En Colombia, el camino hacia la paz ha sido arduo, lleno de logros parciales.
Se requiere partitura, no improvisación, para dialogar con el ELN

Primero, con la disolución pactada entre el Estado y las guerrillas del Ejército Popular de Liberación (EPL), el Movimiento 19 de abril (M-19), el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), el Quintín Lame y la disidencia del Ejército de Liberación Nacional (ELN) que se desarmó con el nombre de Corriente de Renovación Socialista (CRS) a comienzos de los años 90.
Después, con la disolución pactada de los grupos paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) a comienzos de la década del 2000. En 2016 se alcanzó el pacto de la paz política entre el Estado y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc-EP), que se disolvieron definitivamente en 2017.
Pero siempre queda un faltante. La paz sigue entre paréntesis, como una posibilidad futura por la cual debemos persistir, por imperativo constitucional, porque es la razón de ser de nuestra asociación política y porque la guerra es un asesinato en masa. Porque la violencia es la mayor desgracia para nuestra sociedad y nuestra cultura.
En esta perseverante búsqueda, el gobierno de Gustavo Petro ha puesto en el primer renglón de la agenda pública la paz total, entendiendo que es urgente poner fin por medio de un proceso de paz a la violencia colectiva, organizada y extraordinaria. Esa violencia que es una guerra interna en la que continúan los grupos insurgentes del ELN y las disidencias de las Farc, así como grupos paramilitares de segunda generación agrupados en las Autodefensas Gaitanistas de Colombia.
Esa paz sería incompleta e inestable si, terminada la guerra, quedan activos grupos de delincuencia organizada que ejercen una violencia difusa en distintas zonas del territorio nacional, impactan las condiciones de vida de las poblaciones y dejan en vilo la convivencia y la tranquilidad en los territorios.
La paz total es el empeño de poner fin por medios pacíficos tanto a la gran violencia de los grupos armados insurgentes y paramilitares que aún quedan, como a las difusas violencias de los grupos del crimen organizado (narcotráfico, minería ilegal, contrabando, tráfico de personas, tráfico de armas y especies animales).
Además, implica un esfuerzo adicional para que guerrilleros y paramilitares que abandonan armas no retornen a la ilegalidad por sus dilemas de seguridad (el miedo a ser asesinados después de desmovilizarse), por falta de oportunidades educativas y laborales, por necesidad o afán de lucro económico.
La paz total es el proyecto integral orientado a poner fin a la guerra por medio de acuerdos de paz que incluyen mecanismos de justicia transicional y a lograr la disolución de grupos de crimen organizado por medio de leyes de sometimiento al sistema judicial que incluyen beneficios en materia penal.
La meta es revertir, por medio del diálogo y pactos políticos o leyes de sometimiento a la justicia, la violencia destructiva (la extraordinaria y la residual) en acción social constructiva, desarme, convivencia civil, prácticas de no violencia y acción política democrática, y así evitar –como tantas veces ha sucedido en otros procesos de paz– que los excombatientes retornen al oficio de las armas en organizaciones delincuenciales dando lugar a nuevos ciclos de violencia.
La costosa apuesta del gobierno por la improvisación
La apuesta del gobierno por una paz integral tiene la mayor importancia. Es un acontecimiento político. No obstante, son observables cierta falta de planificación y errores que no deben repetirse. Llamamos la atención sobre estos con un sentido positivo de brindar elementos de percepción y comprensión para afinar el proceso.
La construcción de paz es gradual y supone poner un pie en la realidad y un pie más allá de ella con el propósito de proyectar y crear algo nuevo, lo cual supone combinar arte y técnica.
Para la interacción y el recorrido hacia ese anhelado punto de llegada se requiere diseñar mecanismos de comunicación, procedimientos, formas que ayuden a crear confianza para realizar esa travesía que llamamos “proceso de paz”.
No es buena idea la improvisación, tampoco lanzar declaraciones y luego sentarse a esperar qué sucede, ni dejar la situación librada a lo que vaya ocurriendo por el camino, como sucedió con el “impasse” creado el 31 de diciembre por el presidente Petro al anunciar por Twitter un cese bilateral del fuego entre las fuerzas armadas y el ELN, que esta guerrilla desmintió.
Es problemática la opción según la cual, en palabras del canciller Álvaro Leyva, “en la paz no hay música clásica, es jazz: se va inventando”, es decir, no se requería partitura ni una estructuración, sino que todo sería manejado de manera improvisada, pronta, sin preparación.
