Y sobre la combinación de todas las formas de lucha, ¿cuándo sabremos la verdad?

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La semana pasada se llevó a cabo en la Comisión de la Verdad un interesante evento sobre las concepciones en torno a la denominada "doctrina de seguridad nacional" en Colombia y la "doctrina del enemigo interno". En dicho escenario, a todas luces fundamental, se escucharon desde diferentes perspectivas -entre ellas la histórica- argumentos sobre la existencia o no de dichos conceptos en el país, y sobre la influencia de los Estados Unidos en las Fuerzas Armadas Colombianas a partir de la guerra de Corea.
En medio del respetuoso pero candente debate, en donde volvieron los mitos y lugares comunes en la argumentación de algunos participantes, pero también nuevas luces, sugerimos que se necesitaban contextualizar las concepciones sobre seguridad y defensa en un escenario bélico, negado durante décadas.
La guerra no es cualquier tipo de violencia. Históricamente, la polemología o sociología de las hostilidades (como la trabajó Bouthol) ha demostrado que si no se entiende lo bélico y la existencia de conceptos como enemigo y el amigo (categorías ampliamente estudiadas por Carl Schmitt), no se podrán estructurar debidamente estrategias para construir una paz estable, más aún en los territorios en donde se han librado muchas sangrientas batallas con poca presencia histórica del Estado, salvo en lo militar, y solo recientemente, a decir verdad.
También sugerimos en el mencionado evento, como lo hacemos en este espacio, empezar un debate amplio siguiendo el mandato de la Comisión de la Verdad acerca de lo que significó, desde la llegada del comunismo a Colombia, su pretensión de toma del poder por las armas a través de la estrategia de la combinación de todas las formas de lucha: cómo fue desplegada por los grupos armados ilegales, especialmente por las milicias populares y bolivarianas, infringiendo abiertamente el derecho de la guerra o derecho internacional humanitario y los derechos humanos.
Esa combinación de las formas de lucha, de la que casi ningún científico social habla y a la que le huyen ciertos periodistas y operadores judiciales porque hay que ser políticamente correctos, cuenta con una evidencia incontrovertible: tanto en cada una de las 1.203 páginas del famoso librito de “Tirofijo”, de reciente circulación, como en el reconocimiento público realizado en 1988 por el mismo Gilberto Vieira White, exsecretario del partido comunista colombiano, específicamente en la entrevista a Marta Harnecker.
La combinación de todas las formas de lucha no apareció ayer y ha hecho parte de una estrategia de guerra -no de oposición ni simple rebeldía- que abarca técnicas como la infiltración, la penetración, la perfidia y, en términos de Danilo Zolo, hasta la misma justicia. La combinación de formas de lucha fue epicentro de una guerra sucia, mediática y de provocación en muchos momentos de nuestra historia. El caso de la tristemente célebre “Matahari” en la Escuela Superior de Guerra y en la Universidad Militar a través de la red urbana Antonio Nariño (Ruan), no fue un ave pequeña en el paisaje.
Veamos, por ejemplo, un terrible caso de infiltración y penetración (técnica en inteligencia militar o civil a través de la cual se busca la colaboración de un miembro de una organización contraria para que brinde información, o haga o deje de hacer algo que le compete) que data de comienzos de los años cincuenta del siglo XX, y que fue expuesto a través de un informe del entonces ministro de Guerra, Roberto Urdaneta Arbeláez, y que demuestra los alcances de la estrategia de guerra revolucionaria.
El Ministro Urdaneta, que luego sería presidente de la república hasta el 13 de junio de 1953, indicaba que, en un informe confidencial sobre Colombia enviado por el líder comunista argentino Gerónimo Arnedo Álvarez, se afirmaba lo siguiente: “A pesar de que, por haberse dividido los comunistas y los liberales en las elecciones presidenciales, triunfó la minoría conservadora de Ospina Pérez, nuestros elementos comunistas quedaron incrustados en el Congreso colombiano, en la Suprema Corte de Justicia, en el gobierno municipal de Bogotá, en muchos de los gobiernos de los Estados y municipios, en las Universidades y aún dentro del gabinete."
El anterior informe no sólo deja perplejo a cualquier lector idealista; lo mismo sucede cuando se estudian las investigaciones de Juan Esteban Ugarriza y Nathalie Pabón sustentadas en más de 500 fuentes primarias jamás analizadas hasta la publicación del texto “Militares y guerrillas”; o cuando se lee a profundidad el famoso texto de los sociólogos Klaus Meschkat y José María Rojas en torno a los archivos de la Unión Soviética sobre la izquierda colombiana.
Los ex miembros de las Farc, en consecuencia, le deberían contar a toda la sociedad y a la comunidad internacional cómo usaron la combinación de todas las formas de lucha dentro de su estrategia de toma del poder por las armas. Esta sería una de las mejores formas de reparar a millones de sus víctimas y garantizar la no repetición de su violencia demencial. Ya hemos aprendido en estos últimos años que las cosas con las Farc como partido se saben a cuenta gotas o por presión de las disidencias, como en el caso Gómez Hurtado. Gracias a esa división interna entre los herederos de Jacobo Arenas conoció todo el país, a través de Timochenko, cómo Márquez y sus secuaces de la “nueva Marquetalia” emplearon la combinación de todas las formas de lucha usando los diálogos de la Habana como otra estrategia de guerra, así hablaran todos los días sobre la paz. ¡Merecemos la verdad!
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