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Ingresar y permanecer en la educación superior es una partida sobre una cancha inclinada. Cohesionar talentos y pasiones puede ayudar a nivelarla.

Según datos de la OCDE el 47% de los estudiantes del país, en una edad promedio de 15 años, no cumplen con las capacidades requeridas que les exige un programa de educación superior. En otras palabras, cerca de la mitad de los jóvenes que se gradúan cada año tienen dificultades no solamente para ingresar a la educación sino además para permanecer y graduarse. Para la mayoría de jóvenes del país, hoy cerca de una cuarta parte de la población, ser profesional en Colombia es más un anhelo que una certeza.

Decía Richard Wagner que “la imaginación crea la realidad“, y por más difícil que pinten los caminos hay muchos que están dispuestos a intentarlo, y más importante, a no hacerlo solos. En esta primera entrada que escribo en la Red de la Innovación quiero contar una historia que reúne anhelos y acciones de muchos jóvenes por más de 8 años.

En un intento por organizar información y material de estudio para prepararse y presentar las pruebas de la Universidad Nacional de Colombia y del ICFES (y de paso auto ayudarme a repasar), en el año 2009 creé el “Blog de la Nacho” y con el paso de las semanas las cajas de comentarios empezaron a ser concurridas por jóvenes aspirantes que, al igual que yo, queríamos entrar a la universidad pública, con un interés preponderante por la Universidad Nacional.

En el tercer país más desigual de América Latina, con cerca de 13 millones de personas pobres y con índices de pobreza multidimensional en el campo casi tres veces mayor que en las ciudades, las universidades públicas regionales son la única opción para miles de jóvenes que desean cursar estudios más allá del bachillerato.

Meses más adelante en el año 2010, pero por medio de comunidades virtuales en Facebook y correo electrónico, algunos de los jóvenes visitantes del blog de forma autónoma empezaron a ponerse de acuerdo para encontrarse en bibliotecas públicas y estudiar en grupo.

Recuerdo muy bien que la Biblioteca Luis Ángel Arango y la Biblioteca Virgilio Barco se convirtieron progresivamente en aulas de clase donde concurríamos con pliegos de papel periódico y marcadores para darnos clase entre nosotros. En este punto quiero destacar algo: ningún aspirante que “caía” a estos espacios era docente profesional, todos éramos aprendices de los demás y quien desde el colegio dominaba un tema, por ejemplo, resolución de ecuaciones lineales o estequiometría, se encargaba de preparar la clase y explicar a todo el grupo.

La constante se convirtió en estar en el rol de estudiante y de profesor repetidamente, reunirse con personas nuevas pero con un claro propósito común, viajar todos los días kilómetros desde distintos puntos de la ciudad (e incluso desde afuera) para ir a clases y romper la barrera de un aula de cuatro paredes y recurrir a bibliotecas, pasillos y salones de universidades públicas, en suma, esforzarse un poco todos los días con más personas con un sueño en común.

En educación se suele decir que en verdad se sabe de algo si uno es capaz de explicarlo de forma sencilla a los demás. Detrás de esta frase subyacen dos armas poderosas del aprendizaje, la primera, apropiarse de una problemática y volver a los sujetos de una comunidad parte activa de la solución, y segundo, el trabajo en equipo.

Cuando uno repite este experimento una y otra vez por muchos semestres, de forma natural no solamente se desarrollan habilidades académicas sino además habilidades blandas cruciales para la universidad y para la vida.

También se forma una comunidad que orgánicamente se organiza y crea reglas, currículos y pedagogías no formales pero sumamente valiosas tanto para los jóvenes aspirantes ad portas de iniciar una vida universitaria, como para los viejos colaboradores que ya cursan una carrera y sacan parte de su tiempo en el semestre para dar clases.

El grupo de estudio fue creciendo y se fue replicando, muchos jóvenes que participaban un semestre luego se vinculaban como profesores colaboradores o creaban otros grupos de estudio.

Eventualmente, y producto de la experiencia acumulada durante años, el bebé dio un paso fuera de la cuna y decidimos crear la Fundación Aspirantes.ORG donde seguimos haciendo todo estos procesos de formación solo que ahora bajo una personería jurídica. Personalmente esta experiencia ha transformado mi vida y se que también la de miles de jóvenes que no necesariamente han estado en Aspirantes pero que han visto lo que hacemos y lo han replicado a su manera en otros espacios y con otras formas. 

Lo menos que puedo contar hoy es un testimonio de colaboración, empatía por los sueños de los demás e imaginación compartida; tal vez sean este tipo de proyectos colectivos los que logren cohesionar talentos y pasiones que logren trasformar las posiciones de partida de individuos que convivimos en una sociedad profundamente desigual y permeada por círculos viciosos de desconfianza y violencia.

Emprendedor en educación y activista en construcción de paz y liderazgo juvenil. Ingeniero industrial y magíster en estadística de la Universidad Nacional de Colombia. Durante más de 8 años ha trabajado con jóvenes en procesos de formación orientados hacia su tránsito y permanencia en la educación...