La realización de la paz depende de decisiones muy complejas y de una serie de acciones y mecanismos que requieren ser programados y controlados: los canales del acercamiento al otro, las personas designadas, los lugares y momentos para el diálogo, la apertura y funcionamiento de la mesa de negociación, la comunicación cuando se está y cuando no se está en la mesa, el reconocimiento al otro como interlocutor válido, las modalidades para llegar a acuerdos y cómo informar de ellos a la ciudadanía.
La aplicación de todos estos mecanismos combinada, ahí sí con esa dosis de fortuna (lo no planificado, lo inesperado, el viento favorable) que necesitan los asuntos humanos para florecer, puede conducir al resultado anhelado de la finalización de la guerra (y de otras violencias).
Las formas y procedimientos no deben ser farragosos, pero sí se necesitan para darles rito y solemnidad a los trabajos por la paz y, a partir de ahí, avanzar a las discusiones y soluciones sobre lo sustancial.
No es una buena idea lanzarse sin partitura a negociar la finalización de algo tan complejo como la prolongada guerra colombiana, porque se cometen errores cuya acumulación puede dar al traste con el objetivo que se persigue.
Un error craso ha sido poner al ELN (que es un grupo insurgente parte en el conflicto armado interno) junto a otras organizaciones armadas al margen de la ley que han sido sus enemigas, como los paramilitares (Autodefensas Gaitanistas de Colombia) o que forman parte de la delincuencia común y actúan con propósitos de lucro económico y no con una ideología y un proyecto político.
Claro que unos y otros cometen crímenes y violentan a las personas civiles, pero se debe tener en cuenta el contexto en que actúan y su autoimagen: el ELN se alzó en armas contra el Estado, se proclama en rebeldía, reclama un carácter político y militar y quiere distinguirse de los otros por su identidad subversiva, reclamando para sí un papel específico en un escenario de diálogos y de búsqueda de un acuerdo político para poner fin a la guerra.
¿Qué hacer con el ELN?
Con el ELN debe diseñarse una agenda de negociación con procedimientos y formalidades y hacer los anuncios a la opinión pública exclusivamente en lo que atañe al avance real que vayan teniendo las conversaciones, sin mezclarlos con otros grupos armados de la guerra ni organizaciones de delincuencia común.
Para el ELN siempre ha sido problemático que lo vean como una guerrilla de segunda línea, parte de un plan B (siempre el protagonismo se lo dieron a las Farc). Hay que tomarlo en serio para el tema de la paz.
Se llegó a estimar que contaba con unos 3.000 combatientes en sus filas y hoy se calcula que pueden llegar a 5.000. Crecieron mucho al copar zonas abandonadas por la extinta guerrilla de las Farc y por la poca implementación del acuerdo final de paz durante la presidencia de Iván Duque.
Ese crecimiento está bajo amenaza por la persecución de la fuerza pública, los enfrentamientos que libra en algunas regiones contra las Autodefensas Gaitanistas y las disidencias de las Farc, y ellos lo saben. Por eso, esta coyuntura es favorable a un acuerdo.
Por momentos, parece que el gobierno no tuviera clara conciencia de quién es el enemigo con el que dialoga y cuáles sus características.
Primero, no toma en cuenta que ELN es el más ideologizado entre todos los grupos guerrilleros que existieron en Colombia. Es decir, tiene un conjunto de ideas, creencias y valores concernientes al orden político que le da identidad, cohesión interna y guía los comportamientos de sus miembros en el nivel de los signos, significados y representaciones, y en nombre del cual racionalizan la violencia como instrumento para librar batallas sociales, políticas y militares.
El ELN tiene unos lentes muy espesos para interpretar el mundo social, las acciones políticas y para valerse de un aparataje ideológico en el que tratan de justificar el recurso a las armas.
Combinan, entonces, el cristianismo originario de la teología de la liberación con la ideología revolucionaria marxista, la teoría del foco revolucionario y la revolución cubana del “Che” Guevara y Fidel Castro.
Esto implica que las conversaciones con ellos son ondulantes, densas, lentas, complicadas, porque plantean crear el Hombre Nuevo, fundar un nuevo orden social desde cero para poner fin a toda desigualdad hasta conducir a la multitud humana al paraíso de la justicia perfecta donde no haya más problemas que solucionar, asumiendo que el derramamiento de sangre y la producción de víctimas son el precio a pagar por el cambio social. Se conversa y se conversa sin llegar a ninguna conclusión práctica.
Con la representación de una lucha mesiánica, los tiempos del ELN son de varias generaciones que se sacrifican por la justicia social, no tienen el afán de los períodos de gobierno. Con este grupo insurgente no se debe improvisar, ni manejar las cosas con precipitación y premura de resultados, sino con mucha paciencia y cautela.
