo ejercicio lo realiza Helena Urán Bidegain en su libro “Mi vida y el palacio: 6 y 7 de noviembre”. En esta obra la autora dice: “La memoria, en cambio, se enfrenta a la guerra, se justifica, se impone al olvido y reconstruye el tejido moral de la democracia saltando al espacio político y público, y por eso escribo”. 

Con estos dos autores queda claro que la motivación de este tipo de literatura paterna es un rescate de la figura de estos hombres, pero no como hombres o como defensores de los derechos humanos, sino como padres. A diferencia de la literatura paterna en Alemania, no es una búsqueda de lo que se ha silenciado, sino de lo que se ha perdido. Es la búsqueda de la imagen de una paternidad perdida. Más aún, es la búsqueda de una crianza perdida. Se convierte en la historia del huérfano paterno.

La literatura paterna se convierte en literatura huérfana. Esta literatura trata de rescatar la figura paterna desaparecida. Esta literatura huérfana indica que el conflicto desaparece los cuerpos de algunos hombres. No dejan ningún rastro, aparte del que reconstruyen otros, en este caso sus hijos e hijas.

No se trata de los cuerpos de los guerreros, sino de los cuerpos de los defensores de los derechos humanos.  En este caso, las paternidades que se presentan son alternativas, diferentes de lo que uno podría imaginar en una época de dominio casi absoluto del patriarcado.

Así, las descripciones de los padres se refieren más a la relación padre-hijo o hija que a las actitudes beligerantes de ambos. A través de la paternidad, observamos su lucha por la paz. El cambio y la búsqueda de una sociedad menos conflictiva desde casa.

Por el lado de los hijos e hijas de los combatientes cabe destacar “Volver la mirada atrás” de Juan Gabriel Vásquez. Esta novela narra la vida del famoso director de cine Sergio Cabrera. Aunque comienza como una novela familiar, acaba contando principalmente la relación del director con su padre.

Una relación que al principio se caracteriza por una profunda admiración, pero que luego se pone en duda. Fausto, el padre del director, es un exiliado de la guerra española que con el paso de los años se convierte en partidario de la Revolución Cultural China. Por ello, viaja a China con su familia para preparar a sus hijos para la revolución comunista en Colombia.

Sergio, que quiere enorgullecer a su padre, también se convierte en un revolucionario y se une a la guerrilla del EPL tras su regreso a Colombia. Con su incorporación al grupo guerrillero llega la desilusión con la revolución y la lucha armada.

El libro muestra el cuestionamiento de Sergio a su padre. En el libro se afirma: “Tantos conflictos, escribió Sergio. A pesar de que hicimos tantas cosas juntos en China, en la guerrilla, en el cine, en la televisión, el conjunto de recuerdos, por más que trato de edulcorarlos, no es positivo”.

El cuestionamiento a su padre es el hecho de que lo arrastró al conflicto. Que le llevó a cometer actos de violencia de los que Sergio se arrepentirá el resto de su vida. Sin embargo, y esta es la ambivalencia de los hijos de los combatientes.

Sergio afirma: “Y sin embargo yo sé, y lo digo cada vez que puedo, que soy un discípulo de mi padre. Nunca habría podido hacer las cosas que hice si no hubiera crecido en su mundo”. Resulta difícil determinar si la relación del hijo con el padre es buena o mala, y la cuestión ética es aún más difícil de responder. De allí, que Sergio Cabrera no haya decidido ir al entierro de su padre.

Estas dos variantes reflejan el rol central de la paternidad en el conflicto tanto en su solución como en su continuación. Más aún, reflejan que gran parte de las causas y soluciones al conflicto provienen de la crianza. Son necesarias paternidades que impulsen construcción de paz y diálogo.

Tal vez esta sea una de las grandes pérdidas del conflicto: la desaparición y aniquilamiento de paternidades menos violentas. En ese sentido, el conflicto colombiano se debe entender en clave de género en un sentido amplio.

Cabe preguntarse también por las paternidades ausentes como señalaba el presidente. Sus causas y sus efectos en el sujeto y en la sociedad. No es una pregunta menor, porque la paternidad, se supone, es algo privado y de libre elección.

¿Cómo desarrollar paternidades mucho más activas y pacíficas sin invadir la esfera privada? ¿Son necesarias políticas públicas en este sentido? ¿Hasta qué punto pueden las políticas públicas dar forma a la esfera privada? Son preguntas complejas que deben tratarse con la profundidad que requieren y de una forma bastante reflexiva.

Más aún, es bueno aprovechar el impulso que da la entrevista de Gustavo Petro y desarrollar una conversación de largo impulso en la sociedad sobre el rol de los padres en la solución o continuación del conflicto. Que no sea simplemente la tendencia de la semana en Twitter para luego cambiar a otro tema. 

Camilo Forero es filósofo de la Universidad Nacional de Colombia. Cursó su doctorado en la Universidad de Bielefeld donde es docente e investigador. Es miembro del grupo colombiano del análisis del discurso y del grupo colombiano de la filosofía de la tecnología. Asimismo, es investigador del proyecto...