Petro debe manejar con pinzas su relación con Maduro

Petro debe manejar con pinzas su relación con Maduro
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No le debe haber hecho mucha gracia al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, que en un contexto donde la escena política de América del Sur ha sido copada por gobiernos de izquierda, los nuevos mandatarios no expresen una solidaridad automática con su régimen y que, muy por el contrario, unas veces haciendo uso de las sutilezas diplomáticas y otras en un lenguaje mucho más directo y descarnado, le endilguen su carácter dictatorial y le transmitan la necesidad de que inicie el camino hacia la democratización del país.

El ejemplo más claro y contundente lo ha dado el presidente de Chile, Gabriel Boric, quien en diversas ocasiones ha puesto sobre la mesa sin ambages sus críticas a la violación de derechos humanos en Venezuela y la falta de democracia en la nación caribeña. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, también ha marcado distancia con su homólogo venezolano, aunque desde que llegó a la Casa de Nariño lo ha hecho con pinzas, sabedor de que tiene que manejar con mucho cuidado las recientemente reanudadas relaciones con Venezuela.

Gustavo Petro ha transitado un camino que va desde sus abiertas simpatías con Hugo Chávez (recordemos que él organizó su visita a Bogotá en 1994 apenas dos años después del frustrado golpe de Estado del entonces teniente coronel venezolano), hasta la explícita calificación como una dictadura del actual régimen venezolano, en el marco de la campaña electoral que lo llevó al poder en 2022.

En el interín, el líder del Pacto Histórico flirteó incluso con el propio Maduro, ya al mando desde el Palacio de Miraflores, como quedó palpable en los trinos de 2016 donde negaba que en Venezuela hubiese desabastecimiento de alimentos o, en 2018, cuando aseguraba que la asistencia a las urnas en las elecciones presidenciales de ese año había sido masiva.

Pero estamos ya finalizando el año 2022 y muy pocos gobernantes en el continente americano (con las excepciones de los dictatoriales regímenes de Cuba y Nicaragua) quieren verse asociados a un Gobierno como el venezolano; un Gobierno que no solo ha representando un rotundo fracaso en lo económico y social, sino que carga a sus espaldas el estigma de pisotear los más elementales derechos humanos, incluida la tortura y las ejecuciones extrajudiciales, como lo atestiguan los últimos informes de Naciones Unidas.

Gustavo Petro tampoco quiere quedar por fuera de este grupo de gobiernos de izquierda de muy diversa índole pero que tienen en común haber sido elegidos democráticamente en comicios inobjetables y cuyas gestiones, que pueden gustar más o menos a unos o a otros, no han puesto en peligro los sistemas democráticos de sus países.

El presidente colombiano, sin embargo, lo tiene un tanto más difícil que sus colegas latinoamericanos debido a la vecindad que Colombia tiene con Venezuela y que lo obliga a tomar en consideración múltiples factores para garantizar el mayor grado posible de estabilidad en el norte de América del Sur. No en vano cumplió en sus primeros días de gobierno con la promesa de reanudar las relaciones con Caracas, proceso que, si bien ha avanzado en el campo diplomático, ha encontrado más escollos de los esperados en lo atinente a los aspectos comerciales, consulares y de conexión aérea, entre otros.

Uno de esos tableros donde Gustavo Petro ha movido ficha ha sido en el que se está jugando la partida para buscarle una solución al conflicto político venezolano y en el que están interviniendo países como Noruega, México, Países Bajos, Argentina, Estados Unidos y Rusia.

A diferencia de la administración de Iván Duque, que siguió una vía de confrontación con Nicolás Maduro, el nuevo mandatario colombiano ha decidido sumarse a los esfuerzos diplomáticos para encontrar una solución al embrollo venezolano.

Una salida negociada que lleve a la celebración de elecciones presidenciales realmente competitivas en Venezuela en 2024 y con las garantías mínimas para que la oposición participe y se respeten los resultados representaría para Colombia una excelente oportunidad. Le daría estabilidad a la región y podría sacarle el máximo provecho a los escenarios que se abren tras la reanudación de las relaciones colombo-venezolanas, sin que cualquier situación en la que esté involucrada Venezuela sea objeto de sospecha por el bajo grado de legitimidad que tiene su Gobierno (como sucede permanentemente hoy en día).

Una reducción del grado de conflictividad en Venezuela sería también de gran ayuda para llevar adelante el proyecto estrella de Paz Total que la administración de Gustavo Petro adelanta en Colombia. No solo porque en la frontera venezolana actúan diversos grupos armados, sino especialmente porque la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), a la que se le señalan nexos con las autoridades venezolanas, tiene amplia presencia dentro de Venezuela. Hoy en día es una incógnita qué derrotero tomaría ese grupo en la nación vecina en caso de que se alcanzase un acuerdo de paz. Si el ELN o una disidencia de él continuasen actuando en el vecino país, la paz en Colombia seguiría viéndose comprometida.

El presidente de Colombia también debe haber sopesado entre sus escenarios un eventual cambio de Gobierno en Venezuela. Hasta la fecha, las relaciones entre Gustavo Petro y la izquierda colombiana en general con la oposición venezolana han sido pésimas y han estado signadas por una mutua desconfianza.

Bajo estas condiciones, una eventual llegada al poder de los opositores a Nicolás Maduro podría volver a enrarecer las relaciones entre ambos países. Por eso, una activa participación de Colombia en las negociaciones venezolanas puede convertirse en una inmejorable ocasión para tender puentes con los sectores antichavistas que, accedan o no al Gobierno en los próximos años, representan una parte importante de la vida política de ese país.

Una exitosa resolución, total o parcial, de los problemas políticos en Venezuela a través de la vía negociadora y diplomática con una eficaz colaboración de Colombia ayudaría también a fortalecer el liderazgo regional de Gustavo Petro. Este es un factor que, como buen político, el presidente colombiano también debe estar buscando. La primicia mundial que dio por Twitter la semana pasada anunciando la reanudación de las negociaciones de México entre Gobierno y oposición dan fe de ello.

La chiva, sin embargo, no fue bien recibida por ninguna de las dos partes venezolanas que vieron un excesivo protagonismo del mandatario colombiano, lo que pone de relieve los riesgos que también corre el presidente de Colombia si no mide bien sus pasos.

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