Segundo, el ELN ha sido la guerrilla que más ha participado en diálogos y la más reacia a llegar a un pacto de paz por la desconfianza histórica que tiene frente al Estado colombiano. No olvidemos que, a muchos guerrilleros del ELN, agentes del Estado o paramilitares aliados de estos les mataron o desaparecieron a familiares (personas civiles, ajenas a la lucha armada); que muchos de ellos fueron torturados, por lo tienen una visión de un Estado que actúa de manera subterránea e ilegal, utiliza métodos de guerra sucia e incumple sistemáticamente los acuerdos de paz.
El ELN es receloso y muy formalista cuando llega a una mesa de negociación. Reclama protocolos detallados sobre las conversaciones, la deliberación y la llegada a acuerdos sobre los puntos de negociación y que los elementos procedimentales estén clarificados con antelación.
El gobierno no tenía nada de esto preparado, al pretender que no se necesitaba partitura, sino que todo se haría sobre la marcha. Por eso, su aprensión acerca de cómo y cuándo se llega a una decisión en la mesa y su suspicacia de que el gobierno haga pasar por bilaterales decisiones que en realidad son unilaterales.
Las claves de una negociación de paz
En un proceso de paz es indispensable que las partes, por muy distantes que estén entre sí, tengan la recíproca confianza en el diálogo y en la probabilidad de la paz futura. Por eso, la clave es generar un ánimo y una convicción para obrar en dirección al entendimiento, y eso se llama crear confianza. Hay dos elementos fundamentales a fortalecer.
1. La reserva
El proceso está en una fase temprana y requiere tiempo, paciencia y encuentros lejos de la vista pública. Debe guardarse mayor reserva, debe haber un silencio hacia afuera que rodee y cuide estas aproximaciones iniciales.
Es desafortunado el afán de protagonismo del gobierno al generar noticias, declaraciones y trinos que hacen pasar por resultados lo que no son más que aproximaciones iniciales. No se gobierna por Twitter; no se hace la paz lanzando trinos.
Es aconsejable que los representantes del gobierno y los delegados del ELN se acerquen con tranquilidad para ir creando contigüidad humana. Esto es, verse simplemente como seres humanos, como prójimos, más allá de las diferencias y la enemistad.
Esta alteridad es elemento previo para avanzar hacia el genuino diálogo que convierte a los participantes en la mesa en protagonistas de una tarea compartida: la búsqueda de la resolución pacífica del conflicto armado.
El acercamiento en esta fase (que no parte de cero, pues se aprovechará lo hecho en el gobierno de Juan Manuel Santos) debe ser tranquilo, más lejos de las cámaras y de la vista pública, para que se genere el diálogo sosegado que permite imaginar al otro y entrar en el mundo del otro, para percibir lo que percibe y avizorar el común denominador, los puntos de concordancia.
Esto se llama la posibilidad de la comprensión humana; la comprensión que somos capaces de desarrollar con interés en el otro para clausurar los intercambios destructivos.
2. La comunicación por fuera de la mesa de conversaciones
El escenario de las deliberaciones es la mesa de conversación y es ahí donde se llega a las decisiones sustanciales del proceso en períodos previamente acordados. Pero hay interregnos en los que la mesa entra en receso, y si se producen acontecimientos inesperados no es buena idea mandar mensajes a través de Twitter o de los medios de prensa. Así es que se cometen las torpezas que hemos visto en los últimos meses.
Es necesario establecer formas de comunicación que permitan resolver asuntos inesperados, anticipar novedades y acelerar previsiones para dar continuidad y confianza al proceso, tanto más si se tiene en cuenta que siguen las hostilidades mutuas y esto trae mucha turbulencia a una mesa de negociación.
Estos elementos imprimirían energía, confianza y credibilidad al proceso de paz total abierto por el gobierno de Gustavo Petro. Y lo enrutarían hacia la deliberación sobre asuntos de fondo en la próxima ronda de conversaciones en México, que comienza el 13 de febrero.
Le abriría la puerta, quizás, al cese bilateral de hostilidades (este sí mutuamente acordado), que aliviaría el sufrimiento de la población civil en regiones donde la confrontación armada entre la fuerza pública, el ELN, las disidencias de las Farc, las AGC, sumada con las amenazas y exacciones de organizaciones de delincuencia común ensombrece todos los días las vidas de miles de personas en Antioquia, Santander, Norte de Santander, Arauca, Guaviare, Casanare, Chocó, Valle del Cauca, Cauca, Nariño entre tantos otros.
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