Voces de resistencias en las galerías del Pacífico

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¿Hasta cuándo las mujeres afrodescendientes de las plazas de mercado tienen que seguir soportando las precarias condiciones laborales y de vida?

Esta columna fue escrita en coautoría con Katherin Gil 1.

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Foto 1. Créditos: Pacífico Task Force.

“Estoy aburrida, harta, porque me voy a enloquecer. Desde que entró la cuarentena no he podido vender nada, todas las cosas se me dañan y tengo que botarlas. ¿Quién le soluciona los problemas a uno? Aquí todas estamos sufriendo”. Este fue el grito de desesperación y angustia de la señora Yndira Palomeque, una vendedora de pescados de la plaza de mercado de Quibdó en Chocó, quien alzó su voz en el 2020, ante la cámara y el micrófono de un medio nacional para pedir soluciones al gobierno local.

El caso de la señora Yndira no es un hecho aislado, retrata la difícil situación que siguen viviendo en este 2021 las mujeres afrodescendientes, que en su gran mayoría trabajan desde la informalidad y deben afrontar el impacto que ha traído consigo esta pandemia. Se ha hecho evidente -una vez más- la injusticia social, racial, espacial y de género que experimentan en el Pacífico colombiano. Mujeres que deben sobrevivir a este contexto antinegro, que aniquila el ser y no reconoce la humanidad de las poblaciones afrodescendientes, pues las sumerge en un continuum de violencias a través de prácticas genocidas tanto físicas, como sociales y simbólicas.

Esto se puede evidenciar en la historia de la señora Carmen, una vendedora de la plaza de mercado de Quibdó, quien le reclama a la administración municipal por cuestionarla, ya que estaba “incumpliendo” la medida de pico y género: “Las mujeres están en la calle porque tienen que sobrevivir. Las mujeres salen a la calle porque tienen a sus hijos pequeños. Las mujeres salen a la calle porque no han tenido ayuda ni de los gobernadores, ni de los alcaldes. Nosotras salimos a la calle porque no estamos protegidas por nadie. Yo tengo dos hijos discapacitados y nunca me han ayudado”.

Estos relatos son una clara manifestación de cómo en Colombia encontramos diversas formas de violencias que se entrecruzan en el desarrollo de la vida cotidiana de las mujeres afrodescendientes, exponiéndolas a una mayor vulnerabilidad frente a la pandemia. Aquí la inequidad racial y de género son un factor determinante en la carga desigual de la enfermedad. Precisamente muchas mujeres vinculadas al sector informal, han visto afectada su subsistencia y la de sus familias.

Como es el caso de la señora Demetria, una mujer afrodescendiente de 56 años que desde hace 32 es vendedora en una plaza de mercado de Quibdó. De ahí sostiene a su familia y ahorra una parte de su dinero para pagar la universidad a su hijo menor. El continuum de la pandemia le ha generado fuertes impactos en su vida: “acá hemos pasado harto trabajo, pero harto trabajo. Los productos se nos dañan. Acá no entra la gente a comprarnos, entonces todo se nos daña. Nos ha ido muy mal”, manifiesta. La historia de la señora Demetria visibiliza cómo las mujeres transgreden múltiples espacios y establecen alternativas de vida, al desarrollar unas geografías de reexistencias en contexto de pandemia. Aquí las plazas de mercado se convierten en un referente vital para su supervivencia y para asegurar lo que el Estado no les garantiza: luchar para tratar de tener una vida digna. Ella narra: “yo sueño con pagarle la universidad a mi hijo, darles un futuro mejor a mis nietos y tener una mejor condición de vida”.

Esta historia se entrelaza con la señora Noralba, una mujer afrodescendiente de 36 años y madre soltera de 4 hijos. Desde su adolescencia fue empleada doméstica en la ciudad de Cali. Cansada de los tratos que recibía sistemáticamente en casas de familia, decidió retornar a su municipio de origen para montar un negocio de venta de mariscos en la plaza de mercado de Timbiquí. Al igual que las demás mujeres, a la señora Noralba el covid le generó múltiples secuelas: “Mi trabajo en la galería ahora en la pandemia es muy estresante, porque nos toca salir a las seis de la mañana y cerrar a la una de la madrugada. De la una para allá, me toca dedicarme a mi hogar. Antes de la pandemia las cosas eran buenas, porque uno trabajaba de las seis de la mañana a las siete de la noche, pero ahora las cosas se han puesto muy difíciles. La economía se ha puesto pesada y toca mirar cómo seguir adelante”.  Para ella la plaza de mercado tiene un significado especial: “porque de allí consigo lo que mis hijos necesitan y lo que yo necesito. Esa es mi segunda casa, la quiero mucho. Mi sueño es tener una casa propia, pagarles los estudios a mis hijos y que sean profesionales”.

Estas son solo algunas narrativas de las vendedoras de las plazas de mercado del Pacífico colombiano, que no se escapan de los impactos que ha generado esta pandemia. Son vidas que luchan constantemente por la sobrevivencia, que reclaman garantías de derechos fundamentales; mujeres que intentan voltear la mirada institucional y de la sociedad civil para que contribuyan a sostener este sector de la economía que ha sido muy afectado. Hay deudas históricas que requieren resolverse, como es, por ejemplo, generar rutas de atención eficientes para garantizarles mejores condiciones de vida ya que, de una manera silenciosa, ellas movilizan, transforman e impactan con su trabajo en las economías locales.

La señora Yndira visibilizó en los registros audiovisuales parte de los que sucede en las plazas de mercado de la región. Si bien hubo cierto descontento por las redes sociales, se movilizaron las fibras de la solidaridad y la hermandad, pero, ¿acaso se solventaron los problemas que ella describió? ¿Sabemos dónde y cómo está la señora Yndira? En la actualidad las mujeres siguen luchando por su existencia.

Hoy se levantan sobre el estigma de que existe un foco de contagio en las plazas, lo que ha limitado aún más las compras; se van a sus casas sin haber realizado una sola venta al día; muchos productos se dañan, les toca botarlos o regalarlos; deben soportar las inclemencias de la lluvia o el sol; los puestos donde tienen sus productos están en mal estado y no tienen acceso a agua potable; deben escapar de los “gota a gotas”, que desfilan todos los días por la plaza: y deben soportar las extenuantes jornadas laborales para lograr llevar entre 10 mil o 20 mil pesos a su casa, solo cuando se puede. ¿Hasta cuándo las mujeres afrodescendientes de las plazas de mercado tienen que seguir soportando estas condiciones laborales y de vida? ¿Seguirán muriendo con el sinsabor de que nada va a cambiar o con la idea de “esto no lo cambia nadie”?


Abogada y Directora General de Jóvenes Creadores del Chocó y Coordinadora de Quibdó del MIT-Colab.

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