Ángela Salazar o la conexión con el pueblo profundo

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Ángela Salazar, la comisionada de la Verdad que murió el 7 de agosto en Apartadó, a los 66 años, por covid, fue sobre todo una líder social que dedicó su vida a la defensa de los derechos de las mujeres, los negros y las víctimas de Colombia.

La Comisión de la Verdad abrió convocatoria esta semana para reemplazar a Ángela Salazar, la comisionada que murió el 7 de agosto en Apartadó, a los 66 años, por Covid19. 

Si Ángela Salazar no hubiera llegado a esa magistratura moral en el último tramo de su vida estaríamos hablando —y hablaremos en coro por esta vez— de la líder social que dedicó los días a la defensa de los derechos de las mujeres, los negros y las víctimas de Colombia. Estaríamos hablando de la mujer en la que tantos colombianos podrían verse como en un espejo: negra, pobre, de provincia, madre soltera de su primer hijo, desplazada de la guerra.

Hablaríamos de la mujer que nunca se imaginó que había gente mayor que no sabía leer ni escribir, gente que no tenía nada en la vida, hasta que a los 18 años conoció a su mamá —que no sabía y que no tenía—, y por eso cuando preguntaron quién quería alfabetizar dijo “Yo”. 

De la maestra espontánea que enseñó a un trabajador bananero a leer y escribir con el nombre de una enamorada, Clara, que nunca le paró bolas: “Clara baila”, “Clara ama”, y así todas las palabras con Clara, el alfabeto completo con Clara. 

De la miembro de la Iniciativa de Mujeres por la Paz —IMP—, la Mesa de víctimas departamental de Antioquia, y el sindicato de empleadas domésticas. 

De la mujer que desde muy joven hizo un trabajo que sólo mucho después cuando lo contaba —en la madurez— caía en la cuenta de que lo suyo era liderazgo.

De la líder, entonces, que tenía el conocimiento del territorio de quien ha caminado (como el comisionado Alfredo Molano, que también murió durante su periodo en el cargo), de la mujer de las veredas de los barrios de las comunas.

De la madre que sentía el dolor de los negros asesinados en los pueblos de Colombia porque sabía que podrían haber sido sus hijos, o sus nietos, en Apartadó. 

De la líder social que defendió los Acuerdos de Paz, y dijo en San Basilio de Palenque “Esto no nos lo regaló ni la guerrilla ni el gobierno, es una exigencia que hemos hecho los negros de Colombia”. 

De la matrona que despidieron los suyos sin funerales —porque la peste lo impidió— pero a la que lloraron los negros, las mujeres y las víctimas, en temblorosos videos grabados entre pájaros y cielos bajos. 

De la defensora de derechos humanos que denunciaba el enamoramiento forzado de las muchachas a manos de hombres armados y la esclavitud doméstica de las mujeres que limpiaban, curaban y les cocinaban a los guerreros. 

De la que tenía presentes a los excombatientes, a todos, a los líderes y a la guerrillerada, y también a los excombatientes del paramilitarismo porque, como dicen los abuelos, “ellos saben por dónde le entra el agua al coco”. 

De la que pedía a los ciudadanos desmovilizarse de los preconceptos, prevenciones, estigmatizaciones y señalamientos contra los excombatientes y reconocerlos como vecinos, como hermanos.

De la que si alguien endurecía el corazón todavía tenía razones para decir “entendamos que necesitan amor y que a algunos les hace falta llorar”. 

De la que reflexionaba que aunque las mujeres no llegan a ser el 2% de los combatientes, las hubo, y cuando se desmovilizaban las familias no las recibían bien, pero a los hombres sí porque en el imaginario colectivo era peor ser guerrera que guerrero.

De la mujer que dijo, famosamente, “Cuando se camina con las víctimas se aprende a escuchar”.

De la que también dijo: “Aunque he sido víctima no estoy encerrada en mi propia historia”.  

De la que vio a hombres, que les han enseñado desde niños que los hombres no lloran, llorar por su pedazo de tierra perdido. 

De la líder que pensó y dijo que nuestra democracia se mantiene, pero en un bajo nivel, por la cultura del olvido que promueven los que quieren que el pasado se conozca vagamente.

De la que cuestionaba por qué el conflicto armado llegó con más ahínco a los territorios después de la promulgación de la Ley 70 de 1993 (de reconocimiento de propiedad colectiva de tierras para las comunidades negras). 

De la clase de personas que arden de tal manera en la vida que no se les puede mirar sin parpadear. 

De la defensora que dijo, sosteniendo un marco, vestida de flores, “Yo voy con la paz”.

Como Ángela Salazar también fue la comisionada de la Verdad, y en ese cargo se propuso incluir a los negros en el relato de Nación, hablemos también de la funcionaria que fue a los territorios porque estaba convencida de que la verdad es de allá para acá y no de aquí para allá. 

De la compañera que el hombre fuerte de la Comisión de la Verdad, el oficial retirado del Ejército Carlos Ospina, apenas alcanzó a nombrar —y al amor que en vida le tuvo— durante las exequias, antes de tener que apagar la cámara, descompuesto, con un nudo hecho jirones en la garganta. 

De la que puso la cara en los eventos con las organizaciones sociales para explicar qué es una comisión para el esclarecimiento de la verdad cuando las víctimas reclamaban por las deudas históricas del Estado.  

De la que cantó “A Tumaco lo quemaron a la una y a las dos… Ya Tumaco se acabó, a la una y a las dos”, y percibió que en Tumaco la gente vive con miedo, y supo que allí había que construir confianza. 

De la comisionada que recibió el informe “Voces valientes” en La Balsa, vereda de Buenos Aires, norte del Cauca, de manos de las mujeres negras “porque da cuenta del llanto, de la escucha y de los abrazos de unas con otras”. 

Hablaríamos, y hablamos, de la mujer de la que se dijo a su muerte (más allá de credos o resignaciones): 

Te pedimos por nuestra hermana Ángela, (que) la sintamos presente en nuestras luchas, de tal manera que su cuerpo frágil sea también transformado en este misterio,

y te pedimos por nuestros hermanos difuntos, todos, y por todas las lideresas y líderes que han sido asesinados en Colombia, y por las personas muertas en las masacres y en las minas antipersona, 

y los secuestros, y los falsos positivos, y por los jóvenes colombianos muertos en combate, de todas partes, que conmovían tanto a Ángela, soldados, policías, guerrilleros, paramilitares…

Y concédeles la paz que nosotros no hemos sido capaces de hacer en Colombia.

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