Sin los ríos del cielo se secan los de la tierra
Esta frase no es de mi autoría sino de Antonio Nobre, científico brasilero al que le debemos buena parte del conocimiento que tenemos sobre los ríos voladores y la Amazonía.
Nobre se preguntó hace décadas por qué en la línea de los desiertos que a traviesa Suramérica y África tenemos una región húmeda y no desértica. La respuesta es una: el efecto de los ríos voladores.
La dinámica es compleja, pero me permitiré resumirlo de la siguiente manera: en la franja del Ecuador las altas temperaturas provocan la evaporación de las aguas del Océano Atlántico que, por la fuerza de los vientos Alisios, llevan el agua hasta el continente donde se encuentra con la Amazonía.
Cuando llueve en el bosque los árboles absorben a través de las raíces el agua del suelo y, mediante un proceso denominado la evapotranspiración (y aquí viene lo sorprendente), liberan a la atmósfera grandes cantidades de agua que forman ríos voladores.
El profesor Nobre ha calculado que en un solo día el bosque Amazónico aporta a la atmósfera 20.000 millones de toneladas de agua. En ese mismo lapso el río Amazonas, que es el más caudaloso del mundo, descarga en el Atlántico 17.000 millones de toneladas de agua. En conclusión, ¡en la Amazonía hay más agua en el cielo que en la tierra!
Estos ríos aéreos empiezan su recorrido por el continente creando un cordón húmedo que posibilita la agricultura. En su ausencia, la región que va desde la ciudad de Cuibá, en Brasil, hasta Buenos Aires, y de Sao Paulo hasta los Andes, donde se produce el 70% del PIB de América del Sur, sería probablemente un desierto.
En su camino hacia la cordillera de los Andes alimenta las cabeceras de algunos de los afluentes más importantes del río Amazonas, como los ríos Caquetá y Putumayo en el piedemonte. Avanza hacia los páramos donde es capturado por el bosque de niebla y permite que ciudades como Bogotá cuenten con el agua necesaria para abastecer a más de 10 millones de personas.
¿Ahora entienden porque los ríos voladores son mi momento “¡guau!”?
A 20 mil kilómetros de distancia la Amazonía sigue ardiendo
Por todas las razones que mencioné anteriormente los ríos voladores no dejan de sorprenderme. De igual forma, me causa verdadero asombro la poca atención que prestamos a la comunidad científica que, desde hace décadas, nos alerta sobre el mundo que nos espera si la destrucción de ecosistemas como la Amazonía no se detiene.
Pienso en Miguel, mi hijo de 5 años, y el efecto que la deforestación de los bosques tiene en su vida. Seguramente muchos de ustedes, al igual que yo, recibieron una notificación del colegio o el jardín de sus hijos indicando que, por sugerencia de la Alcaldía de Bogotá, y debido a la pésima calidad del aire, se recomendaba limitar el tiempo de permanencia de los niños y niñas en espacios abiertos.
Esto infortunadamente no es nuevo en Colombia. Las quemas de los bosques son una tragedia anunciada con meses de antelación que, pese a las alteraciones que ya generan en nuestras vidas, incluso de quienes viven muy lejos de las zonas degragadas, no parecen movilizarnos con la determinación necesaria para ponerles fin.
Sobre esto hablaré en otras columnas, cuando comparta con ustedes los vehículos que se encuentran a disposición, especialmente del sector privado, para vincularse a la restauración de ecosistemas y la lucha contra la deforestación.
Por el momento, para cerrar este espacio, quisiera dejarlos con otro dato que también derivó en un “¡guau!” y además motivó estas líneas: cuando la Amazonía arde, los glaciares del Tíbet se derriten. Un reciente estudio, publicado a finales de 2022 en la revista Natural Climate Change, nos ofrece nuevas evidencias sobre los vínculos entre ecosistemas estratégicos para la regulación de clima.
Los autores del mismo identificaron una vía atmosférica que surge en el Amazonas, recorre 20.000 kilómetros y llega hasta Asia central. Nos dicen los científicos que, a mayores lluvias en la Amazonía, como efecto del cambio climático, menos agua en el Tíbet; por ende, mayores pérdidas en los glaciares del Himalaya y la Antártida.