Termina otra semana en Colombia en donde suceden hechos “históricos” que no abordamos como tales. La inmediatez de otras noticias y la coyuntura electoral parecieran no dar espacio para detenernos un momento como colombianos y ver con atención algunos apartados de la audiencia de reconocimiento por “falsos positivos” en el Catatumbo, desarrolladas por la Justicia Especial para la Paz (JEP).
La pausa resulta necesaria para digerir y darle sentido como sociedad a todo lo que sucedió allí en forma de palabras, silencios, suspiros, lágrimas y dignidad.
Los aportes que se hicieron a la verdad y a la justicia no tienen precedentes; muchas de las víctimas llevaban más de una década buscando respuestas en un Estado que las ha revictimizado una y otra vez. El reconocimiento de responsabilidad sin eufemismos por parte de los comparecientes y su descripción sobre las presiones, los premios, los castigos y la deshumanización que acompañaban la política institucional de medir el éxito militar a través de bajas, permiten comprender los patrones sistémicos de los crímenes de guerra y de lesa humanidad que configuraron los mal llamados “falsos positivos”.
Sin embargo, en este artículo quisiera resaltar especialmente el proceso restaurativo sin precedentes que está adelantando la JEP. Gracias a él y por primera vez, las víctimas tienen un rol fundamental en el marco de audiencias judiciales de reconocimiento de responsabilidad. Además, el proceso y su carácter público y restaurativo nos incluye como sociedad, llevándonos a tomar acción sobre las causas, responsabilidades y aportes que podemos hacer para la no repetición y para construir otra historia como país.
Las víctimas en el centro
En la justicia ordinaria, la atención se dirige hacia el crimen, la ley que ha sido violada y la sanción que se impone. Por el contrario, en la justicia restaurativa la atención se volca a la participación de las partes (víctima, responsable y comunidad) y su rol en la resolución de los asuntos derivados del delito. A diferencia de la justicia ordinaria, las víctimas juegan un papel central en cada una de las etapas. Nombran y llenan de detalles lo sucedido, permiten entender la dimensión del tormento sufrido a nivel individual y colectivo. Sus necesidades, relatos, reclamos y resistencias, así como las emociones y formas simbólicas que los acompañan, son la base fundamental del proceso.
Esto es trascendental. Sucede con frecuencia que las personas responsables, incluso condenadas, no alcanzan a dimensionar las consecuencias de sus acciones ni los sufrimientos inflingidos en las víctimas. Además, pueden estar inmersas en sistemas que culturalmente justifiquen hechos violentos y en donde ni siquiera se pueda comprender que tales comportamientos son inaceptables. En el marco de procesos de justicia restaurativa, quienes han sido responsables a menudo admiten que solo cuando entran en contacto con la vivencia de las víctimas, logran dimensionar el alcance de los daños que han causado y humanizar a quienes frecuentemente han despojado de toda dignidad.
Por ello, es de resaltar el proceso restaurativo que se adelantó en esta audiencia pública y que contempló una preparación significativa de 22 reuniones individuales con víctimas y comparecientes en Ocaña y Soacha, además de siete colectivas preparatorias, tres encuentros con abogados y dos encuentros restaurativos privados. En ellas se facilitó un espacio para la catarsis, los reclamos, la escucha y el reconocimiento de responsabilidad que no hubiera sido posible sin una participación activa de las víctimas.
También me conmovió profundamente la capacidad empática y de escucha de los comparecientes, el reconocimiento de su responsabilidad sin justificaciones, enalteciendo constantemente el nombre y la honra de las personas asesinadas y destacando su condición de campesinos, trabajadores, hijos, padres, hermanos y esposos. Atrás quedaron las “versiones libres” revictimizantes que se implementaron en la Ley de Justicia y Paz. En el fango siniestro de esta tragedia, brotaron una y otra vez expresiones de humanidad, dignidad y arrepentimiento gracias al proceso restaurativo.
¿Y nosotros qué?
Uno de los supuestos sobre los que se basa la justicia restaurativa es que la comunidad es un actor clave y tiene la responsabilidad de contribuir al proceso. En primer lugar, porque el hecho delictivo causa daños e impactos no solamente en la víctima directa, sino en todo un colectivo, más aún si son crímenes de lesa humanidad. Y en segundo lugar, porque se reconoce que el incidente criminal es una parte de un conflicto mayor en donde dinámicas de violencia estructural y cultural comunitarias pueden ser las causas subyacentes del delito. En este sentido, la comunidad es el primer espacio de prevención y respuesta al crimen.
Lejos de ser un problema de dos partes (quien ha cometido el crimen y quien ha sido víctima del mismo) la justicia restaurativa nos invita como sociedad a preguntarnos por aquellas dinámicas, narrativas y normas sociales que favorecieron estos comportamientos con el fin de cambiarlos y no repetirlos. En un proceso abierto que alienta discusiones francas sobre el contexto social, económico, político y cultural que antecedió al delito.
La audiencia dio muchas luces en este sentido. Uno de los comparecientes habló de la “situación de exclusión social que generó esto” y varias de las víctimas destacaron en sus relatos su situación de pobreza como antesala del hecho y consecuencia del mismo. Que yo sepa, no hay una víctima de falsos positivos que venga de una familia privilegiada. La falta de oportunidades, la inequidad absurda en la que vivimos, así como los imaginarios clasistas y de inferioridad en torno al campesinado o las personas con discapacidad fueron un contexto propicio para que se cometieran estos crímenes.
Asimismo, culturalmente hemos alimentado narrativas que parecieran volver aceptable lo abominable. Expresiones como “por algo lo mataron”, “algo estaría haciendo” y “todo vale” normalizan y nos vuelven cómplices de violencias indecibles. Cualquiera que haya visto apartados de la audiencia, incluidos los candidatos presidenciales, no puede sentir sino tristeza y repugnancia frente a lo que permitimos como sociedad y preguntarse cómo esta puede ser una oportunidad para asumir de manera responsable el discurso y el lenguaje. En Colombia la estigmatización ha cobrado y sigue cobrando vidas de inocentes. Restaurar nuestra sociedad también depende de nosotros.